En primer lugar permítame aclararle que no escribo “la respuesta de un judío sionista”, sino la réplica de un antropólogo social ateo, criado en una familia católica cundinamarquesa. Eso para dejar sentado que no hablo en defensa de las convicciones religiosas de las que carezco. Lo hago en defensa de lo que sé sobre una realidad social, política y religiosamente compleja, simplificada en su texto al punto extremo de construir una caricatura con tonos humanitaristas y tintes antisemitas, que incita al odio religioso.
Hace días leí su texto en Las 2 Orillas, y pasé de largo porque me pareció superficial y maniqueo, pero no se me ocurrió que debía responderle públicamente. Pero viendo el noticiero de las 11 de la noche en Alemania, donde vivo, me topé con una noticia que me convenció de que debía hacerlo. Pensé que tengo que intentar que algunos de los que lo leyeron y lloraron de compasión y odio, me lean y consideren la posibilidad de que la situación sea más compleja de lo que usted dice, a ver si odian un poco menos sin por eso sentir menos compasión por las víctimas de los bombardeos sobre Gaza.
La noticia de la que le cuento hacía referencia al rebrote antisemita que ha producido en Alemania y Europa una manera de hablar de ese conflicto que lamentablemente coincide con el enfoque de su texto: aquella que implica vincular el judaísmo como fenómeno religioso y cultural con la política aplicada por el Estado de Israel en el territorio de fronteras difusas que hoy conocemos como Israel-Palestina. Esa misma que supone dar a entender que los judíos o israelíes en general son sionistas y en consecuencia todos cometen atrocidades contra los palestinos. Y digo “dar a entender” porque usted es cuidadoso en el texto y no siempre dice esas cosas, que circulan libremente entre las líneas gracias a las generalizaciones ligeras que le permite el hecho de que se dirige a “un judío sionista” abstracto, como si todos fueran iguales, sin aclarar cuántas contradicciones hay en el sionismo como movimiento, sin decir que no todos son como ese ser detestable que usted pinta apoyándose en una triste realidad, pero que no es universal como usted lo da a entender.
Por eso, y porque sé que Colombia es un país de una larga tradición antisemita muchas veces ignorada, veo que su texto refuerza viejos odios cultivados por insignes políticos como Luis López de Mesa y Laureano Gómez. Es decir que contribuye a alimentar los odios tradicionales de tantos compatriotas nuestros por los judíos, a actualizar el antisemitismo criollo que existe desde mucho antes de la existencia del Estado de Israel, los odios medio automáticos hacia un grupo étnico casi desconocido en Colombia porque gracias a los políticos antisemitas de los años 30 y 40 muy pocos de los que querían huir del genocidio nazi lograron refugiarse en el país. Dicho de otro modo, su texto refuerza las ideas equivocadas de mucha gente entre la que se encuentran varios colegas y amigos míos, según las cuales a los judíos hay que odiarlos con la mente y el corazón porque son gente aprovechada, sectaria, y de unos años para acá masacradora de palestinos.
Encima de todo su primer párrafo parte de una presunción cuando menos egocéntrica: dice que el suyo es “un llamado a la cordura a un judío sionista”. Se equivoca, profesor, si piensa que el sionismo es un movimiento de locos que dejarán de ser sionistas cuando recuperen la cordura. Si realmente está convencido de eso lo invito a ni siquiera intentar discutir con ellos, primero porque eso supone una contradicción lógica y una pérdida de tiempo, pues cualquiera sabe que es absurdo discutir con locos. Segundo porque si yo tengo razón y los sionistas no están locos sino que están muy cuerdos y son muy inteligentes aunque encarnen un proyecto que muchos consideran detestable, el que quiera oponérseles y parta de considerarlos locos está perdido.
Hecha esta larga introducción le digo que voy a responder a las cuatro distorsiones más graves de su carta: el asunto aquél de quien va “cada año a empuñar las armas en los checkpoints y en los controles”, su asociación entre el contenido de la Torá y el sufrimiento de los palestinos, el silogismo contrahecho según el cual Israel no es un Estado moderno y en consecuencia no es un Estado, y la cándida idea de que la brutalidad de su “judío sionista” le viene de no ser un hombre ilustrado que ha comprendido a Voltaire y leído a John Locke, es decir de no ser un hombre culto como usted. En ese contexto confieso que uso el mismo juego retórico que usted en su “Carta a un judío sionista”: la verdad es que no le dirijo esta nota a su destinatario oficial, sino a aquellos lectores que eventualmente se puedan dejar persuadir, no en este caso por los silogismos contrahechos ni las caricaturas, sino por los fragmentos de la realidad de la que usted no habla en su acusación y en consecuencia oculta, y que yo quiero nombrar en las líneas que siguen.
