La CIA se inventó la tortura moderna así como el Tribunal de la Inquisición se inventó la del Medioevo. Ambas instituciones fueron creadas con la excusa de salvaguardarnos de males como el ateísmo, el Comunismo, el terrorismo, pero terminaron defendiendo únicamente el statu quo de sus respectivos poderes, la Iglesia Romana y el Imperialismo Norteamericano.
El Santo Oficio de la Inquisición se especializó en sacar confesiones a la fuerza y lo mismo hizo la CIA, como se ha sabido siempre y fue reconocido ahora por el propio gobierno de Obama. Pero tal vez lo que está pasando por alto el gobierno americano y su cándido presidente, no es la inutilidad de la tortura o su amplia utilización por parte de la Agencia, sino el mal que ha causado, el odio que ha generado hacia Estado Unidos y la formación en violación a los derechos humanos que ha fomentado en todo el planeta.
La CIA difundió su doctrina de la tortura a lo largo y ancho del mundo “occidental”. Entrenó a los militares chilenos, argentinos, uruguayos, peruanos, bolivianos, ecuatorianos, colombianos, panameños, mexicanos, nicaragüenses, salvadoreños, dominicanos… Y perdonen si se me queda alguno. Es decir, la CIA contagió un virus más nefasto que el Ébola en toda América Latina para cuidar lo que Estados Unidos considera su “patio trasero”. O mejor, nos “pateo el trasero” con su doctrina y nunca ha pedido siquiera tímidas disculpas.
Ahora se dan por enterados y aceptan que la CIA ha aplicado esos interrogatorios a los detenidos en Guantánamo. Valiente descubrimiento, si para eso fue creada la tal Agencia, para obtener confesiones a la fuerza. Pero lo que le parece más grave al presidente norteamericano, no es que se utilice la violencia en los interrogatorios, sino que ni siquiera fueran efectivas las informaciones obtenidas bajo tortura. Las personas torturadas, es fácil suponer, terminan confesando lo que su interrogador quiere. ¿Que si maté a mi mamá? , Claro que sí, la maté, la descuarticé y me comí sus restos, pero por favor ¡pare que mis testículos van a reventar!, confesaría cualquier interrogado bajo el método de los electrochoques o el más moderado de la toalla mojada.
El Estatuto de Roma y la Corte Penal Internacional prohíben la tortura. Tal vez por eso Estados Unidos nunca ha querido suscribir el Estatuto, ni acepta la jurisdicción internacional. Seguramente busca evadir que sus agentes puedan ser juzgados a pesar de violar el derecho internacional humanitario tantas veces como le dé la gana.
Así como es de admirable Estados Unidos en sus legislación interna, donde respeta las libertades y garantiza los derechos humanos, es de repudiable su política exterior. Para los americanos todo lo que pase fuera de sus fronteras y tenga por finalidad protegerlos es tolerado y tolerable. Para el enemigo externo no existen DDHH, no vaya y les hagan otro 11 de septiembre.
Y nadie quiere eso, ni más faltaba. Semejante atrocidad solo la pueden desarrollar mentes enfermas de odio. Lo que pasa es que el odio ha sido un sentimiento sembrado precisamente por esa política exterior que se pasea a lo largo y ancho del planeta como el Agente 007, con licencia para matar o torturar a quien le plazca.
Para ponerlo en los términos que está utilizando ahora nuestro gobierno: el delito de la tortura, para los americanos, es un delito conexo a la defensa política de sus intereses y por lo tanto se perdona con facilidad. ¿O ustedes conocen algún torturador de la CIA que haya pagado un solo día de cárcel por encender a voltios los genitales de un comunista? Nunca, porque ese agente es un héroe que actuaba en defensa del ideal político supremo que es la libertad, pero para los americanos, así sea a costa de la opresión para sus “enemigos”.
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