Quisiera empezar con el 17 de junio. Aunque estaba muy esperanzada por todo lo que significó la campaña de Petro en el país, confirmado por los más de 8 millones de votos a su candidatura, los resultados arrojaron como ganador a Duque. Se sentía el odio profundo y el miedo que había generado la otra campaña en un amplio sector de este país. Además, fue difícil ver los vídeos con entrevistas preguntando por las propuestas del candidato que ganó, cuando las respuestas eran “no sé ninguna”, “en este momento no me acuerdo” y “pues es el que dice Uribe”. De ahí la enorme desilusión.
No obstante, la esperanza retornó. Más de 8 millones de ciudadanos libres se decidieron para que tuviéramos un cambio,que le apostaron a un proyecto político de gobierno lejos del continuismo bipartidista que nos ha tenido jodidos desde el nacimiento de la república, desde hace poco más de 200 años.
Por eso, era de esperarse que las “fuerzas oscuras” iban a reaccionar con todo una vez llegaran al poder sus mentores. “Estamos de nuevo en el poder” nos gritan con la sangre de la masacre en Argelia (Cauca), pero también con el exterminio sistemático de los líderes en estos últimos años, y que se incrementan esta semana como si pusieran el dedo criminal. Qué miedo, me repito todos los días y me pregunto, ¿cómo se le hace resistencia a las balas?, ¿cómo se puede resistir a una muerte ordenada y planificada?
El asesinato sistemático de nuestros líderes y la espeluznante amenaza a la profesora Magda Deyanira Ballestas, en el municipio de San Pablo, sur de Bolívar, son la vuelta a un estado de zozobra, miedo y terror, como el que se vivió en las décadas anteriores cuando fueron exterminados movimientos y organizaciones enteras. Estas son declaraciones de guerra, de una guerra asimétrica, inhumana e injusta, porque aquellas personas, líderes y lideresas que han dedicado y entregado su vida a las labores comunitarias de sus regiones no poseen más que sus manos, sueños y esperanza para defenderse. En consecuencia, lo más duro de entender es la indiferencia de la mayoría en Colombia, cuando les dan la espalda. Parece que estas personas solo les importan a un grupo de gente consciente de la historia reciente de este país, que naturalizó la violencia y el crimen político, donde incluso muchos cuestionan los logros, como la desmovilización de más de 7 mil combatientes y la entrega de armas del acuerdo firmado con la guerrilla de las Farc.
Por otro lado, tenemos el relato de Medellín, ciudad que no ha superado en los últimos 30 años la espiral de violencia, que una vez fue escandalosa, como en los años 90, y luego disminuyó las estadísticas de muertes violentas. Seguro muchos recuerdan la famosa Operación Orión, célebremente recordada por la barbarie y los crímenes que se cometieron desde aquel día dentro de las cerca de 15 operaciones militares que se realizaron en la comuna 13 de Medellín durante la presidencia de Álvaro Uribe, la alcaldía de Luis Pérez y el ministerio de Defensa de Marta Lucía Ramírez. Esas heridas y secuelas aún no han podido subsanarse por la negligencia institucional. Desapareciones, asesinatos y enfrentamientos. Hoy la comuna 13 continúa bajo asedio de los grupos herederos del paramilitarismo que colaboraron durante la operación Orión [1].
Los medios guardan silencio acerca de lo que está pasando en la comuna 13. Hay combos enfrentados por el control territorial, toque de queda en varias zonas de Belencito Corazón, varios barrios sin transporte público, aumento de la deserción escolar y de nuevo los asesinatos. Hace unos días conversaba con una señora que vive allí y hablaba de lo que venía haciendo el Ejército. Según ella, este estaba realizando un proceso de infiltración en los grupos que tienen dominado el barrio en este momento, ayudando al control territorial y atemorizando a las personas anunciando con orgullo un remake de la Operación Orión.
Me queda el sinsabor, ¿no han sido suficientes los muertos?, ¿alguien de verdad cree en la efectividad de estas operaciones militares? Yo personalmente creo que solo es teatro para gastar balas y dar publicidad a un alcalde experto en show mediático, como si en lugar de gobernar eficazmente para la ciudad prefiriera mantener una imagen de papel. Llevamos décadas en guerra frontal contra el narcotráfico, hoy no solo no hemos acabado con este grave problema, sino que ha ingresado un nuevo socio: los carteles mexicanos. Medellín, la desigual y en donde ser pillo da estatus a un montón de jóvenes desesperanzados y que no avizoran futuro, es caldo de cultivo perfecto para una guerra que parece no tener fin.
Más de 10 años copando con policía los barrios y todavía no aceptan que la militarización no es la solución. Pero es fácil saber por qué, es la guerra que libran los pobres, en donde a diario mueren muchachos de las comunas que no les interesan en absoluto a los ricos que gobiernan Medellín y que ni siquiera viven en ella.
Hace dos días fue asesinado el sobrino del líder de DDHH de la comuna 13, James Zuluaga, un joven de 23 años. El 4 de julio fue asesinada Ana María Cortés, lideresa y activista de la Colombia Humana, en Cáceres. Ayer se incrementó el exterminio y hoy viernes que vamos a la velatón por la defensa de la vida y de los líderes asesinados fue asesinado Alexander Castaño en Cartagena del Chairá, Caquetá.
Parece increíble, pero la tenebrosa realidad hoy es más tozuda que nuestros deseos de reconciliación, fin del enfrentamiento armado y derecho a la paz. Hace unos años me preguntaba con un amigo: ¿quién va a ser el último muerto? De nuevo parece que esta pregunta habrá que hacerla cada día. ¿Hasta cuándo? Hasta que alcancemos a ser mayoría ciudadana activa en resistencia, en favor del fin del conflicto armado, una mayoría virtuosamente madura para la reconciliación y la paz.