—¿Por qué nos detenemos acá? Es un lugar frío.
—Quiero que vea algo.
—¿Qué es?
—Una estatua.
—¿Qué pasa con la estatua?
—A simple vista no pasa nada. Pero quiero contarle algo…
El sacerdote, poeta y cronista Juan de Castellanos, en su libro Elegía de varones ilustres de las Indias publicado en dos partes, la primera en Madrid en 1589, y la segunda, que permaneció inédita hasta el siglo XIX, publicada en el año 1874, nos narra gran cantidad de sucesos ocurridos de la “conquista” española en tierras de América; por ejemplo: la de un supuesto cacique llamado Tisquesusa que gobernaba cuando Jiménez de Quesada arribó a territorio Muisca en 1537.
—¿Por qué supuesto?
—Porque solo hasta el año 1590 aparece por primera vez el nombre de Tisquesusa. Antes de esa fecha no existe registro con dicho nombre
—Entonces, ¿de dónde sacó Juan de Castellanos ese nombre?
—Nadie lo sabe. Solo apareció por primera vez en su libro Elegía de varones ilustres de las Indias
Pero déjeme seguir con la historia… No existe documento, pergamino, papiro, tela o piel de animal donde los muiscas hayan dejado escrito nombres, oraciones o palabras. Entre otras cosas, porque estos no conocían ni la tinta ni el papel.
Todas, absolutamente todas las palabras que conocemos fueron recogidas por los españoles en sus crónicas de viaje, así como también ocurrió con las historias, mitos, ritos y ceremonias que existían antes de la llegada de los “Conquistadores”.
—Déjeme ver si entiendo, ¿antes de la llegada de los españoles no había nada escrito en muisca?
—En muisca no. En chibcha. La familia lingüística de los muiscas era chibcha. Y no, no había nada escrito en chibcha. Ni nombres, ni lugares, ni apellidos, ni cosas.
—Sigo sin entender.
—Es fácil, los muiscas hablaban chibcha. Y todo, o casi todo lo que se conoce de los muiscas es por las crónicas que escribieron los españoles, como Juan de Castellanos.
—¿Casi todo?
—Sí. Casi todo, porque tenemos la orfebrería, que también habla de quiénes eran los muiscas. Y déjelo así ya, porque mi tema se está desviando.
—A partir de ese libro escrito por Juan de Castellanos, algunos cronistas, como el franciscano Pedro Simón dieron por hecho que así se llamaba el cacique y empezaron a llamar a este jefe: Tisquesusa, quedando así en los libros de historia.
—Ahora sí entiendo. ¿Entonces Tisquesusa no existió?
—Es muy posible que no haya existido.
—Ahora bien, mire bien esta estatua de Tisquesusa que tenemos al frente. Dígame qué ve.
—Taparrabos. ¿Los muiscas usaban taparrabos?
—No, no usaban.
—Entonces, ¿cómo se vestían?
—Registros arqueológicos confirman que utilizaban mantas de algodón, tejidas con hilos de oro.
—¿Dónde dice eso?
—En el libro de investigación Los muiscas, de Carl Henrik Langebaek. Vicerrector de la Universidad de los Andes. Y en diferentes tesis antropológicas. Pero también lo dice el sentido común.
—¿El sentido común?
—Sí, imagínese usted, con el frío que hace en Cundinamarca y Boyacá, ¿cree que hubieran sobrevivido los muiscas en taparrabos?
—No, jamás.
¡La historia se desfiguró! Primero por la ignorancia de los mandatarios y su pereza de tomar un libro de historia e investigar. Y segundo: porque se quedaron con el imaginario de los indígenas que los españoles encontraron en las tierras cálidas y tropicales, estos sí usaban taparrabos.
—Le entiendo ¡Tremendo error esta estatua!
—Un error histórico que le costó a Zipaquirá más de 800 millones de pesos.
—¿Tanto?
—Sí, pero nada comparable con el valor en pérdida de identidad.
—¿Qué quiere decir?
—Que por el afán de crear una identidad histórico-social, lo único que hicieron fue tergiversar y deformar nuestra historia. Nuestro pasado ha quedado reducido a una piedra que no dice nada.
—De lo histórico a lo ridículo.
—Así es. Me gusta como usted lo ha definido. Ahora vámonos de aquí, hace mucho frío.