Respuesta al artículo 'Yo a Colombia no vuelvo, ni loco. ¡Muchas gracias!'

Respuesta al artículo 'Yo a Colombia no vuelvo, ni loco. ¡Muchas gracias!'

Hay que preguntarse mejor qué hace su país por uno y, claro está, qué hace uno por su país

Por: Santiago Ospina
septiembre 22, 2015
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Respuesta al artículo 'Yo a Colombia no vuelvo, ni loco. ¡Muchas gracias!'
Foto: tomada de costanoticias.com

Leí esta semana con gran interés el artículo “Yo a Colombia no vuelvo, ni loco. ¡Muchas gracias!” de Fabio Andrés Olarte Artunduaga, y los comentarios de los lectores. No me interesa comentar el estilo o personalidad del autor o su dominio de las técnicas de escritura. Ya otras personas lo han hecho en este mismo medio mediante textos redactados con seriedad, finura, humor o sarcasmo.

Dicho artículo me interesó ya que he vivido fuera de Colombia por más de una década y durante los últimos años he estado trabajando sobre el tema de la fuga de cerebros y del retorno al país. Hoy querría compartir algunas reflexiones que escribí justo antes de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2014; en aquel tiempo decidí guardarlas para mí y ahora se presenta la oportunidad de hacerlas públicas. Por ende, en reacción al artículo y dado que estamos de nuevo en periodo electoral, aprovecho para presentar una versión actualizada de ese escrito, que no es más que una opinión personal:

Por estos días de tensión política en Colombia intento comprender por qué los colombianos votamos como votamos y, yendo más allá, por qué no salimos de la grave situación en la que llevamos sumidos más de medio siglo.
 Si me detengo a analizar por qué el país no evoluciona, llego a la conclusión de que es por falta de educación de todo tipo y en todas las clases sociales, desde el barrendero hasta el administrador de empresas; si a esto le agregamos la pereza de buena parte de la gente y su individualismo, podemos ir encontrando las razones que nos han impedido hacer que el país cambie.

He visto en muchos lugares, sobre todo en las redes sociales, la indignación despertada por los dos candidatos que lograron llegar a la segunda vuelta de estas elecciones presidenciales y por el hecho de que Zuluaga puntee en las encuestas; hasta los intelectuales del país se están rasgando las vestiduras en la coyuntura actual. Así, muchos se preguntan: ¿Pero qué le pasa a la gente en este país? ¿Es que no ven por quién están votando? ¿No ven lo que se nos viene encima si gana el candidato que quiere la guerra?
 Empero, aunque esos cuestionamientos son válidos, me parece que deberíamos ir más allá; por ejemplo, habría que preguntarse qué hicimos cada uno de nosotros en los pasados cuatro años para evitar lo que está pasando hoy. ¿Qué podemos esperar de un país donde la gran mayoría no quiere o no puede leer, donde poca gente es capaz de escribir a mano 700 palabras sin cometer errores de ortografía, de gramática o de registro, donde se opta por el camino más fácil (que es casi siempre ilegal, inmoral o anti ético) para llegar a sus objetivos? Un país donde, como sentenciaba William Ospina en los años 90, “ser inteligente consiste en ser ‘avispado’, es decir, capaz de engañar al otro sin escrúpulos; donde ser noble es ser idiota; donde diferir de los otros es despertar el coro de las murmuraciones”; donde el ciudadano de a pie (y hasta el de carro y de avión) es incapaz de resumir el programa de su candidato en materia de economía o educación, o resumir con certeza los principales episodios de la Historia de Colombia o de la religión que profesa. Mi respuesta a estas preguntas es: no mucho. Por consiguiente, repito, para mí el principal problema de nuestro país es, por un lado, la falta de educación en general y la falta de alfabetización política en particular, y por otro, nuestra pereza e inclinación hacia el facilismo.

Para los que vivimos en países del “primer mundo” es bien sabido que cada año cientos de jóvenes originarios de estas tierras viajan a Colombia para participar en proyectos humanitarios, culturales o políticos. Mancomunadamente con los líderes de organizaciones no gubernamentales locales e internacionales, estos foráneos, casi todos estudiantes o recién graduados de diversas carreras, principalmente de ciencias humanas o sociales, toman parte en programas mediante los cuales se busca formar a la población local en el tema de la democracia, la paz, los derechos humanos, los deberes y derechos de la ciudadanía, etc. La mayoría de esos programas se llevan a cabo en países en conflicto como el nuestro y lo interesante de esto es que, en general, los involucrados ya tienen una experiencia similar en sus países de origen. Esas personas cuentan con una amplia formación en lo que tiene que ver con el funcionamiento y disfuncionamiento de la Democracia ya que han estudiado estos temas en sus propios países, donde también hay graves problemas políticos y socioeconómicos. Una vez finalizada su estadía en el extranjero, casi todos regresan a casa tras haber vivido una experiencia humana, política y profesional que les sirve para trabajar en pro de la economía, la justicia social y la democracia en sus propios países.
 Muchos incluso siguen vinculados y colaborando con los países que les brindaron la oportunidad de aprender tanto. Personalmente, sé que este ha sido el caso de muchos europeos que han colaborado con alguna asociación u ONG en Colombia.

