Desde el pasado jueves 17 de octubre se muestra en la galería Sextante una exposición de Luis Fernando Peláez. Un artista antioqueño que busca encontrar las coordenadas del tiempo en el espacio, mientras pretende en sus trabajos llenos de soledad, encontrarle dimensión a la existencia.
Son objetos de territorios lejanos donde siempre se descubre la coyuntura sutil de un viaje. Las imágenes fotográficas de un puerto que da al mar o, de unos rieles abandonados de ferrocarril hacen parte también de esas zonas de la memoria donde se desmaterializa la realidad y se conjugan los verbos de mil vivencias de cualquier pasado.
Sus trabajos incluyen paisajes sin seres humanos, investiga materiales donde el agua se refleja en el vidrio, la fotografía se funde con el metal, el vidrio es el espejo de la luz en el espacio. Todo tiene la virtud de mostrarnos esa otra posible verdad, donde el otro lado de las cosas, tiene algún otro posible punto de vista.
En su trabajo, la resina encierra el mundo. Lo hace compacto y hermético. Nos deja por fuera de esa realidad creativa y, al mismo tiempo, le otorga a su realidad de mundos urbanos aislados un componente de humedad que lo hace misterioso porque los espacios desolados nos muestran esa extraña verdad de cómo la debilidad es una facultad que nos deja fuera de los límites.
Son estructuras ensambladas, son fenómenos abstractos y empíricos: ideas, conceptos de objetos inanimados que nos dejan en la realidad metafísica. Mas allá de lo real pero, mas acá de un sentimiento profundamente humano. Relatos de vida, historias de tiempos y espacios de territorios con límites y fronteras donde nos preguntamos dónde se encuentra el adentro y el afuera, dónde lo sagrado no es solo un territorio formal sino una verdad interna.
La exposición se muestra en dos espacios y la instalación es sublime. Una sala opaca y otra con luz donde se destacan desde los puntos de vista hasta los estados de ánimo donde se puede vivir ese ideal del arte que busca la perfección, mientras el espíritu humano habita con sus limitaciones.
El mundo brillante tiene otra poesía porque Luis Fernando Peláez cambia de rumbo. Busca en los escombros arquitectónicos, de ventanas sueltas, de puertas truncadas, de lugares donde el abismo nos hace encontrar la nostalgia de una agonía. Puertas que no llevan a ningún lado, más vidrios que dan otra perspectiva nos desintegran la idea de la entrada o la salida, ventanas sin paisaje y, otra vez quedamos dentro del viaje eterno de sus bellas ficciones de melancolía.