Llevamos demasiado a tiempo viviendo de la pandemia: unos recibiendo auxilios y otros no, unos pidiendo ayudas y otros rogando por ellas —una política económica que no funciona sino para los más ricos—, unos muriendo de hambre y otros tal vez sobreviviendo con lo poco que tienen o encuentran, unos sacándole provecho a los cambios y otros no, unos entendiendo lo que genera este fenómeno y otros para nada.
De otro lado, el coronavirus y todas sus consecuencias nos ha cambiado, desde cómo vivimos hasta cómo convivimos, desde el trabajo en las empresas hasta en las casas; es decir, un cambio total en nuestras rutinas, en la cultura y en el folklore, pues nada volvió a seguir igual. Estamos siendo cosificados por la virtualidad y las nuevas tecnologías, y aunque “estas caídas no son sorprendentes, sí son absolutamente masivas”, en palabras de Nicholas Bloom al hablar acerca de la productividad y su diminución en lo económico.
El aspecto humano está contemplando un nuevo paradigma y es lo que tiene que ver con la innovación, pero la sorpresa se la lleva el hecho que ya no hay nada productivo en el panorama cercano, pues la pregunta que surge es: ¿cómo innovar dentro de esta pandemia cuando no hay recursos, ni incentivos y, muchos menos, empresas para desarrollar ideas? De otro lado, se trata también de la gente, no hay empleos, muchos despidos laborales, cierre de empresas y en consecuencia menos dinero para el sostenimiento del hogar, pero lo más preocupante las políticas económicas estatales no suplen las necesidades básicas.
Cómo potenciar entonces la innovación con la transformación digital que tenemos, o cómo reiniciar el botón interno para desarrollar ese potencial que se ha perdido como consecuencia de la pandemia, pues nada es seguro, todo es inestable y nada en lo futuro. La búsqueda de herramientas para apoyar y nutrir el bienestar, incluso físico y mental, está lejanas, es decir, estamos en un momento crucial en donde hay que resucitar de las cenizas, de aquellas tareas no culminadas o trabajos realizados a medias; pensaríamos en José Ingenieros y en su libro el Hombre Mediocre, que nada hace porque nada tiene o lo que tiene es poco o no le sirve, o no hay como mejorar lo que se tiene.
Es imperativo allegar las herramientas en asocio con los tesoros internos, de la mano con ideas increíbles, ideas originales, soluciones de movimientos dentro de la incertidumbre, para aferrarnos a algo distinto que no sea el caos existencial, pues “la peligrosidad del ser humano parece venir más de ciertas ideas que de sus instintos” (La Isla, Aldous Huxley). Y es allí en donde esa fuerza intrínseca del individuo permitirá navegar hacía ese cambio de vida diario, un cambio en la rutina existencial y angustiante, pues en efecto, eso está generando la pandemia, un sin sabor en el ser humano en búsqueda de un nuevo placer.
Para acceder a nuestra creatividad en medio de esta incertidumbre y el caos que se presenta se deben satisfacer las necesidades emocionales primero, es decir, sobrellevar esa angustia en razón a los efectos adversos de la pandemia, pues vivimos superando el día a día, pero no hacemos nada para “construir en el futuro” (Papa Francisco). La tarea a seguir son las alternativas que se nos muestren; es un hecho cierto, las políticas no han servido, la pandemia aumenta y los muertos también, las ayudas no se ven y es a partir de ahí en donde el hombre comienza la búsqueda de aquello que lo sobreponga, que lo haga entender la necesidad de desarrollar empatía, resiliencia, ser más abiertos a las nuevas ideas y tendencias, pero al mismo tiempo evitar la huida de la persona en esta realidad asfixiante, conocer la inspiración real y avanzar hacia la profundo de la psique para recargarnos y comprometernos con nuestros instintos de supervivencia.
Se trata entonces de recuperar la indignación colectiva a la que se refiere Sergio Fajardo, mirada desde el desempleo, el no acceso al comercio sino el aumento de la informalidad como elemento estructurante de la nueva pobreza, basta ver fotógrafos vendiendo arepas (Cúcuta), dueños de bar vendiendo cobijas (Bogotá), es decir, que el Estado dejó huérfanos no solo a los contagiados sino a los no contagiados, a los transmisores activos y pasivos del coronavirus, a los habitantes de hospital en las UCI y a los enfermos en las casas; un enfoque profundo que no nos deja tranquilos el ojo del huracán, estamos entonces a merced de nuestros instintos de supervivencia, las mentes creativas y reactivas no han podido salir a la superficie, una última instancia integrada a desbloquear las cualidades humanas o preguntarnos si ¿Aumenta nuestra humanidad o la disminuye?, o identificar “la posición del hombre en el universo” (A. Gaviria).
Resistir con la gente, buscar la productividad individual, estar en el centro del plan de reingreso, asistir con la transformación digital, formular estrategias, ir a la vanguardia de la sociedad y sus problemas, generar vínculos emocionales, utilizar el trabajo como flujo personalizado y optimizar la distribución para construir un nuevo país y leer para la vida como invitación a participar en las críticas socio culturales, como propósito para visibilizar una solución al fenómeno dejado por el COVID-19 (tanto a corto como a largo plazo) para alcanzar nuestro máximo potencial como integrantes de esa masa de personas encargadas de reconstruir esa profunda discontinuidad en que se ha convertido la vivencia actual.