Retrato de una noche de monte‏

Retrato de una noche de monte‏

Los muertos los pone siempre el pueblo

Por: Nelson Cárdenas
abril 21, 2015
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Retrato de una noche de monte‏
Quizás los soldados que murieron el jueves en Buenos Aires, Cauca, canturrearon algún vallenato antes de dormir, extrañando a alguna novia que se quedó en el pueblo. Tal vez el mismo pueblo y el mismo vallenato que canturreaban otros hombres de idéntico ropaje y armamento, con insignias distintas, pero que morirían también otra noche, confundiendo los tiros con truenos, igual que los soldados de anoche. Tal vez de haber sabido que eran disparos habrían muerto del susto, como murió el niño que cayó infartado en el Sumapaz cuando los soldados muertos de frio y de miedo en ese páramo dispararon “preventivamente” hacia su casa. Tal vez odiaron un poco el sabor de su ración y quizás al final pensaron que no estaba tan mal pa’l hambre, que “seguro mañana, si había combate, no habría ni eso” . Tal vez los guerrilleros que los emboscaron no sintieron hambre con toda esa adrenalina que da la inminencia del “tastaseo”, igual que los policías de un video que circula por You Tube que esperaban agazapados a orilla de río una lancha cargada con guerrilleros. Tal vez un aguardiente o una pitada de marihuana o de perico le hiciera más tolerable la ansiedad a unos o a otros. La cabeza de la gente que está por enfrentar la muerte, que sabe que como puede darla puede recibirla, necesita de soportes para meterle esa reversa en movimiento que es eso de ir a combate. Y al tiempo la tusta juega con las imágenes. Tal vez llegan recuerdos de la cara de su mamá, de un partido de fútbol, de una buena amante, de una cerveza fría o del día que aprendió a nadar o a amarrarse los zapatos. Y tal vez un crujido de una rama lo devuelva a la oscuridad y a sus monstruos. Tal vez piense que el monstruo es él. O tal vez no, tal vez crea, el policía, el soldado o el guerrillo, que el monstruo es el otro. Y a unos metros de ahí, el campesino, la campesina, sus hijos y sus gallinas esperan que esta noche no pase nada, que no se maten hoy, ni que pase ese avión que escupe balas, ni que les monten al lado los lanza cilindros o los morteros, porque los levantan a plomo, como pasó en la vereda la semana pasada. “Allá mataron a la hija de doña Carmen, la bonita, sí, la que cumplió 16.” Estaba durmiendo también y su techo de zinc no era blindado. No salió mucho en las noticias, claro, pero dijeron que iban a investigar. Pero mejor que no, que luego les toca irse, como les tocó antes.
Quizás el niño que vió a los soldados y que quería ser uno cuando fuera grande, porque se veía muy emocionante eso de parecer un héroe, ya no quiso serlo tanto cuando los oyó gritar pidiendo auxilio, o cuando les vio las tripas azules saliéndose por las sábanas en que los bajaron los que sobrevivieron al día siguiente. Tal vez pensó ese niño que la gente huele muy mal por dentro y no entendió si eso era un brazo o una pierna, como no lo entendió el otro niño, o la otra niña. que en algún pueblo del Llano o de la Costa vio descargar de un helicóptero unos bultos sangrientos que unos soldados con cara de nada llamaban narco terroristas.
Tal vez hubo uno de ellos, de los hombres en armas, se preguntó qué carajos había ido a hacer allá a ese monte de mierda, que si tal vez hubiera hecho las tareas, o si el edil amigo le hubiera conseguido ese puesto en la alcaldía, no estaría hoy muriendo aquí en medio de ninguna parte, o matando aquí a otro, matando un poco su alma.
Tal vez sus compañeros soldados, o sus compañeros guerrilleros los felicitaron, y tal vez sonrieron con una mueca extraña, y habrían contado alguna historia exagerada sobre su heroísmo y sobre su suerte y sobre como el enemigo saltaba de un lado a otro asustado, como saltó antes él o como saltará mañana cuando vengan los otros a hacer lo que él hizo hoy.
Tal vez piensen que “pobres h.ps” los que murieron. Los lanzas o los camaradas. O tal vez piense el uno o el otro que el pobre h.p. es él, que quedó vivo, soñando mil veces que su mamá lo abraza pero que su mamá no es su mamá, sino la cara de la muerte de cada muerto que ha visto. Y escupirá mientras lo piensa.
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