Conociendo esta situación, cabe entonces preguntarse: ¿Hacemos nosotros, los colombianos, cosas similares en nuestro propio país? ¿Nos involucramos en la “política real”, es decir, la de la calle y la de las organizaciones no gubernamentales? Además de criticar, compartir información interesantísima por Internet y de firmar peticiones, ¿los colombianos que queremos que este país cambie colaboramos sin ánimo de lucro algunas horas por semana en alguna asociación u organización que promueva la no violencia, la alfabetización, la democracia, la ecología, la solidaridad, el anti racismo, la economía social, el arte o la paz? ¿Nos indignamos en la calle o en nuestros lugares de trabajo o estudio como nos indignamos en Facebook? En mi caso particular, la respuesta lamentablemente es: muy poco. ¿Y la de los que están leyendo? En pocas palabras, hay extranjeros que, por las razones que sean, vienen a hacer a Colombia el trabajo que nos corresponde a nosotros.

No obstante, afortunadamente, una minoría de colombianos sí que está trabajando arduamente para que el país cambie, y es gracias a esa minoría expuesta, desinteresada, generalmente mal remunerada, anónima, solidaria, marginada y a menudo violentada o asesinada, que Colombia no está peor. Los problemas del país no se resolverán en tiempo de elecciones ni serán los políticos de la “casta” (como los llaman ahora en España) quienes nos saquen adelante; las elecciones son de cierta forma un examen parcial, y uno antes de ir a un examen tan importante se tiene que preparar. Esa preparación, larga y difícil, se debe hacer a diario y a todos los niveles, empezando por el más bajo, el de la calle, hasta llegar a la clase política, que no es el más alto ni el más digno, pero sí en el que yace el poder de decisión; y ¿qué encuentra uno en las calles y en el aparato político colombiano? En las primeras, violencia, pobreza, marginalidad, individualismo, facilismo, pereza, analfabetismo; en el segundo, indecencia, corrupción, codicia, mentira, indiferencia e inmoralidad.

Si queremos que haya políticos dignos que lleven a buen puerto los ideales de justicia social, dignidad, igualdad y paz de una democracia tenemos que irnos desde hoy mismo a las calles de este país a velar por los ignorados por el Estado y sus instituciones; ya está más que claro que en Colombia solo se reserva a los más débiles en su mano derecha, la de la represión y la sanción; la izquierda, la de la solidaridad, la educación, la protección, la salud, se muestra solo tímidamente y cuando les conviene a los políticos de turno.

Por ende, los colombianos que queremos ver una Colombia diferente y que hemos tenido el privilegio de estudiar, de viajar, de conocer otras culturas, de acceder a una universidad, a Internet, a los libros, a un trabajo digno, tenemos la obligación de trabajar por el país, estemos fuera o dentro de este. Esa minoría debe solidarizarse de verdad con la mayoría, ocupar el terreno que está en manos de los violentos, los corruptos y los que quieren mantener las cosas como están, crear nuevos partidos políticos, verdaderos medios de comunicación, nuevos líderes en todos los niveles de la vida económica, política y social del país; si no lo hacemos, nadie más lo hará y este país seguirá siendo un mar de desencantados, de lágrimas, de lamentos, de muertos y de migrantes. Sé que es difícil y que muchísimos colombianos hemos crecido en hogares apolíticos donde, para preservar la vida, se nos enseñó a huir de las manifestaciones, de los sindicatos, de los partidos políticos, a evitar hablar de política y mucho menos a participar en ella. Naturalmente, había y sigue habiendo razones para todo ello, pero ese es precisamente el 'divide y reinarás' que impone la clase política en casi todo el mundo y que tenemos que combatir. Si no nos unimos para vencer ese miedo, cada uno aportando a nuestro nivel y avanzando en bloque, dejaremos solos a los mismos de siempre, a los valientes maestros, trabajadores sociales, periodistas, artistas, trabajadores y políticos honestos que se aventuran individualmente; muy probablemente estos seguirán cayendo y con ellos las esperanzas de cambiar el país.

Para terminar, refuto la citada idea de JFK según la cual uno no debe preguntarse lo que hace el país por uno, sino lo que uno hace por su país; es una visión sesgada y bastante estadounidense de ver la vida; en otros lugares del mundo el Estado hace mucho por sus ciudadanos y estos se lo retribuyen de diversas formas. Así que hay que preguntarse mejor qué hace su país por uno y, claro está, qué hace uno por su país.

La cuestión no radica pues en si hay que dejar o no Colombia o el país en el que uno se ha radicado; mucho menos cabe insultar a los que se quedan o a los que se van. Personalmente, conozco gente dentro y fuera que está haciendo cosas maravillosas por Colombia; el punto está más bien en centrarnos en lo que hacemos como ciudadanos por el país y nuestros conciudadanos, donde quiera que estemos, y no solo por nuestra familia e intereses personales. Ahí yace, para mí, la clave del cambio en Colombia.

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