Usted declara que no hay que ser políticamente correcto sino sincero, pero su carta es un monumento a la corrección política, que dicta hoy día que hay que meter a los israelíes, el sionismo y el judaísmo en la misma bolsa negra. Eso es lo políticamente correcto. Lo sincero es decir que la realidad es más compleja que el esquema simplista de la guerra entre judíos sedientos de sangre y palestinos buenos, en el cual los palestinos encarnan la versión moderna de la vieja metáfora imperialista de “buen salvaje”. También es sincero decir que entre los judíos sionistas hay gente que no va “cada año a empuñar las armas en los checkpoints y en los controles” como usted se lo reprocha a su “perfecto judío detestable”.
Lo sincero no es reproducir los lugares comunes simplistas que constituyen el alimento espiritual de los progres y sus odios gregarios, sino llevarles la contraria mostrando las equivocaciones flagrantes y la precariedad de esos prejuicios, la vocación genocida de ciertas protestas pretendidamente humanitaristas detrás de las cuales a veces se esconden organizaciones neonazis como las que empiezan a pulular en Bogotá, y que disfrazan su viejo antisemitismo de renovado amor por los palestinos (http://www.tercerafuerzanacion.org/textos_revi2F.html). Y aclaro que no lo acuso a usted de ser un neonazi, pero le reprocho reproducir a través de dos medios masivos de comunicación viejos estereotipos y falsedades que esos grupos también usan en sus campañas de odio.
Lo sincero, profesor, es decir las verdades incómodas, aunque hacerlo le valga a uno el estigma de pro-sionista, cripto-judío, filo-genocida y tantos otros “halagos” que suelen florecer en esos casos, y que conozco de primera mano. ¿Sabe usted que hay numerosos judíos sionistas que son objetores de conciencia y en consecuencia se oponen activamente a “empuñar las armas en los checkpoints y en los controles”? Si no lo sabe o lo olvidó cuando se sentó a escribir le recomiendo la tesis que escribió sobre eso Yael Weisz-Rind en la London School of Economics en 2004.
Para pasar al siguiente tema: ¿sabe o recuerda usted que muchos de los que se niegan a “empuñar las armas en los checkpoints y en los controles” precisamente encuentran el modo de hacerlo ingresando a una Yeshivah, una escuela religiosa? Muchos otros consiguen certificados médicos falsos, fingen enfermedades mentales o simplemente huyen del país. Pero hablo acá del pacifismo religioso judío para contradecir el estereotipo antisionista pero al mismo tiempo antisemita que usted arma y eleva a estigma universal con aquello del “judío sionista” genérico al que está dirigida oficialmente su carta: ese sionista que no se resiste a oprimir militarmente a los palestinos, ese sediento de sangre que según usted comete atrocidades “meditando en la última página leída de la Torá”. ¿Le manda usted cartas parecidas a los fundamentalistas cristianos y musulmanes, o a los perpetradores de los falsos positivos asumiendo que cometen atrocidades “meditando en la última página leída” de la Biblia, el Corán o la Constitución? Esos son libros sagrados en los que ciertamente se defiende el uso de la violencia contra el prójimo por razones religiosas o de Estado, y son utilizados para justificar tanto cosas reprobables como cosas nobles. Pero la acusación general de que “la gente” comete atrocidades meditando en sus páginas suena terrible y ofensiva para el que los conozca y crea en ellos. ¿O no?
¿Piensa usted que los militantes de la Falange cristiana del Líbano, que se aliaron con Ariel Sharon en 1982 y mataron entre 762 y 3500 palestinos y musulmanes libaneses en las masacres de Sabra y Shatila, meditaban sobre la última página leída de la Biblia mientras cometían todo tipo de atrocidades que hoy muchos sólo le atribuyen al sionismo? ¿Dónde deja usted a la ultraderecha sionista que en muchos casos es secular y choca con frecuencia con sectores religiosos? ¿Sobre qué libro piensa usted que meditan esos que empuñan las armas pero desprecian la Torá? ¿Y dónde deja usted a los que se oponen al sionismo o se consideran sionistas pero se rehúsan a “empuñar las armas en los checkpoints y en los controles”, precisamente inspirados por la Torá? (http://www.beki.org/conscientious.html) ¿Le parece que los judíos llamados ultraortodoxos, los Haredim del movimiento Naturei Karta (http://www.nkusa.org) no leen la Torá y por eso se oponen al sionismo e incluso en muchos casos se niegan a vivir en Israel? ¿O leen otra edición? No, profesor de Currea: ni las atrocidades son musicalizadas por los versos de la Torá, ni los que las cometen y los que se oponen a ellas leen distintas ediciones del Libro. Tampoco es serio académicamente y mucho menos responsable políticamente incitar al odio religioso diciendo en medios de amplia difusión como El Espectador y Las 2 Orillas, en un país con larga tradición antisemita como Colombia, que “el judío sionista” comete atrocidades “meditando en la última página leída de la Torá”.
