Repugnando a las Farc
Opinión

Repugnando a las Farc

Quizá la característica más temida de lo repugnante sea el contagio. En Colombia, ese temor, mezquinamente explotado, ha llevado a mentiras y exageraciones, que predicen nuestro fatal destino hacia el socialismo

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noviembre 28, 2017
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Hace un par de días se cumplió un año de la firma del acuerdo de paz con las Farc. Esa victoria estrecha, que con el tiempo, parece cada vez más difícil de germinar en nuestra tierra, a medias estéril de perdón. Incluso para los más convencidos de la necesidad de poner fin al conflicto con esa guerrilla nos cuesta tragarnos la falta de discreción con la que sus líderes abordan sus apariciones públicas, que confunden y hacen pensar que lejos está la llegada de un verdadero arrepentimiento. Dicho proceder, por supuesto, ha sido aprovechado por los políticos -enemigos y volubles amigos del proceso- para adelantar una campaña de desprestigio de ese avance que significó el fin de las Farc como guerrilla y su atropellado y ligero ingreso a nuestra enrarecida democracia.

Dichos políticos han obtenido resultados cuantiosos que sin duda se harán evidentes en las próximas elecciones, al poner en práctica la sugerencia de Aristóteles en su texto La Retórica cuando planteaba como deber del orador, en su propósito de mover las emociones de su público, azuzar dos poderosas herramientas: el temor a un daño eventual y casi siempre inevitable y el enojo contra ese que nos dañó o nos podría dañar: “Las Farc nos convertirán en Venezuela”. Corto y contundente. Un enemigo. Un miedo. Simple.

Esta labor de manipulación con las palabras (ahora en su perversa versión de trino en Twitter) es mucho más efectiva, según la clarividente filósofa Martha Nussbaum, cuando reducimos a ese enemigo a una condición incómoda para cualquiera de nosotros: el animal, el salvaje, el monstruo. Reducción que provoca el nacimiento de esa peligrosa y problemática emoción denominada repugnancia. La simple palabra molesta. En este caso, no se trata de la repugnancia a los malos olores o las secreciones del cuerpo, explicable desde las teorías de la evolución, sino más bien a esa repugnancia que se enseña y que se distorsiona. Repugnancia hecha persecución, fusil y soga tensa.

Repugnancia “mediada socialmente” la denominó Nussbaum, emoción abundante en ideas mágicas: como el rumor,  la creencia ciega o la falsa evidencia, que como afirma la autora, es una condición peligrosa y tóxica por varias razones pero principalmente porque ha sido la base para la tergiversación del “otro”. Del distinto, del forastero, del convicto. Lo que ha llevado a que sociedades enteras se vuelquen en contra, siguiendo ese pensamiento mágico, y tiren a la hoguera a mujeres, homosexuales, negros y judíos, por citar los ejemplos más tangibles. La marea de la historia lo demuestra. A cada vergüenza humana, desde masacres aisladas hasta guerras mundiales, la ha precedido un mito construido sobre lo repugnante. El pulso vil de la repugnancia ha hecho también que grandes obras artísticas sean censuradas, le pasó a D.H. Lawrence y su Lady Chatterley y su amante, literatura que hoy no sonrojaría ni al más casto de los monaguillos. La repugnancia, entonces, opera también como fórmula de atraso y anquilosamiento. Oscuridad y oscurantismo.

 

 

A cada vergüenza humana,
desde masacres aisladas hasta guerras mundiales,
la ha precedido un mito construido sobre lo repugnante

 

 

Es posible que la característica más temida de lo repugnante sea el contagio. El miedo a la contaminación, a que la peste se nos adhiera. Para el caso de nuestro país, ese temor, mezquinamente explotado, ha llevado a mentiras y exageraciones, que predicen nuestro fatal destino hacia el socialismo. Apartamentos de familia y carros expropiados por el régimen. Sueldos miserables, modas atrasadas y estantes desabastecidos. Mujeres de buen corazón huyendo con extranjeros torpes y engañados. Tiranos que se mantendrán de pie sobre el cadáver tembloroso del estado liberal. Mentiras que hechas miedo se vuelven verdades en la imaginación de los públicos y fortunas en los bolsillos de los políticos. Trampas servidas a la fácil creatividad del hombre aterrado.

Por último, y es ahí donde la filósofa prende todas las alarmas, la repugnancia es uno de los mecanismos que tenemos los seres humanos de ocultarnos a nosotros, a nuestra verdad. Nuestra secreta humanidad. La que yace en eso que consideramos repugnante y por tal razón marginamos. En lo repugnante nos encontramos. Todos sin falta. Como sociedad estamos en mora de vernos a través de las Farc, de su proceder, de su ausencia de arrepentimiento y su falta de empatía con las víctimas. Es obvio, solo basta imaginar la transformación que tendríamos al darnos cuenta que ese monstruo que son las Farc somos nosotros mismos.

@CamiloFidel

 

 

 

 

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