En estos días se inauguró una muestra de Ana Mercedes Hoyos Tres-D en la galería Nueveochenta. Nos interesaba un poco la tridimensionalidad de los trabajos en bronce que, son tan aburridos como bodegones. Tan infortunados y efímeros como la decorativa producción señorera de Teyé, pero acabamos en un espectáculo donde la fuerza tropical de colores húmedos, se convirtieron en imágenes calcados en plantilla que, interpretadas y reproducidas en bronce, tienen cierta dignidad y ambición de riqueza. Las negras de palenque ahora tienen un estatus formal en su estética comercial.
Toda la exposición hace parte de un mínimo esfuerzo: un molde en cartulina multiplica el significado. Una forma básica es una repetición continua. Las imágenes en oro —o lo que se le parezca al mineral— en instalaciones hechas para ricos con palacios de cristal, reúnen sarcásticamente el recorrido de barcos que, con insinuaciones de las condiciones precolombinas, resultan el éxito de la opulencia. Dentro de esa escenografía pensada de significados aparecen muchos barcos que salen de Inglaterra con destino técnico en África para traer a los esclavos negros que vendrían para ser maltratados e irrespetados en América. Una versión étnica que, por la convención del oro, se mezcla con la avidez infinita de la colonia española. Ellos también significaron trabajo en oro.
Si seguimos las lecturas de los trabajos anteriores de Ana Mercedes Hoyos, no le interesó la naturaleza humana sino pinturas de las palenqueras con sus fruteros en palanganas de lata y caminando a sol y sombra, una alegre pieza tropical para el coleccionista que necesita luz. Pero, en esta exposición que no fue realidad por ella, parece que se retracta un poco de sus millones mientras utilizaba y retrataba la parte placentera y turística, en actitud de las mujeres con su fuerza interna mientras convence al turista tirado en la playa con bronceador y cuba libre, que un pedazo de patilla hace parte de su salud, mientras ellas cargan el sustento en la cabeza. Ese ha sido su tema colorido tropical que ahora, con algo de conciencia histórica, repite los moldes de los barcos como homenaje al sometimiento humano. No sabemos de nombre ni técnicas porque nada estaba especificado.
Pero sigamos con la otra instalación de caras de jóvenes negras de perfil, en oro, colgadas de unas cadenas que cuentan los 500 años de sometimiento y resistencia mientras Palenque fue refugio. Muchos perfiles de cartón, que algún artesano tradujo al metal lujoso, tienen cierta dosis de realidad perversa porque los cuelga con cadenas. La esclavitud no necesita reconocimiento, necesita dignidad y perdón, dos características casi opuestas a sus intenciones.
Más allá vienen sus esculturas en bronce que —ya sabemos— es un trabajo donde la artista interviene en un primer momento. El resto hace parte del dinero en el bolsillo y que se tenga para pagarle a un buen fundidor. Hoyos sigue sus líneas africanas con una ilustración saludable del mundo tropical de frutas —que son el otro lado, la otra orilla—de la pobreza cartagenera. De una imagen de la calle infame de miseria, ella con sus bronces y colores los convirtió en ilustración de lujo.
Toda la exposición viene de moldes. Talvez el que ha llevado la rienda de su obra ha sido su marido. Mientras proyectaba la fotografía en el lienzo ella rellenaba el mundo de color. Su magia se acabó desde joven porque la intriga hizo parte de su repertorio artístico. El folklor del sabor.
Pero, de todo hay más. Un bello y carísimo lino viene a ser el fondo de dibujos la luz, la calidad y el fondo que por el soporte de lujo, no resultan obras inconclusas después de su trabajo anterior. Otros dibujos de cadenas que son parte de un plotter. Otro repertorio del rey doméstico son los lazos de los delantales de las negras que realiza hace ya mucho y que aburren hasta la eternidad de la humildad franciscana. ¿Qué le puede decir al mundo un moño de un delantal de una mujer pobre que se recorre la ciudad vendiendo sus frutas en la miseria?
Agarró como argumento colombiano un cuchillo que viene del otro elemento de los bodegones de las futas de las palenqueras. Tema interesante en la historia del arte porque es un instrumento de la composición, pero ella los volvió esculturas pintadas de rosa muñeca que adquieren alguna personalidad contemporánea en el suelo o un tambor tricolor, también tirado en el suelo y pintado con bandera nacional —a lo Beatriz González— dejan la huella solemne de la una lejana identidad colombiana. Pobres ricas sin conciencia.
Todo es mentira.