Con la llegada de las protestas también llega el juicio a nuestra historia, marcada desde sus raíces hasta lo que hoy somos por abusos de los considerados superiores con el pueblo, pueblo que lastimosamente ha sido considera desde siempre como inferior.
En este juicio no se precisan jueces, sino más que la motivación y la acción de reivindicación... Reivindicación que se ha dado con actos como lo son: la caída del rostro del fundador de Ibagué, Andrés López de Galarza; de la estatua de Gonzalo Jiménez de Quezada, fundador de Bogotá; de Sebastián de Belalcázar, fundador de Cali, por hablar unos.
Un juicio simbólico que lleva como objetivo dejar de singularizar a personajes que tanto mal nos han hecho como país, puesto a que los antes mencionados fueron cómplices de una invasión española a Colombia y América Latina, llevándose consigo vidas indígenas que ponían resistencia a una usurpación de todos sus aspectos, a esto se suman los abusos habidos y por haber a los que fueron sometidos. Dejándolos no más que en una neta indigencia.
Y tal como lo dijo Mario Benedetti, hoy, “casi 5 siglos después, se sigue con mayor parte de los habitantes en una indigencia”.
No deja de parecer una falta de respeto con nuestros ancestros y con los nativos que hoy afortunadamente quedan tenerles un homenaje a quienes tantos atropellos cometieron en su contra. Es como si un día después de que nos violaran, nuestra familia le tuviera un altar al violador. Absolutamente absurdo.
Es de resaltar que hay quienes se oponen y deslegitiman este tipo de manifestaciones, pidiendo respeto por estos objetos, ya que hacen parte del patrimonio de las ciudades. Permitiendo interpretar esa molestia y pedido de silencio como un hecho de complicidad.