Lo que usted tendría que decir si fuera sincero y responsable es que tanto la Torá como la Biblia, el Corán y la Constitución colombiana inspiran tanto atrocidades como acciones nobles. Y en lugar de incitar al odio religioso entre sus lectores los ilustraría sobre lo diversos que son el judaísmo, el sionismo y la sociedad israelí como fenómenos culturales. Sobre cómo parte de la ultraderecha sionista no es religiosa judía sino secular o fundamentalista cristiana (http://www.cufi.org). Sobre cómo hay gente profundamente religiosa que se inspira en la Torá para luchar a favor de los derechos de los Palestinos. En síntesis, si usted fuera sincero en relación con una realidad que es compleja y rica, no recurriría al viejo género literario del libelo antisemita, caracterizado por la mezcla del odio religioso, la estigmatización étnica y el populismo de apariencia humanista, como medio de la satanización de un pueblo tan diverso como el de los judíos. Usted me reprochará con la aclaración de que dirige su carta “a un judío sionista”, y no a todos los judíos. Y señalará como botón para la muestra la parte de su texto donde habla de su amiga, que al parecer es una colonialista cínica: “Claro que tengo amigos judíos, una de ellas me enseñó más que algunos palestinos, cuando me dijo: ‘Soy ocupante, vivo en un país que no es mío, soy una visita que se adueñó de la casa ofrecida’.”
Si no fuera porque es un asunto que me resulta triste y peligroso le contestaría medio en broma contándole que vistas las otras partes de la “carta” ese dato no me impresiona, porque en mi experiencia de inmigrante en Alemania he conocido el cariño sincero de personas que a pesar de todo son claramente xenófobas en relación con los extranjeros con quienes no los unen la amistad o el amor. ¿Qué le vamos a hacer? Así de contradictoria es la gente. Pero mejor le contesto de otro modo: contándole sin ánimo de bromear que es precisamente por esas asociaciones simplistas y maniqueas entre la religión judía y el sufrimiento de los palestinos, hechas a veces por gente que tiene amigos judíos “de los buenos”, que en países como Alemania, Francia o Bélgica ocasionalmente sucede que muchachos de familias musulmanas atacan con armas de fuego o golpes a sus vecinos judíos, a quienes hacen responsables de los crímenes de los colonos sionistas en Palestina. Usted que seguramente lee las noticias lo debe saber. No sé si sepa de las manifestaciones y ataques antisemitas-antisionistas en Berlín, Frankfurt u Offenbach, pero seguramente sabe de las masacres en una escuela de Tolouse, Francia, y en el museo judío de Bruselas, Bélgica (http://www.tabletmag.com/jewish-news-and-politics/178958/frances-toxic-hate-1-nemmouch?all=1). Y usted seguramente sabe que esos ataques contra los judíos europeos en muchas ocasiones hacen blanco precisamente en aquellos que se quedaron acá reconstruyendo sus comunidades diezmadas por los nazis, y llevan décadas negándose a dejar Europa para inmigrar a Israel. Pero eso es lo que producen las mezclas de odio religioso o racial e indignación política como aquella a la que usted nos invita: situaciones amargamente absurdas.
Dos cosas para terminar. Por un lado el silogismo contrahecho que usted formula, según el cual si un Estado no es moderno, entonces no es Estado. Arranquemos por considerar el hecho de que si usted estuviera en lo cierto tendríamos que reescribir la historia para dejar de llamar “Estados” a todos los Estados premodernos que han existido. Y sigamos con señalar lo interesante que resulta que usted que es Colombiano como yo, y ha vivido bajo ese Estado brutal de “la Constitución más garantista de la historia y la larga tradición democrática”, pero también de las torturas, las desapariciones, el exterminio de la UP y “los falsos positivos”, olvide lo que desde hace décadas formuló por primera vez Theodor Adorno y han desarrollado tantos después de él: que la modernidad y la brutalidad política, étnica y de todo tipo no son enemigas, sino que se acompañan como la sombra y el cuerpo. ¿Opina entonces también que el Estado colombiano no es moderno y en consecuencia no es Estado?
Claro, es de todos sabido que desde los estados colombiano e israelí se ejercen violencias distintas, pero supongo que coincidirá conmigo en que no son más víctimas las de la ocupación de Palestina que las de la relatifundización del Magdalena Medio, ni menos exiliados los palestinos de la diáspora que los que sobrevivieron al exterminio de la UP tomando también el camino de la diáspora. Y advierto que no me interesa negar lo innegable: la situación de opresión étnica que viven los palestinos dentro de Israel incluso si son ciudadanos de ese Estado, en los territorios ocupados y en los países vecinos que usted no nombra, pero donde viven “de arrimados”, y donde según me contó un amigo libanés hay gente que usa la palabra “palestino” como insulto, del mismo modo que en Ibero-América se lo hace con la palabra “indio”.
