Nunca ha sido tan evidente la necesidad de reformular el modelo democrático. La crisis del país invita a rediseñar a tiempo las instituciones para evitar un régimen autoritario o populista que surja de la desesperación o de la polarización. El modelo institucional está obsoleto. Fue diseñado para la sociedad del siglo pasado. Es indispensable pensar y realizar los ajustes para que nuestra democracia evolucione, para que responda a las necesidades de la sociedad hiperfragmentada actual. La constituyente que necesitamos es resetear la democracia.
La obsolescencia del viejo modelo es un problema generalizado. Basta ver los líderes que elige “el pueblo” en cualquier país. Unos son fanáticos que creen en la perfección de sus ideas y experimentan sin reparar en los daños sociales que provocan, como Milei en Argentina. Otros son engendros como Trump, creados por clubes de ultramillonarios que desean ampliar su poder y riqueza, desaparecer a negros e hispanos porque nos consideran razas inferiores.
Y los hay de ideas geniales, como Bukele, que encarcela a millares de jóvenes para quitarles el control social arbitrario que ejercían en los barrios. Se sabe que es una fórmula insostenible. Algún día saldrán de las cárceles y no transformados en pastores sino a tomar revancha. Son soluciones tan absurdas como la que intentó la clase dirigente colombiana cuando decidió exterminar a la UP, o a los magistrados de la Corte Suprema por la toma violenta de la guerrilla del M-19. Pensaban que así la izquierda no llegaría nunca al poder.
Hoy gobierna un militante del M-19 rodeado de sus compañeros y cogobierna con el Partido Comunista y otros sectores de izquierda que también quisieron exterminar. ¿Se dará cuenta esa derecha que el exterminio y la exclusión no eran la solución? Es posible que ya lo entiendan, aunque hay muchas voces esperando las elecciones del 2026 para la revancha. Pero entonces también es necesario que el gobierno entienda que las transformaciones se logran cuando no solo “el pueblo” que convoca sino la mayoría de la sociedad perciba que son reformas sólidas, realizables y sostenibles.
El gran problema -que atraviesa todo el gobierno (sin considerar los problemas de gestión) es que las instituciones no están diseñadas para servirle a la sociedad hiperfragmentada de la tercera década del Siglo XXI. Como en 1991 se rediseñó entre representantes de gran parte de la sociedad el estado, ahora se necesita un aggiornamento, antes que una radicalización de derecha en el 26 o del gobierno actual.
Ya dimos un primer paso al dejar atrás la idea que solo los sectores de la derecha eran los púnicos que podían gobernar el país, amparada en el uso de los agentes violentos, del narcoparamilitarismo, de la narcopolítica. Con la JEP empezó el fin de la impunidad del modelo arbitrario que, al desaparecer, permitió el triunfo de la oposición de izquierda liderada por un exguerrillero. Y es una oportunidad para modernizar la democracia.
El otro guerrillero que también llegó al poder también tuvo enormes dificultades para gobernar. Fue el mismo fundador de la república, don Simón Bolívar, que no pudo dominar a las clases medias de las montañas colombianas, solapadas y ambiciosas de tomar las posiciones de los españoles. Bolívar los liberó de los españoles, pero se convirtió en un estorbo, porque las instituciones que quería diseñar no servían para conservar los privilegios que querían heredar. Bolívar tuvo la fuerza militar, pero no la fuerza de la opinión social para que sus ideas triunfaran. Y esa derrota es, en parte, lo que nos tiene bajo un modelo clientelista y chueco.
Cuando no logran las transformaciones, se radicalizan, se enceguecen, se aíslan. Ven conspiraciones en todas partes y empiezan a señalar, perseguir y castigar
Hay un gran esfuerzo de los filósofos políticos para estudiar, discernir y encontrar nuevas formas de la democracia que respondan a las necesidades de las sociedades. Los gobiernos que surgen de la desesperación suelen ser arbitrarios y de minorías iluminadas. Sus gobernantes son tan sordos como los de esta democracia, quieren imponer sus medidas y creen que tiene soluciones para todo. Cuando no logran las transformaciones, se radicalizan, se enceguecen, se aíslan. Ven conspiraciones en todas partes y empiezan a señalar, perseguir y castigar. Se lanzan contra los molinos de viento que los amenaza, sin entender que es el diseño de la democracia el que no funciona y es el origen de los males contemporáneos.
Hay que resetear la democracia. Es un esfuerzo que requiere actualizar por ejemplo el sistema electoral del que nace el clientelismo. Los elegidos no representan a la sociedad ni trasmiten ni tramitan sus anhelos al gobierno. Hay que crear otras maneras de comunicación directa entre el gobierno y los diversos tipos de ciudadanos para que su voz llegue al poder y participe en el control de la administración. La tarea es resetear la democracia, maestros.