El último año en Colombia se ha escuchado sobre una propuesta ambiciosa: renta básica universal. Consiste en que las personas de bajo recursos cuenten con un ingreso básico que cubra sus necesidades. La idea es garantizar una dinero a aquellos ciudadanos que por diferentes motivos no perciban ningún tipo de ingresos o estos sean insuficientes para cubrir sus necesidades básicas. Lo extraño de dicha propuesta es que ha sentado en la misma mesa a políticos diametralmente opuestos: Gustavo Petro, Álvaro Uribe Vélez y otros lagartos de la politiquería como Armando Benedetti o Roy Barreras, entre otros muchos. Lo cierto es que nada bueno puede venir cuando tantos políticos apuntan para el mismo lado.
Desentrañemos la propuesta en sí. La idea per se no parece mala, por el contrario, a simple vista ayudaría a disminuir la pobreza y otros factores asociados a la falta de ingresos. Nada puede malir sal, que digo, salir mal. Es sencillo: de un brochazo, a través de una simple ley, acabaríamos con la pobreza del país. ¡Qué fácil es! Darle al que no tiene, ¿cómo no se le ocurrió a nadie más en toda la historia del mundo civilizado? La forma de acabar con la pobreza es que del abundante presupuesto público del país se le pague una renta básica universal a los más desposeídos. ¡Brillante! Petro, Uribe, Benedetti y Barreras deberían ser nominados a ganar todos los premios existentes en la humanidad. Puro talento criollo. Ojalá después de esa ley saquen una que promulgue que ningún ciudadano en el territorio nacional puede andar a pie (para ver si todos tenemos carro); que saquen una donde se prohíba enfermarse (para que se acaben los enfermos); o una que garantice que todos los colombianos tengan un trabajo (sería el fin del desempleo en el mundo). Con estas ideas tengo potencial como político.
Aunque, esperen un segundo… Este tipo de políticas sociales redistributivas parecen conocidas. Creo que en otras partes del mundo se han intentado implementar de una u otra manera. Comencemos con los antecedentes aquí en el país. Colombia cuenta con diferentes tipos de subsidios, uno de ellos es: Familias en Acción, un programa que entrega a todas aquellas familias pobres con niños, niñas y adolescentes un incentivo económico que complementa sus ingresos. En este se invierte la medio bobadita de 7,2 billones de pesos anuales y con él se busca contribuir a la superación de la pobreza y pobreza extrema y a la prevención del embarazo en la adolescencia. El programa inició por allá en 1990 y 30 años después ha crecido en número de beneficiarios como en los montos que se invierten. Con todo lo que se ha invertido, suponemos que de pobreza y de extrema pobreza en el país no queda mucho, o que las adolescentes ya no se embarazan. Somos toda una potencia. También contamos con Colombia Mayor, que desarrolla los servicios sociales complementarios, otorgándoles un subsidio económico a los ancianos indigentes o en pobreza extrema, y así la lista de ayudas es muy extensa.
Por otro lado, en Finlandia, uno de esos países nórdicos que todos anhelan ser y que algunos políticos prometen que nos convertirán, contó con un programa en que 2.000 personas desempleadas recibieron durante dos años un ingreso básico de US$685 al mes, sin ningún tipo de condiciones. Las personas beneficiarias se sintieron más felices y menos estresadas, ¿quién no? La pregunta real es: ¿qué impacto tuvo dicho experimento social? Las respuestas las proporcionaron los resultados: dicho subsidio no ayudó a los miembros del grupo a conseguir trabajo, simplemente se convirtieron en parásitos del Estado. ¿Quién lo iba a imaginar?
En otros países están experimentando con estas propuestas, como Kenia, Uganda, India, los resultados son desalentadores, de pronto por algo tan sencillo como lo es la condición humana. Con el riesgo de sonar a cliché, tenemos el ejemplo al lado, Venezuela y sus llamadas Clap, que no son otra cosa que una variación de la renta básica universal y todos hemos sido testigos del desastre que es. Por su parte, Argentina y Brasil cuentan con programas similares hace muchos años. Brasil sigue con sus cifras de pobreza y hoy vemos el desastre económico en Argentina. Es que nos gusta seguir los malos ejemplos.
El viejo Uribe tenía razón, lo que necesitamos para salir adelante es “trabajar, trabajar y trabajar”, por muy impopular que sea ese lema; aunque el nuevo Uribe se cansó de eso, pero, bueno, la politiquería puede con todo. Enfoquemos esfuerzos en propuestas que generen empleos, apoyemos el emprendimiento, impulsemos la educación, creemos programas para financiar los proyectos económicos, construyamos carreteras, ampliemos la cobertura de los centros de atención en salud. Solo así podremos salir del despeñadero en que nos encontramos. Si de criar parasitarios se trata, con los políticos y burócratas es más que suficiente.