Han sido días solemnes. La realidad, grávida, nos ha detenido. La reciente indignación baila sin vergüenza entre nosotros. Sigue fresco el recuerdo de lo que dolió. Aún la herida, para muchos, no es cicatriz, ni olvido. Pasan los días sin un acuerdo de paz y parece redactarse un compromiso con la desesperanza. Somos sometidos a burlas públicas de los políticos que hoy lideran, falsamente, el proceso. A pesar de las bellas expresiones ciudadanas, las marchas y la genialidad artística de varios reconocidos y muchos anónimos, nos ausentamos. Nos falta reír. Nos falta comedia.
Desde hace miles de años la comedia ha sido desprestigiada. Con ideales sociales supremos y vidas entregadas a la búsqueda de la virtud, era difícil que este género pudiera tener cabida en la Grecia clásica. Para Aristóteles obras basadas en la imitación del ridículo humano y que representaban hombres “peores que los normales”, debían ser descartadas por su precariedad hacia la construcción ética y pedagógica de la comunidad. En otras palabras, eso que somos, lo que realmente somos, no merecía su lugar en las artes.
También la comedia y su efecto inmediato: la risa, han sido llevadas a menos por su ligera y aparente, solo aparente, desconexión con escenarios humanos y sentimientos “profundos” que concebimos estructurales, como son la madurez, el rigor, la precisión y también, de paso, por nuestra elevada y constante celebración de la amargura, la tristeza y la angustia. No podríamos estar más equivocados. Estos sentimientos opacos, no son más que atajos inevitables para nuestro vivir, no cabe duda que entristecer es mucho más fácil y más frecuente que hacer reír, basta salir a la calle, basta ver un noticiero y su acumulación de tristezas y tragedias diarias, para comprobarlo. Nos tragamos el veneno del dolor sin chistar, pero sobretodo perdimos de vista una cura milenaria a ese difícil y contradictorio hecho que, entre a veces y casi siempre, es mantenerse atento ante el mundo, el antídoto que es reír y hacer reír. “La mejor forma de saber si alguien está oyendo es hacerlo reír” decía con claridad el comediante David Sedaris.
El comediante, ese aventajado, ese valiente que se aleja de la manada humana
con el propósito de anticipar peligros para la sociedad
y subrayar las vacilaciones de los poderosos
Y es ahí donde reside la importancia del cómico, el de profesión y el ocasional. En ese revelador libro del prestigioso director, productor y escritor de comedia d Jud Apatow, llamado Enfermo de la Cabeza, el autor recapitula décadas de entrevistas a los genios de la comedia norteamericana de la segunda mitad del siglo XX y de la actualidad. La conclusión del texto parece reducirse al hecho de concebir al comediante como ese aventajado, ese valiente que se aleja de la manada humana con el propósito de anticipar peligros para la sociedad y subrayar las vacilaciones de los poderosos; con el riesgo de un sacrificio personal que a veces desemboca en descubrir y caer en sus más privados abismos. Muchos famosos comediantes –supongo por lo que fueron capaces de ver- fueron depresivos y suicidas. Parafraseando a Pessoa cuando hablaba de la genialidad, es el comediante ese que se aleja y aventura, para darse al oficio de sentir primero que todos. Uno que ve el mundo distinto, un arquitecto de futuro, un detector de malestar.
Hace un par de meses se cumplían 17 años del asesinato de Jaime Garzón y hace unas semanas se anunciaban avances en la investigación criminal para determinar responsables. A veces, cuando atravieso ese gran mural, ubicado en la calle 26 de Bogotá, me gusta imaginármelo haciendo chistes sobre nuestra actualidad, riéndose de la ingenuidad de medio país y desmantelando con chistes la voracidad de otro tanto. Me gusta deleitarme con ensoñaciones de esos ebrios de poder y vanidad sometidos a sus inteligentes e hilarantes críticas y verlos palidecer y apretar sus dientes ante la mordacidad de su sinceridad, ante la desnudez que enfrentarían. Dice un viejo refrán que el bufón es el único que tiene permitido burlarse del rey, por ser eso, un simple, bufón. Un simple, pero imprescindible, revelador de verdades.
Qué falta hace Garzón, qué falta nos hace reír. Ellos, los asesinos, lo sabían.
@Camilo Fidel