Tomasa Calonge llegó hace 30 años con las manos vacías a los Montes de María, un territorio montañoso ubicado entre los departamentos de Sucre y Bolívar. Un territorio en disputa durante veinte años entre paramilitares, guerrillas y ejército. Llego con su maleta de ropa, unos paneles llenos de abejas y a su hija Yeraldín de tres años
Allí, en su finca y de la que finalmente ya tiene sus títulos, cuenta con sonoro tono de orgullo, que cuando llegó en 1991 tuvo que pedirle a la propietaria, recién enviudada por la guerra, que la dejara quedarse con su pequeña hija en aquella casa de madera casi desbaratada.
—Me arrodillé. Le pedí a Dios que no me dejara salir de ahí— cuenta Tomasa Calonge, hija de un francés. Durante más de un año se alimentaron de ñame y agua. Las abejas aun no producían miel y le tomó un par de años para poder empezar a pagar la parcela. Desde entonces las abejas le han dado todo lo que tiene, en su solitaria vida, marcada por la adversidad y la dificultad de tantos campesinos en los Montes de María.
Muy joven, su mamá la sacó de su casa en Villa Nueva, Córdoba y terminó aprendiendo de abejas en Baranoa, Atlántico. Tomasa no quiso enredarse en la cadena de venganza familiar por el asesinato de uno de sus nueve hermanos y prefirió armar su propia vida, lejos del odio. Con 19 años aprendió del negocio de las abejas y desde entonces cosecha y vende anualmente tonelada y media miel que comercializa en Bogotá, Cundinamarca, Tolima, Medellín y en la Costa.
Se ha abierto camino en la difícil región de los Montes de María, golpeada como muchas otras en la guerra y que dejó unas tristes estadísticas de 160 mil desplazados, 70 masacres, 13 tomas guerrilleras y más de 3000 muertos, de los que habla Tomasa. Recuerda con su voz pausada las ráfagas y las bombas y los gritos de muerte de los campesinos. La tristeza del recuerdo se ve reflejado en sus ojos color verde esmeralda.
Viene a su mente una escena aterradora. La cuenta. Una de tantas noches de terror la onda explosiva de una bomba la elevó de su cama. Estaba dormida. Por un instante, en el aire, alcanzó a pensar que estaba soñando. Al caer ya había despertado completamente. Cerró los ojos. Se santiguó. Se quedó quieta solo escuchando el silencio absoluto que vino después del ‘bumm’. Solo esperaba que alguien entrara por la puerta de madera desbaratada y le pegara un tiro. Nadie entró.
Esa noche, como muchas tantas, Tomasa Calonge no pudo pegar el ojo. En esos momentos el miedo de morir se mezcló con la alegría de estar viva y con la incertidumbre de no saber quién o quienes habían sido los muertos en esa oportunidad. El alba de madrugada traería las noticias. Escenas que para ese 1.994 eran cotidianas y que permanecieron muy activas hasta después de que las AUC se desmovilizaran en el gobierno de Álvaro Uribe y el Ejército diera de baja en 2007 al líder guerrillero Martín Caballero, quien tenía el control de la región con los frentes 34 y 37 de las Farc.
Tomasa Calonge aún no sabe porque no la mataron. Se envalentonó varias veces con la guerrilla, como aquella cuando se la llevaron monte adentro para pedirle explicaciones sobre un ganado que estaba en sus terrenos. No se dejó amedrentar. Y no se dejó matar. También se enfrentó en varias ocasiones al mismo Ejército a quienes tuvo que sacar de sus tierras para no estar en la lista negra de Martín Caballero o la de los paras.
La visita a Tomasa hoy la acompaña la Unidad de Restitución de Tierras (URT). La entidad que dirige el abogado Andrés Castro, ayudó a que un juez la reconociera como ocupante legal de un predio que compró por un millón de pesos en el año 2000 y que 13 años después los vendedores intentaron quitarle con la justificación de que el negocio se había hecho bajo la presión y el miedo que había en aquellos tiempos de guerra.
El pleito con aquellas tierras de tres hectáreas duró más de cinco años. La primera decisión del juez de restitución que se dio en 2015 obligaba a Tomasa a salir del predio y entregárselo al hombre con el que ella había hecho negocio. Tomasa no atendió la orden. Cuando 60 policías, 10 funcionarios de la justicia y una tanqueta fueron a desalojarla estaba sola. Lo único que tenía a la mano era un palo de guayacán —cuenta en medio de la risa—.
—Yo hice el negocio con un hombre y él hizo negocio con una mujer seria con los pantalones bien puestos. Y no me iba a dejar quitar lo que compré legalmente, de buena fe y sin hacerle daño a nadie—
La posición férrea de Tomasa obligó a que los 60 policías se retiraran con su tanqueta. El proceso volvió al estrado. En 2018, con una segunda revisión por parte de la URT, Tomasa ganó el caso. Se quedó con su tierra. Allí es donde tiene el proyecto de apicultura que también encontró apoyo técnico y operativo de la Unidad.
Tomasa Calonge se ha vuelto una líder ejemplar en la región. Además les ha enseñado a las mujeres campesinas de la miel y sus derivados mientras juntas curan las heridas de la guerra que dejó una estela de tristeza en los bellos Montes de María.