Al comenzar el año todos los gobiernos de las grandes ciudades colombianas en sus recientes posesiones hicieron énfasis en afrontar los retos sociales de la juventud “desvinculada”, “excluida”, “sin proyecto”. En eso podrían coincidir con el gobierno nacional que ya lleva un año y cinco meses haciendo anuncios y dando algunos pasos para afrontar el reto de las y los jóvenes; resaltan los esfuerzos recientes por aumentar las coberturas educativas en educación superior y la creación de un Viceministerio de la Juventud en el Ministerio de la igualdad que promueve especialmente el programa Jóvenes en Paz.
Sin embargo, por momentos pareciera que lo que tienen los gobernantes y encargados de avanzar en las políticas públicas para abordar la vida de las nuevas generaciones, es una profunda confusión respecto a la magnitud y a las características del fenómeno juvenil en Colombia que es tratado de manera muy parcial y fragmentada, sin entender que hoy estamos en medio de un conjunto de transformaciones trenzadas, desde los cambios en la pirámide poblacional, la emergencia de nuevos campos tecno productivos, la reconfiguración de la órbita de los saberes y conocimientos, las mutaciones en las formas de familia, parentesco, género, y toda la afectación que estos aspectos mezclados introducen en las relaciones generacionales, en la definición propia del campo juvenil, en las dinámicas y horizontes humanos de las y los jóvenes.
Hay razones de peso para que los diversos niveles del Estado y la sociedad se planteen abordar el asunto con respuestas urgentes pues, a propósito de los últimos eventos de movilización social en el país, especialmente los generados en noviembre de 2019 y abril de 2021, las nuevas generaciones han venido aumentando el volumen de sus llamados al campo político y a las instituciones culturales, educativas, productivas, respecto a un profundo malestar con el horizonte de vida que se vivencia en el país. No obstante, las respuestas enunciadas y en algunos casos puestas en marcha, son convencionales y ligadas a un enfoque reducido al riesgo y la vulnerabilidad que se traduce en una mirada corta de los derechos y de la multiplicidad de formas de comunidad y subjetividad de lo que hoy se expresa como juventud.
Mientras se piensa en formatos de subsidio con ofertas de servicios educativos, de salud mental y de oportunidades de emprendimiento muy benévolas, pero estandarizadas y por lo tanto, poco atractivas y practicables, las nuevas generaciones están en sus propias rutas y tragedias, proponiendo nuevos acentos: otras formas de ganarse la vida y de estudiar, nuevas relaciones con la naturaleza, un vínculo más creativo con las tecnologías y con los espacios de interacción social y consumo, nuevas maneras de establecer el género y los vínculos espirituales, afectivos, de familia y parentela. Ante esas disonancias entre las demandas sociales y las ofertas institucionales es necesario escuchar y entender mucho más las dinámicas culturales de las juventudes. Por ejemplo, muy pero muy bien la gratuidad en el acceso a la universidad, pero muchos jóvenes desertan de la “U” y en algunos casos no se interesan en llegar allá porque la oferta no es atractiva; muy interesante ligar a la juventud con la superación del conflicto y con la conquista de la paz y la reconciliación, pero se necesita que no volvamos a poner a las y los jóvenes como el estereotipo imaginario de las violencias, cuando hace tiempo sabemos que estas son profundamente intergeneracionales e incluso muy adultocéntricas.
En medio de los anuncios institucionales, se percibe que no hay un diagnóstico claro de la situación generacional e intergeneracional del país
En medio de los anuncios institucionales, se percibe que no hay un diagnóstico claro de la situación generacional e intergeneracional del país, se suma a ello que el campo normativo para abordar la adolescencia y la juventud es caótico, en algunos casos inoperante o parcialmente reconocido y las instituciones responsables, tanto las históricas, como las de reciente creación, se observan dispersas y hasta en conflicto operacional. Asunto grave cuando es posible reconocer una larga historia de por lo menos 50 años de exploraciones y ejecuciones públicas en este campo social, con aciertos y errores para aprender. Ojalá, tanto el gobierno nacional como los gobiernos locales y departamentales, logren poner al centro de la política social a la juventud como actor de transformación, ojalá se escuchen las diversas expresiones juveniles en los diseños e implementaciones de estrategias y programas, y no se termine instrumentalizando las juventudes en otro ciclo de disputa sociopolítica. En ese sentido vale la pregunta: ¿Cómo hacer para que no terminemos en programitas manejados de forma adultocéntrica y con alto contenido asistencialista?