Este escenario plantea un nuevo orden multipolar emergente, en el cual instituciones bilaterales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial tendrán poco protagonismo, mientras los Estados-Nación se agruparán más por regiones con poder económico y cultural.
Mundo multipolar, dominado por al menos tres grandes regiones: América, la Unión Europea y un Asia centrada en China. Regiones que tendrán a su vez dos grandes ejes, uno identificado por su poder en tamaño y términos financieros o geopolíticos, y el otro, marcado por diferencias culturales y por la forma de hacer las cosas (en cuanto a lo que se refiere a política económica, libertad, resolución de conflictos, tecnología y sociedad).
Dos caras de una misma moneda, que contribuyen a mejorar el bienestar local y extranjero a través de la especialización de los países, con las importaciones mediante el abaratamiento de costos de los bienes de consumo, y con las exportaciones, la generación de divisas y el fomento de empleo adecuado. Marcando el final de la globalización, ante la pobre e inconclusa respuesta a la crisis financiera mundial, en el que el desafío provendrá de la creciente aceptación de formas menos democráticas de ordenar la sociedad, tanto en los países desarrollados como en los en desarrollo.
Divergencia de retos del nuevo orden global que tendrá que encarar, por ejemplo, la administración Biden, en torno a la confusa relación de Estados Unidos con China. Mediante políticas que, en vez de intentar estropear su desarrollo con constantes embates arancelarios y vetos tecnológicos, busque aprovecharlo con el fin de mejorar las condiciones de vida de sus conciudadanos y capitalizar los verdaderos beneficios que otorga el comercio internacional. Retomando con vigor su inserción al multilateralismo y reanudando sus relaciones con la Unión Europea, lo que fortalecería el bloque occidental de cara a la defensa mundial de las democracias, tan venidas a menos en los últimos años con los fantasmas de estrategias de movilización política nacionalista y populista, que con sus “realidades no verificables” ha asolado buena parte del mundo.
Acometiendo la gran convergencia entre occidente y oriente, tan necesaria para encarar los retos que trascenderán a la pandemia, como el calentamiento global y la preservación de la paz global. A través de estrategias de restauración de la reputación de Estados Unidos como un aliado global confiable, a fin de establecer relaciones constructivas de beneficio mutuo. Y al mismo tiempo, reconociendo que China como país todavía representa enormes oportunidades económicas para los estadounidenses, pero teniendo muy en cuenta que el juego ancestral chino es el Wei Qi (y no el ajedrez). Juego que enseña a utilizar estrategias para "campañas prolongadas", en las que los chinos están ejecutando desde hace 40 años maniobras planificadas para fortalecer su posición de primacía, mientras que EE. UU. se tambalea políticamente de una administración a otra.
Orden internacional que peligrosamente se ha quedado a la zaga de las cambiantes dinámicas de poder global, en lo que importa ya no es la verdad, sino el impacto político y en el que la hegemonía del subjetivismo cultural, despreciando el conocimiento científico e intelectual, alimenta la creencia que las instituciones multilaterales más débiles son mejores para los intereses nacionales. Verdades “alternativas” donde solo se impone la confrontación y la polarización de posiciones, convirtiendo en un enfermo terminal al sistema democrático representativo para devaluarlo, y en el que los medios de comunicación, internet, teléfonos móviles y redes, como inmensos amplificadores audiovisuales, facilitan el desprecio de la complejidad intelectual para así poder revelar lo más simple.
Lógica que no se adapta al mundo multipolar en el que ya vivimos, y en el cual "Estados Unidos debería estar intentando crear el tipo de mundo en el que le gustaría vivir, cuando ya no sea la superpotencia militar, política y económica" (Bill Clinton, 2003). Sin pensar que la cuestión es medio ambiente contra desarrollo, o ecología contra economía, sino la integración de ambas, aprendiendo las lecciones del este de Asia sobre construcción de confianza, con una rápida mirada a la distribución relativa del ingreso: Datos recientes del Japón y Corea del Sur muestran que el 12.3% del ingreso total, va al 1% superior de los asalariados, mientras que el 19.6% se dirige al 50% inferior. Distribución que en Estados Unidos se invierte, reclamando el 1% superior el 19.7% de los ingresos totales y el 50% inferior solo obtiene un 12.5%.
Desequilibrio que se presenta al haberse convertido EE. UU. en una plutocracia, en la que los más ricos ejercen su preponderancia en el gobierno, apoderándose del sistema político para promover sus propios intereses y alimentando el apoyo a un "antisistema" de naturaleza autocrática y dictatorial. Golpes que impactarán más a la población empobrecida, si se continúan levantando mayores barreras nacionalistas y si prevalecen los egoísmos por encima de la cooperación global, haciendo que en el mundo el futuro no sea “ni más humano ni más seguro”.