Por supuesto que unos acuerdos no arreglarían el país, sin embargo sí era un paso importante para alcanzar la paz. Era además un panorama simbólico: no sólo los actores de la guerra dejaron de lado sus diferencias para realizar un acuerdo, también el pueblo mostraría su capacidad de perdón y su esperanza y fuerza para construir un futuro en paz.
El escenario era maravilloso. Incluso, debo reconocer, ingenuamente llegué a soñar con cómo los periódicos internacionales y los libros de historia hablarían de Colombia, un país que se atrevió a terminar el conflicto armado más largo de Latino América y cuyo pueblo valientemente aceptó el reto de sanar las heridas la guerra.
Sin embargo, eso no pasó. El pueblo decidió que la paz no merecía una oportunidad; que su odio, sed de venganza y ansias de sangre enemiga valen más que la posibilidad de terminar la guerra. Las regiones más afectadas por el conflicto, aquellas donde viven quienes son víctimas directas y a quienes la violencia les arrebató todo, son capaces de perdonar y de creer en una Colombia mejor. Los lugares donde la guerra es sólo una noticia apoyaron la continuación de aquel infame show de sangre y dolor que durante 52 años se han limitado a ver por televisión.
Duelen los muertos, los desplazados, los secuestrados. Duele pensar que existen quienes se atreven a pedir más guerra, a creer que la sangre de los pobres y campesinos no es un precio alto para obtener venganza. Qué tristeza y qué vergüenza con las víctimas a las que el país les dio la espalda, les escupió en la cara.
Es amargo ver cómo los colombianos no pudimos entender de qué se trataban las votaciones de ayer. Creímos que era un concurso de popularidad entre Uribe y Santos y, en ese sentido, la derrota del NO se celebró por los partidarios del SÍ como un golpe político al gobierno y una reiteración de la superioridad de la oposición. ¡Cuán equivocados están! El tema iba más allá de todo ello, aquí lo central eran las víctimas, el campo, la esperanza de poder construir un país mejor. No ganó Uribe y no perdió Santos. Perdimos mucho más de lo que pensamos y ganamos en realidad mucho menos de lo que creen aquellos que celebran.
Pese a esto y frente al dolor y la rabia de quienes apoyamos el SÍ, el presidente Santos y las FARC se muestran serenos y esperanzados. El ánimo de dialogo y de negociación se mantienen intactos y eso, sin duda, no puede más que hablar bien de lo que se ha hecho y de lo que se está por hacer.
El reto ahora está en superar la desinformación y las sucias maniobras de cierto sector político para mostrarle a quienes no refrendaron los acuerdos qué muchas de sus razones se basaron en mentiras y que las intenciones de paz del gobierno, las FARC y el pueblo deben ser más fuertes que las ansias de venganza y de punitivismo.
