El filósofo español José Ortega y Gasset describe la cultura como un sistema de ideas vitales desde el cual el tiempo vive; afirmado en ese concepto es que el profesor Carlos Alfonso Velázquez postuló que por ello en la cultura no hay criterios objetivos del bien o del mal, sino más bien preferencias subjetivas, es decir se niega la capacidad del ser humano para conocer unos criterios universales del comportamiento correcto.
Velásquez, precandidato a la presidencia de la república de Colombia por Concordia Nacional (un grupo significativo de ciudadanos) fue uno de nuestros disertadores invitados al primer aniversario del programa Sapiens del centro de Pensamiento Libre (junto con los académicos Octavio Cruz González quien instaló el evento en nombre del consejo editorial y Guillermo Pérez Flórez quien habló de la ética de la similitud.
Ante esta afirmación sobre la cultura, señala que existen unas raíces comunes a los debates culturales actuales, los cuales se encuentran en el positivismo jurídico, donde se considera a la ley como una medida del bien y del mal, donde no hay instancia superior a ella, ni tampoco anterior, produciéndose una exacerbación del discurso sobre los derechos humanos, soslayándose los deberes y los limites personales, surgiendo de estos conceptos una supuesta ¿autonomía personal absoluta?
De igual manera en el utilitarismo o consecuencialismo, según el cual el único criterio ético que tiene cabida es la mayor capacidad de felicidad y satisfacción individual posible, lo que se traduce en una especie de materialismo consumista y la ideología del progreso, que radica en la fe en el progreso con lo que pretende devolverle el control al ser humano sobre el mundo, donde la ciencia, la tecnología y la practica adquieren mayor importancia que la ética.
Ahora bien, en distintas sociedades los conceptos teóricos del bien y el mal han caído en el pragmatismo de solo estimar lo que se ve, llegando incluso a considerar que lo que no se ve no existe; por ello existen distintas actitudes de conocimiento: en este punto se trata de contrastar los conflictos de los términos, entre los reales y sus antagonismos, para encontrarse fácilmente con definiciones subjetivas, que se hacen pasar como normales.
Por lo que se puede considerar que la verdad “es lo que es”, mientras que lo contrario a ella es la mentira o la falsedad; siendo, por un lado, la mentira la mimetización de un hecho con intención de engañar, y la falsedad es querer pasar como verdadero algo que no coincide con la realidad.
Aunque cabe tanto la certeza sin verdad como la verdad sin certeza, cuando no hay certeza surgen las dudas, así tenemos que en el caso de la certeza esta es un convencimiento subjetivo fuerte acerca del valor de lo conocido o de lo correcto, mientras que la duda es una falta de firmeza por la posibilidad de que pueda existir otra realidad.
En el caso del termino opinión, está limitado por una débil convicción acerca del valor de lo conocido, bien por falta de conocimiento o por que no se trate de una realidad unívoca, lo que significa que no siempre va a tener la misma interpretación, dando pie al fanatismo sobre una posible realidad, transformando en definitiva una simple opinión; igualmente la opinión, cuando no está envuelta de convicción se enfrentara al relativismo del propio termino, desconociendo la capacidad del conocimiento humano para llegar más allá del sujeto, generando el problema que será defendido de un modo no relativo, o sea absoluto.
Después de analizar estos conceptos podríamos postular el axioma que dice: “nada es verdad ni nada es mentira, todo depende del color del cristal con que se mira”, para significar el relativismo que la mayoría de las veces envuelve a los criterios de los seres humanos.
Para que el pensamiento sea libre, este tiene que liberarse de su propia subjetividad, los seres humanos podemos ser esclavos de nuestra propia subjetividad, porque el relativismo como se dijo es reducirlo todo a opinión; por lo que se desecha la posibilidad de ir más allá, para conocer más en lo intelectual en lo ético. Por ello no se deben defender esas posiciones de manera absoluta, cuando logramos salir de ese relativismo empezamos a ser libres.