Hace unos días escribí una columna de opinión, léanlo con detalle, OPINIÓN, que, gentilmente público el sitio web Las2Orillas. Se trataba de mi visión personal de las mentiras descaradas de un populista notable llamado Gustavo Petro. Las reacciones de los “petristas” no se hicieron esperar y ellos “con mucho respeto”, me tildaron de uribista, paraco, farsante, servil de los intereses de la derecha criminal, compañero de andanzas de María Andrea Nieto (qué más quisiera) de la revista Semana y cualquier cantidad de “respetuosos” epítetos que tranquilamente me limite a leer y a no responder. Además de gritar virtualmente su único argumento contundente, “Petro presidente”, y de atacar mis puntos de vista, no dijeron nada de las realidades económicas y sociales que giran tras las falsedades de su ídolo de pies de barro.
Si hubiera atacado a Uribe, que se sabe cometió errores en su gobierno, pero que logró éxitos en la seguridad y en la economía; o a Duque, que, junto a Santos, han sido los peores gobernantes desde que inició el milenio, es probable que los petristas me hubieran elevado al Olimpo supremo de sus preferencias lectoras. Pero como ataqué a su bien amado caudillo, se ocuparon, cual sagrada inquisición petrista, a insultarme directamente y, algunos, con supuestos textos que encabezaban “con mucho respeto”, para luego denostar con gusto en mi contra.
Debo aclarar, en primer lugar, que no recibo emolumentos del uribismo y que Las2Orillas se limita a publicar (cosa que agradezco) mis opiniones que, a algunos les gustan y a otros no, pero que son mis reflexiones personales. Ya lo aclara siempre Las2Orillas en su espacio de la Nota Ciudadana. Además, me pareció injusto que dijeran que Las2Orillas es un pasquín de derecha, cuando ellos publican opiniones de cualquier ámbito político sin establecer una línea editorial sesgada a un campo u otro.
En segundo lugar, lean un poco de economía básica. Hay excelentes libros a disposición de ustedes tanto en versión digital como en versión impresa (visiten las hermosas y muy completas bibliotecas que existen en diferentes lugares del país) que afirman con detalle lo peligroso de una emisión monetaria de dinero inorgánico. También hay muchos escritos respecto a lo absurdo que es dedicarse a una actividad económica planificada por el Estado que no tiene ni la capacidad ni el conocimiento total de lo que realmente requiere una economía real de mercado.
Un ferrocarril a cualquier parte se puede construir, pero hace falta un estudio serio, años de trabajo y no basta con una promesa hecha en medio de un discurso improvisado sobre cualquier tarima en medio de la febril desesperación política para hacerse con el poder. Por ejemplo, Chávez, en Venezuela, hizo la misma promesa y allá están todavía esperando el famoso ferrocarril que prometió por allá en 1998.
Que Bogotá quedó hecha un desastre durante su mandato como alcalde y que don Petro se escudó en aquello de “es que no me dejan gobernar”, “es que es muy poco tiempo para todo lo que tengo que hacer”, “es que Ordóñez me sancionó”, etcétera, pero lo cierto es que el Bronx era un hervidero de delitos y el nunca hizo nada, que uno caminaba por esas calles dejadas de la mano del alcalde y tenía que andar con el padre nuestro en los labios para no ser víctimas de un delincuente o de cualquier banda de malhechores, y que TransMilenio degeneró en un peor servicio por su falta de autoridad y su velada autorización que permitió a medio mundo pensar que era mejor colarse que pagar un pasaje.
Aclaro que no soy periodista (un periodista informa objetivamente), soy un ciudadano que opina. Eso, señores, forma parte de la libertad de expresión, del derecho a disentir, de la esperanza que tiene cualquier persona a dejar oír su voz en medio de la gritería de los fanáticos que defienden a capa y espada a cualquier aspirante a tirano, sea de derecha, de centro o de izquierda.
En nuestra pobre Latinoamérica abundan los gritones, los mentirosos, los caudillos de pacotilla, los mediocres que usan nuestras naciones como tubos de ensayo para propuestas absurdas, aquellos que desean tomarse el poder por el poder mismo. No somos países de ciudadanos sino republiquitas donde la masa amorfa del pueblo se engolosina con falacias, con el verbo fácil del populista, con las ilusiones del subsidio y la venganza del salvador de la patria contra las rancias oligarquías que tienen el poder que ellos desean ardientemente.
Mi padre, un hombre trabajador y honesto, una vez me dijo: “Dicen que somos una democracia, pero en realidad no somos demócratas”; qué tan cierta y valiosa era esa afirmación. No elegimos presidente (que debería ser un servidor público que administre el Estado en función de la mejor calidad de vida de los ciudadanos), sino reyezuelos que vienen a disfrutar de los groseros privilegios del poder. Y, duélale a quien le duela, considero Petro es uno de los peores en esta terrible lista de opciones para este penoso proceso electoral de 2022.