La teoría del capital humano, desarrollada por Becker, sostiene que la educación es una inversión que mejora la productividad de las personas, contribuyendo tanto al crecimiento individual como al desarrollo económico general.
En Colombia, esta teoría adquiere mayor relevancia en un contexto de cambios rápidos y crisis como la provocada por la pandemia, donde las competencias adquiridas mediante la educación son esenciales para enfrentar desafíos económicos.
En efecto, los economistas colombianos en promedio obtienen mayores retornos económicos por su inversión en educación en comparación con otras profesiones. Aquellos que han alcanzado niveles avanzados de formación académica tienen acceso a mejores salarios y a roles estratégicos en organizaciones y en el gobierno. En particular, el valor del conocimiento especializado y la capacidad de adaptación de estos profesionales frente a un entorno económico complejo. De igual modo, la educación es fundamental no solo para el éxito individual, sino también para la estabilidad y el desarrollo económico del país.
Sin embargo , persisten importantes desigualdades salariales entre géneros. Los economistas hombres siguen ganando más que sus contrapartes femeninas, incluso cuando se consideran factores como la educación y la experiencia. Esta disparidad se atribuye a desigualdades estructurales en el mercado laboral, como la discriminación de género y la segregación ocupacional. Estas barreras limitan los ingresos de las mujeres, lo que subraya la necesidad de políticas que promuevan la equidad salarial.
Precisamente, la pandemia de COVID-19 ha tenido un impacto significativo en los mercados laborales y educativos en todo el mundo. La crisis ha acelerado la demanda de habilidades digitales y tecnológicas, haciendo que la educación sea aún más crucial para la recuperación económica. Los profesionales que poseen estas competencias están mejor preparados para enfrentar los cambios del mercado post-pandemia, y se anticipa que la demanda de dichas habilidades seguirá creciendo.
Por consiguiente, si bien la educación sigue siendo un motor esencial para mejorar los ingresos y la resiliencia económica, persisten desigualdades estructurales que limitan el acceso a sus beneficios. Las políticas educativas deben enfocarse en cerrar estas brechas, particularmente para las mujeres y los grupos más vulnerables, para garantizar una distribución más equitativa de los beneficios educativos.
Sin olvidar, que la inversión en educación es clave para el desarrollo económico de Colombia, especialmente para los economistas, pero es necesario identificar las desigualdades estructurales para maximizar su impacto. La educación debe ser accesible a todos los grupos sociales, asegurando que todos puedan aprovechar sus beneficios en un entorno de cambio continuo.