No crean que me equivoco, no me refiero a los reconocidos músicos puertorriqueños llamados Calle 13 y a su inspirador René Pérez, Residente. No me refiero a los que hacen música urbana, los de la nueva protesta social, los que se identifican con los marginados de las grandes ciudades latinoamericanas, los que son recibidos como héroes porque se atreven a decir lo que muchos otros artistas callan, que hay desigualdades, discriminaciones y violencias en estas metrópolis sin alma que estamos produciendo.
Me refiero a otros residentes, a un habitante de la calle o mejor de las carreras 13 y 7 por los lados de la Universidad Javeriana, un hombre pobre, tan pobre que su vida transcurría en el espacio público, se ganaba unos pesitos haciendo favores a los estudiantes, comía cualquier cosa que le dieran y nunca le hizo daño a nadie. Cómo sería su bondad que se había ganado el apodo de Calidoso. Los estudiantes lo conocían y lo estimaban, tanto que muchas personas al saber de su muerte se reunieron para hacerle un funeral digno y un reconocimiento, aunque fuera póstumo.
Este Residente de la Carrera, no tuvo la misma suerte del de la Calle 13. Paradójicamente cuando al uno lo reciben con aplausos en Bogotá, al otro unos cobardes protegidos por la oscuridad de la noche, lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego. Quemaron a Calidoso con la misma frialdad que se quema un deshecho y este crimen estremece porque revela el alma podrida de gentes que se creen mejores que otras.
El asesinato conmovió a muchos estudiantes y eso consuela en algo, sin embargo este cáncer social, este fascismo que pretende obrar bajo el mal denominado propósito de “limpieza social” no es otra cosa que una basura que está enlodando nuestras ciudades. Sus acciones no limpian nada, se ensucian a ellos mismos, se degradan como bestias sin el menor asomo de sensibilidad o de comprensión de los conflictos sociales.
Esos que se atrevieron a quitarle la vida y que para hacerlo se valieron de tamaña brutalidad como es la de quemar viva a una persona, no pueden llamarse humanos, no pueden caber en nuestra sociedad. Las autoridades deben perseguirlos y castigarlos de manera ejemplar, como se persiguió al bárbaro que destrozó con ácido la vida de una mujer.
Si dejamos impune este crimen nos habremos degradado tanto como cuando se dejaron impunes crímenes de lesa humanidad, esas motosierras que todavía retumban en los oídos de miles de gentes del campo, esas violaciones a mujeres desplazadas, esas masacres contra población civil inocente.
Cuando se mata a un habitante de la calle como era Calidoso, no están asesinado solo a esa persona, se atenta contra el sector más vulnerable y más olvidado por la sociedad, las gentes que se han quedado sin nada, que cargan en un costal, apenas algunas latas o periódicos que es todo lo que tienen y precisamente por esa miseria, ese abandono deberían ser los más protegidos del Estado. O sino ¿para qué sirven las instituciones públicas? No es acaso para redistribuir la riqueza, no son para incluir a los excluidos, para defender a los indefensos?
Si para eso está hecho el Estado, el esclarecimiento de la muerte de Calidoso debe convertirse en la prioridad de Bogotá y de toda Colombia. Ni un habitante de la calle muerto por manos criminales debería ser la consigna. Si lo hacemos habremos recuperado algo de dignidad, de lo contrario seremos cómplices de esas manos que prendieron fuego como nuevas sectas o Ku-Kus Clanes miserables que, esos sí, no tienen cabida en un país que se llame civilizado.
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