Plantear ese asunto del Estado me lleva de nuevo al punto central que quiero defender en esta respuesta pública: la simplificación extrema que usted hace de la realidad quizá resulta útil para hacer llorar, como dice el subtítulo de su texto, pero no sirve para ayudar al lector a pensar más allá de los viejos estereotipos y odios. Es un esquema efectivo para conmover y radicalizar porque apela a explicaciones sencillas y oposiciones elementales que no siempre coinciden con la realidad y sus complejidades, pero sí coinciden con la tradición cristiana, sectaria y aniquiladora que han cultivado décadas de bala, aguardiente y agitación desde los púlpitos en nuestro país.
Profesor de Currea: no me parece que valga la pena dirigirse a grandes audiencias para reforzar estigmas, cultivar odios y “hacer llorar”. Por eso quiero decirle con todo respeto que con ese silogismo contrahecho de “Israel no es un Estado moderno, en consecuencia no es Estado” en lugar de explicar, confunde. ¡Claro que es un Estado! No sólo eso: es uno de los más poderosos de Medio Oriente. Es al mismo tiempo moderno y brutal, como el colombiano, el estadounidense y tantos otros que conocemos. Y en esa característica de Estado moderno anida no solamente su brutalidad, sino también las posibilidades de que un día deje de ser lo que es hoy y sea mejor, sin discriminación étnica: que sigan prosperando y extendiéndose en Israel las iniciativas de muchos de sus ciudadanos de origen judío o musulmán, que como los militantes de Zochrot (http://www.zochrot.org/en) luchan para reconstruir la memoria de la expulsión de los palestinos de sus tierras, por marcar los sitios donde alguna vez estuvieron sus aldeas, por conquistar su derecho a retornar y vivir en un solo Estado democrático junto a sus hermanos de origen israelí. Lo invito a que aprenda de las personas que integran esos grupos de los que usted no habla, o de las que integran Breaking the Silence, una organización de ex-soldados que luchan contra la ocupación (http://www.breakingthesilence.org.il), sin por ello perseguir el genocidio que supondría “lanzar todos los judíos al mar”, como desean muchos.
Quiero referirme brevemente, para finalizar, a la ingenuidad con la que usted reduce la violencia ejercida por el Estado de Israel a la falta de ilustración sobre las verdades de Voltaire y John Locke. Me conformo con señalarle que si asumimos que lo que usted dice es cierto nos veremos en la necesidad de reescribir la historia, falseándola para propagar la mentira de que ningún gobernante de los que han estado al mando de enormes operaciones de violencia continuada sobre pueblos y enemigos políticos leyó a esos autores que usted menciona. Pero sobre la compatibilidad de la sofisticación intelectual y el ejercicio de la violencia se ha escrito mucho, así que no me extiendo. ¿Opina usted también que los fundamentalistas católicos que hoy combinan en Colombia todos los métodos de lucha para refundar el país y dotarlo de un Estado premoderno a prueba de feministas, homosexuales y víctimas de crímenes de Estado, tampoco pueden comprender a Voltaire ni han pasado una tarde leyendo a John Locke?
Profesor de Currea no lo invito a que me responda en público ni en privado. Sinceramente me parece que meternos en una serie de dimes y diretes en defensa de nuestras respectivas honras intelectuales y políticas sería gastar pólvora en gallinazos. Lo invito mejor a contribuir desde su posición privilegiada de columnista a la difícil tarea de presentarle a los lectores la realidad en su complejidad, sin simplismos ni maniqueísmos. Esa es una posibilidad de propiciar que la gente vea más allá de los estereotipos fáciles y equivocados, y descubra que entre sus enemigos imaginarios puede encontrar aliados reales para luchar contra las fuentes materiales y políticas del sufrimiento humano. Esa es, en síntesis una posibilidad de contribuir a que haya un poco menos de odio innecesario entre la gente que nos lee, y de coincidir con muchos, quizá sin quererlo, en la realización de una de las misiones que le encomienda la Mishná, uno de los libros sagrados del judaísmo, a quienes practican esa religión: Tikkun Olam!, que significa “¡repara el mundo!”. Como ateo estoy convencido de que ese es el punto central: en lugar de sembrar vientos para recoger tempestades deberíamos dedicarnos a reparar el mundo, y si no es posible por el momento, al menos cuidarnos de no seguir desbarajustándolo.