El 11 de mayo en la noche terminó el encierro de seis años que vivió René Nariño. Él es uno de los 600 guerrilleros que han sido indultados después de la firma de la paz con el gobierno. En las próximas semanas otros 2.400 saldrán de las cárceles del país como parte del acuerdo. Una de las primeras cosas que hizo fue ir con su mamá, Isabel Calderón, a la plaza de Bolívar a suplicar que no la fueran a matar ni a ella ni a él. René tiene la esperanza de que el suplicio que trae la guerra se vaya para siempre de su vida.
Una tarde de febrero del 2014 René Nariño estaba en su celda escuchando por tercera vez en el día Black dog, su canción preferida de Led Zeppelin, cuando se enteró que un joven de 19 años, detenido por hurto, había quedado ciego. El director de la cárcel insistía en que se trataba de un “accidente”.
El muchacho, al que sistemáticamente los guardias del penal lo habían desmoralizado a punta de insultos, escupitajos, empelotadas y manoseadas, había sido rociado con gas y colocada mostaza en el ano y en la cara. Ya nunca más volvería a ver. Nariño, que desde su niñez en Vélez, Santander, había visto la persecución contra la U.P en su municipio, la desaparición de tíos, el asesinato de amigos, las amenazas contra su familia, se llenó de coraje. Decidió protestar de una manera pacífica pero radical, sumiéndose en una indefinida e irrevocable huelga de hambre.
El ataque contra el joven no fue un hecho aislado. En ese año, 2014, murieron diez guerrilleros a causa de la humedad, las celdas estrechas y hacinadas, la fiebre de las ratas, la inexistencia de cualquier tipo de servicio de salud, las heridas abiertas y putrefactas, la desprotección con la que eran expuestos a las venganzas no sólo la gente de las Farc sino de paramilitares y oficiales del ejército que tenían que convivir dentro de la cárcel.
La Picota es un tipo de penitenciaria llamada ERON, lo que se traduce en estructuras verticales de diez pisos, patios oscuros y fríos por donde el viento, y las alimañas se mueven con total libertad. En celdas de 3×4 metros duermen cuatro personas en planchas de concreto y hacen sus necesidades en un inodoro, por lo general desportilla do y repleto, delante de seis ojos inexpresivos, cansados, desesperanzados: “En un lugar como la Picota es imposible la rehabilitación; acá se quebranta el espíritu, la fe. El inocente se vuelve culpable” escribe René Nariño en una libreta repleta de notas a mano alzada.
La huelga duró tres semanas y fue acompañada por más de 600 presos. El servicio de salud, después de medio año sin entrar a la Picota, regresó. René Nariño sabía que, al menos por unos días, había triunfado.
Desde que fue detenido el 3 de mayo del 2011 saliendo de la Escuela Superior de Administración Pública, en donde hacía décimo semestre de Ciencias Políticas, René Nariño, condenado a 13 años de cárcel por rebelión agravada y concierto para delinquir, fue un hueso demasiado duro de roer para las autoridades de La Picota.
La insumisión de Nariño le ha costado al INPEC que se conozcan irregularidades como la tortura sistemática que se le aplica a los presos en Cómbita, el pollo podrido que se sirve como plato fuerte, el desabastecimiento programado en donde los guardias aprovechan el suministro de alimentos para venderlo 300 % más caro -chocolate, café, pan, cigarrillos,-. Saber mano que tenientes como Vargas de la Guardia Azul, o Quintero de la Guardia Roja de la cárcel Modelo, permitan golpizas y aislamientos injustos; que en el Buen Pastor el teniente Castro haya hace unos meses desnudado a las presas que conforman el patio 2 irrespetándolas salvajemente, que se alcahueteen las ventas de bazuco, pegante o cocaína. Su beligerancia es imparable. A Nariño no lo callan ni a palo.
Quince días después de la huelga de hambre de Nariño llegaron las represalias. El temido Grupo de Reacción Inmediata, una especie de ESMAD del Inpec, ingresó al patio 15, en donde están la mayoría de presos políticos de la FARC, sacándolos de sus celdas, poniéndolos en tres filas, haciéndolos desnudar y permanecer inmóviles, mirando al frente, durante 20 horas en donde no comieron ni pudieron ir al baño.
Nariño, en sus seis años de encierro, supo que enfrentarse a una maquinaria como la de INPEC era una pelea desigual. Resultó inútil la huelga de hambre de quince días del 6 de noviembre del 2015 para exigirle a la institución carcelaria solucionar el problema de higiene dentro de las cárceles para atajar el brote de tuberculosis que amenazaba los patios Sur de la Modelo y que había dejado ya como saldo un interno muerto. Buscaba protestar también contra la indignidad de forzar los internos a recibir las visitas conyugales en cambuches, tirados en el piso. Nariño y los sesenta presos que lo acompañaron en la hulega denunciaron las requisas abusivas a sus mujeres, el robo o daño a los regalos que les enviaban. La decisión de este estudiante de ideas políticas contagió también a los paramilitares detenidos en la Modelo, quienes lo acompañaron en esta huelga.
La convivencia con ellos no fue fácil. En septiembre del 2015 los paramilitares quisieron atentar contra el miliciano de las FARC Álvaro Genel López en los patios de Cómbita. En la cárcel de Acasías, Meta, un ex miembro de las AUC hirió de gravedad a un interno con un cuchillo el pasado diciembre. Nada de esto ocurre en La Picota. Las agresiones en La Picota entre paramilitares y guerrilleros son prácticamente inexistentes. Y con los militares detenidos ocurre algo parecido. Han apoyado disimuladamente las huelgas cuyo móviles congregan a todos en el penal. Y es más, consideran que a los presos políticos vengan de donde vengan, deben darles un trato diferencial y estar concentrados solo en algunos patios. Juan Carlos, representante de las AUC en La Picota, coincide con Nariño en refirmar la unión entre unos y otros a la hora de luchar por mejores condiciones dentro del penal. A mediados del año pasado tres mil internos de las AUC, FARC y militares, se juntaron en una huelga para que solucionar el tema de los alimentos podridos y el desabastecimiento constate en los almacenes de comida de la Picota.
En los seis años en prisión no encontró mejor camino para sacudir un establecimiento cruel y vengativo con los detenidos que las huelgas de hambre. En la última que hizo, en marzo del 2016 lo acompañaron 600 presos. Querían llamar la atención sobre las pésimas condiciones de salud de 71 guerrilleros que necesitaban atención médica urgente.
Ahora que la pesadilla ha terminado se encuentra en la Zona de Concentración de La Elvira celebrando los 53 años de fundación de las Farc. A sus 37 años sigue leyendio Roberto Bolaños y escuchando a Led Zepellin y Metallica. Está convencido que sus seis años dentro de la Picota lejos de quebrantarlo lo fortaleció tanto que, ya en libertad, no tiene odios ni rencores, por eso sabe que el futuro es trabajar de la mano sus vecinos de las AUC, los mismos que las FARC enfrentó a muerte.