Ansiedad, tristeza, depresión, inseguridad, temor, soledad y rechazo, estos son algunos de los sentimientos que eventualmente sentimos cuando empezó esta pandemia hace más de un año. Dudo bastante que haya alguien que sea la excepción, pero no tengo la certeza necesaria para garantizarlo, pues al final nadie escapó a la pandemia y lo que ésta implicó.
Afortunadamente mi transición fue bastante sencilla pues desde muy pequeño acostumbré a estar en casa y no solía participar en demasiadas actividades con mi círculo social; cuando la cuarentena inició, la empresa donde trabajaba nos entregó el equipo necesario para trabajar desde casa y sentí que mi vida comenzaría a ser el paraíso.
Pasados dos meses, no tenía inconveniente alguno en tomar clases y trabajar desde casa, y como estudiaba y trabajaba recibía más atenciones y cariño de mi familia, por lo que parecía que realmente mi vida iba según lo quería. Entrando al tercer mes, comencé a sentirme cansado de comer siempre lo mismo y sentí una extraña necesidad de conocer a más personas; pero la tecnología me ayudó y creé un perfil en Tinder (que no duraría mucho).
Mis rutinas eran cada vez más monótonas al punto en que salir a almorzar era un privilegio, pues el trabajo se complicaba cada vez más. Sin darme cuenta, extrañaba esos encuentros ocasionales con amigos en la universidad, o sentarme a holgazanear en el trabajo con amigos durante mis descansos; pero saltarme el baño ocasionalmente y no tener que usar el transporte público eran mi “consuelo de bobos”.
A finales de agosto, mi jefe recibió una promoción, y en vista de que las restricciones de la cuarentena comenzaban a ser más flexibles, se dio la excusa perfecta para romper la rutina, salir al mundo y de paso conocernos en persona; pues yo había sido cambiado de equipo y nadie se conocía en persona.
Ese día pedí el carro de mi padre y me ofrecí a recoger a algunas personas, y aunque fue duro convencer a mi madre, quien aún hoy se encuentra en alerta máxima por lo que pueda pasar (básicamente el estado natural de cualquier madre), aquel día nos encontramos por primera vez y nos pareció que el mundo era mucho más grande de lo que recordábamos.
De aquel encuentro y presentación con mi equipo de trabajo no creo que haya algo más destacable a mencionar que el hecho de que recordé que soy un hombre que ama, y que el mundo es suficientemente grande como para que haya más personas aparte de mi familia para amar; y fue una compañera quien me lo recordó.
Aquel día, mientras me preparaba para salir, no sabía qué esperar o cómo sentirme, pero no tenía esperanzas en que ese suceso fuera a cambiar mi vida; pero eso era porque no tenía ni idea de lo que acabaría pasando. Luego de nuestra reunión nos quedamos en casa de una compañera, y pasé la madrugada hablando con esa mujer que me recordó tan importante parte de mí mismo; efectivamente mi vida recobró nuevo sentido y recordé mucho de mí mismo.
Los días siguientes pasaron con normalidad, sin embargo yo ya no era el mismo, me sentía más cómodo trabajando, y con más motivación durante mis clases, pues ahora había recuperado fragmentos de un pasado yo. Idealizar y romantizar el amor es muy común al punto de que todo sobre este tema parece ya estar escrito, pero es solo cuando experimentamos este sentimiento en carne propia, que nos damos cuenta de que el amor puede trascender los límites de la palabra, por lo que aún no se ha dicho todo.
Salí un par de veces más con mi compañera, yendo una vez a un escape room, y creando un recuerdo muy preciado para mí; donde con temor apuñalé a un drácula a 0.5 segundos de perder, mientras todo mi ser temía a que aquella figura se alzara ante ella y yo como parte del juego. Afortunadamente no pasó de un vergonzoso momento y risas posteriores con ella y el personal del escape room que nos observaba.
Tiempo después, sobre noviembre, sucumbí al resultado de sumar a un gordo con antojos peculiares, con dinero libre de responsabilidades, y comencé a ordenar comida de restaurantes, o al menos hasta que Uber Eats cerró, pues Rappi no llega a mi domicilio. Resultado de esto, tuve un altercado breve con mi padre, quien es el cocinero de la casa y se sintió molesto porque estaba ordenando comida cuando él cocinaba para nosotros.
Mientras el tiempo pasaba, el trabajo se hacía cada vez más complicado de llevar, por lo que en diciembre, el peso era tanto para mí, que tomé la decisión de renunciar, cortando así mi suministro de fondos y mi última responsabilidad, pues estaba en vacaciones de la universidad. Sentí un alivio enorme al renunciar, y decidí que me tomaría un tiempo para mí mismo y descansar. Hasta el día de hoy, esas vacaciones extendidas siguen vigentes.
La pandemia y cuarentena no fueron deseadas por nadie, a todos nos tomaron por sorpresa y paulatinamente nos enfrentaron a desafíos solo pensados por las mentes más visionarias y excéntricas. Muchos tuvieron pérdidas enormes, otros vieron un horizonte con tanto de ancho como alto; yo personalmente la recibí como un espejo, uno que aunque no habla como el de la reina en la historia de Blancanieves, me mostró lo cambiado que estaba, y me llevó a reflexionar sobre quién quería ser.