El periodismo en Colombia ha dejado de ser el mismo de antes. Para el mundo ya no es un secreto que nuestro país hizo una transición histórica con las negociaciones de paz y la reintegración del grupo guerrillero de las FARC a la vida política. Con la implementación del cese bilateral las noticias de tomas guerrilleras, masacres y secuestros casi desaparecieron de la agenda mediática. Entonces, ¿que debemos narrar los periodistas?
En Colombia era muy común almorzar con el televisor y ver los resultados bélicos del conflicto: masacres, secuestros, torturas y violaciones a los derechos humanos hacían parte del postre de los colombianos. Pero desde que cesó la horrible noche, la mirada objetiva de los lentes empieza a rebuscar noticias para calmar el sensacionalismo mediático al que nos tenían acostumbrados. Casos de feminicidios, ataques con ácidos, corrupción, violación a niños y la crisis de Venezuela es ahora el pan noticioso de la actualidad.
Por ejemplo, el silencio de los fusiles hizo que escucháramos el ruido de la corrupción. Al no haber “guerra” que servir a la hora del almuerzo, los medios montaron su maquinaria investigativa a desenmarañar los amañados contratos públicos que tenían un itinerante alarmante: la corrupción. No digo que este fenómeno y cualquiera que incumbe las arcas de la nación no deban ser expuestas a la opinión pública. Bien decía Kapuscinski que el deber del periodista no era el de matar las cucarachas sino de encender la luz para que las personas vean como las cucarachas salen a esconderse.
Pero ¿es el sensacionalismo la nueva narrativa en Colombia? Entonces, ¿dónde queda el periodismo de posconflicto que ayuda a la construcción de la paz?
Esta la oportunidad de volver al periodismo de antaño con las narrativas apropiadas para rescatar esas historias del conflicto que han pasado desapercibidas por el afán industrial de la información; las historias que se escabullen en los noticieros por no tener una profundización para conocer un suceso hacen del periodista colombiano un agente elemental para en el posconflicto.
En una clase de periodismo especializado veíamos varios documentales sobre las masacres de la Autodefensas y los relatos de las víctimas. Me preguntaba en ese momento por qué nunca supe dimensionar la maldad de los paramilitares con sus víctimas, si se suponía que en los noticieros se registraban estas masacres, pero no lograban captar la fuerte realidad de estos hechos. A la primera nos indignábamos, pero con la quinta masacre registrada ya nos habíamos convertido en seres fríamente conformistas con lo que pasaba en el país.
Era un hecho que los medios tomaban los sucesos noticiosos desde lo más pando para evitar caer en la profundidad de la realidad.
Nuestra parte de responsabilidad está dada en la medida en que los periodistas y los medios aceptemos que también debemos pedir perdón por la peyorativa manera en que hemos registrado el conflicto, y que sea tiempo de retomar la iniciativa de aportar al cambio social desde los medios para construir paz. No se trata de revictimizar ni de ser sensacionalista, sino de conocer a profundidad las historias para comprender el conflicto y aceptar una reconciliación de paz
Es menester registrar los hechos de relevancia ya mencionados, pero también es imprescindible que el país conozca las historias de las victimas por medio de narrativas como crónicas o artículos y de esta forma aportar a las garantías de verdad, justicia, reparación y no repetición y por qué no, registrar la parte humana de los actores armados como la vida subjetiva de un guerrillero o la percepción de la actualidad de un soldado y de esta manera, aportar a la construcción del posconflicto.
