¡Respeto por Gina!
Opinión

¡Respeto por Gina!

Algunas de las pancartas exhibidas en las manifestaciones en protesta por el contenido de las cartillas de convivencia, muestran el lado más turbio, procaz e intolerante de Colombia

Por:
agosto 12, 2016
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Nuestro principal lío, en Colombia, no radica en que seamos diferentes o pensemos distinto unos y otros. Es la incapacidad de dirimir y superar las diferencias, cuando ello es posible, o de convivir, pacíficamente, en la diversidad. Para que ello ocurra hay un ingrediente imprescindible: el respeto.

Las marchas del miércoles pasado, a las que con certeza asistieron muchos de buena fe, también sacaron a flote el enorme reto de convivencia respetuosa que Colombia tiene por delante.  Algunas de las pancartas exhibidas en las manifestaciones del miércoles pasado, en protesta por el contenido de las cartillas de convivencia, muestran el lado más turbio, procaz e intolerante de Colombia.

Me disculpo por citar una de ellas, ya conocida en redes sociales, portada por una mujer, en Santander, que ilustra nuestra enfermedad de intolerancia: “Parody, su puta madre la crió sádica, puta y desvergonzada y permitió que abusaran de usted. ¿Le gustó mucho y quiere lo mismo para todos nuestros niños?” Agresión sin nombre, desgarradora, brutal, absolutamente alejada de la realidad del tema que, supuestamente, convocaba.  Las palabras son, también, hechos. Dolor, vergüenza y también miedo son los sentimientos que proyectan expresiones de tal talante. Un abrazo para Gina con el mensaje de firmeza y de capacidad de liderar debates necesarios enmarcados en el mayor respeto por los diferentes puntos de vista. Respeto: ese es el diferenciador.

No pretendo, de forma ingenua, decirle a los políticos detrás de la promoción de las marchas que, por favor cambien, que sean respetuosos y queridos, que no utilicen información falsa o incompleta.  Están en lo suyo. Y, en la medida en que consigan vincular el tema de las cartillas con el plebiscito por la paz, mejor para ellos. Dirigentes que instan a sacar, de algunos, lo peor de su alma, la violencia.  No hay antídoto diferente al de buscar informar de manera transparente, debatir, modificar, buscar consensos. Bajo ninguna circunstancia, quienes discrepamos de ellos, podemos acudir a métodos parecidos a los que condujeron a la exhibición de mensajes como el aludido.

Hace pocos días, en otras latitudes, el señor Trump, en público, afirmó que su contendora en la carrera presidencial iba a eliminar la segunda enmienda constitucional, la que permite la compra y porte libre de armas en Estados Unidos, insinuando que, de todas maneras, del pueblo en armas dependería lo que la señora Clinton pudiera o no hacer en caso de ser elegida.  O sea, una puerta abierta para que algún emprendedor a nombre de la constitución, la asesinase (el miércoles pasado la declaró co-fundadora de ISIS).  Veinte años atrás, Rabin, el líder israelí, cayó asesinado por alguien convencido de su calidad de traidor a raíz de sus disposición para los acuerdos de Camp David con los palestinos (a propósito, Netanyahu, el primer ministro de Israel,  fue uno de los promoteres del mortífero cliché en contra de Rabin).

Varios puntos de reflexión:

Hay muchos tipos de familia en la vida real. Por múltiples razones, las familias colombianas no son, necesariamente, las compuestas por el padre y la madre, felizmente casados por la Iglesia, y los hijos nacidos del amor.  No se reconoce, de manera explícita, que las familias son diferentes: Niños criados por la abuela, hijos de madre cabeza de hogar, niños cuidados por su papá, sus tíos, por su madre y su nueva pareja, o por hogares del Bienestar Familiar, en fín. El tema es importante porque muchos niños,  mujeres y hombres no clasifican dentro del esquema de la familia de papá y mamá: son, de alguna manera, “anormales”.  Dicho lo anterior, ¿cómo evita la sociedad colombiana que se repitan casos como el de Sergio Urrego?

Otra arista de análisis: ¿Quién dijo que “secular” significa respeto por la diversidad sexual y viceversa, que “religioso” representa exclusión?

Los regímenes de Hitler, Mussolini, Stalin y tantos otros de derecha e izquierda, seculares, incluido el cubano, persiguieron de forma implacable a los homosexuales, a pesar de tratarse de estados no regidos por dogmas religiosos (aunque los sucesivos líderes fueron objeto de un religioso culto a la personalidad).

 

Que Colombia tenga un estado secular
parece no incidir en el auge homofóbico
que presenciamos

 

Que Colombia tenga un estado secular parece no incidir en el auge homofóbico que presenciamos. Las creencias religiosas personales de sus líderes, parecen primar sobre los mandatos constitucionales. Individuos educados en instituciones seculares crecimos construyendo un sentido del humor que caricaturizaba y discriminaba a través de variadas formas de bullying lo que de niños y jóvenes “machos” considerábamos comportamientos amanerados…. El caldo de cultivo que hace pocos años condujo al suicidio de Sergio Urrego.

Al contrario, líderes religiosos contemporáneos, abogan por la convivencia en la diferencia. Decía el papa Francisco en 2013: “… si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad, quién soy yo para juzgarla. El Catecismo de la Iglesia Católica explica y dice que no se deben marginar a esas personas y que deben ser integradas en la sociedad…”.

Lo anterior conduce a una reflexión acerca de la espiritualidad. Se pensaría que ella guarda relación con la reconciliación, la tranquilidad de espíritu, la compasión. Este país, en el que en las últimas décadas han convivido católicos, seguidores de múltiples iglesias y no creyentes, se lanza, de pronto, a verdaderas cruzadas asociadas al lenguaje más intolerante. En particular, guardo el mejor recuerdo de Vivian Morales en el Congreso de Colombia por la calidad de los debates que emprendía, siempre caracterizados por el respeto.  Más allá de sus creencias personales, respetables, ¿cuándo y por qué se volvió tan agresiva?

Finalmente, el insondable asunto de la doble moral. Estuve vinculado en los 90, al Bienestar Familiar. En una ocasión se realizó allí una sesión terrible, en la que menores de edad prostitutos (así se llamaban ellos mismos en ese momento) con Sida exponían el drama de sus vidas. Un patrón común: sus clientes solían ser señores casados con hijos que, en carros muy finos, les recogían en la carrera 15, al norte de la 72.

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