Al cerrar el ciclo 37 de los diálogos de paz en La Habana una palabra retumbó: Comisión. Los negociadores de las Farc y del gobierno acordaron crear una Comisión de la Verdad que esclarezca lo ocurrido, reconozca y dignifique a las víctimas y promueva la convivencia en los territorios arrasados por la guerra. Si estos tres objetivos se cumplen, la paz no tiene reversa.
Sin embargo, la condición extrajudicial que tiene la Comisión hizo que muchos colombianos se rasgaran sus vestiduras y elevaran gritos de inconformismo ante lo que consideran una injusticia gigantesca. Esa es una forma respetable de ver el resultado más significativo del último ciclo de conversaciones, pero hay otra. El dolor que nos embarga al sufrir el conflicto armado más largo del mundo debe obligarnos a pensar distinto. ¡Basta ya de generar venganzas¡ ¿Acaso no es suficiente con las toneladas de cadáveres de colombianos que han dejado las retaliaciones desde la Guerra de los Mil Días?
Hace poco sufrimos muertes de soldados y guerrilleros, que son nuestros compatriotas más golpeados y que además pertenecen a los sectores más pobres de esa ridícula exclusión social de los estratos. La tensión se hizo presente y muchos celebraron porque el proceso de paz se iba al traste. Lamento decirles que no. A pesar del levantamiento de la tregua: hay voluntad de paz, aunque la mesa se desarrolle en plena guerra. Por eso se habla de Comisión, no de amnistía, aunque los enemigos de la paz crean que esas dos palabras son sinónimos.
No obstante, la amnistía no es una locura demoniaca. Uruguay, país cuyas políticas y mandatarios nos hacen sentir orgullo como suramericanos, entregó una amnistía a los crímenes perpetrados durante el periodo de la dictadura cívico militar (1973 – 1985). El conflicto fue diferente, las dimensiones y las dinámicas también, pero el pueblo decidió en las urnas que los perpetradores no pagaran cárcel. En el país de José Mujica, en 1989, también se alzaron voces que condenaron la amnistía indiscriminada y la vieron como una ofensa contra la justicia, pero el pueblo votó y, democráticamente, aprobó la Ley de caducidad de la pretensión punitiva del Estado, bajo el mandato presidencial de Julio María Sanguinetti Coirolo.
Si como colombianos creemos que somos de valor inestimable y nos ufanamos de ser mejores seres humanos que nuestros vecinos continentales, pues fijemos la mirada en otro continente igual o más golpeado que el nuestro: África. En Sudáfrica, por ejemplo, la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (1995 – 1998) obtuvo los testimonios horrendos de los miembros del apartheid. Las atrocidades relatadas permitieron avanzar en la solución del conflicto, proceso en el que la valentía de las víctimas se llevó al extremo, como lo expone el historiador italiano Carlo Ginzburg, al sostener que: “Muchas víctimas del apartheid y las familias de las víctimas presenciaron la declaración detallada en el juicio de torturadores y asesinos del régimen caído: la experiencia debió ser inexpresablemente dolorosa. Pero nadie les pidió que perdonasen, nadie les sugirió que olvidasen”.
Antes de creernos el ombligo del mundo, debemos aprender de otras experiencias que lograron finalizar conflictos espantosos. Debemos asumir que la paz nos trasciende y que los retos son muchísimos para conseguirla. Debemos respetar, aportar, garantizar y vigilar que la Comisión de la Verdad logré sus objetivos; si lo conseguimos, estaremos en la recta final del camino hacia la paz. No es un retroceso privilegiar la memoria y otorgarle un valor extrajudicial a las confesiones de los criminales. Sus juicios serán históricos, pero habrá paz. ¿Acaso así no ganamos todos?
Por: @faroukcaballero