Gobernar un país es, en cierto modo, administrar el gran mundo y mayúsculo conjunto de los vecindarios de todo el territorio nacional. El nuevo gobierno, que ojalá sea electo de una buena vez este domingo 29 de mayo, debe tener entre sus propuestas algún modelo de organización comunitaria. Debe ser así porque en la actualidad toda vecindad en Colombia es tierra de nadie en tanto no cuenta con ninguna autoridad autónoma oficial.
Es así como, por desgracia, los principios prevalentes para solucionar conflictos en nuestros microterritorios vecinales son la ley férrea-pétrea de la selva de acero y concreto; la supervivencia del más armado, fortachón o vivaracho; y el arreglo a dimes y diretes, o puño limpio y a veces sucio ―con palos, varillas o trancas―, o a cuchillos que pueden pasar a puñales o machetes, o incluso a armas de fuego de distintos calibres, largos y tamaños.
Orden perentoria, tradicional y tácita en nuestros contornos vecinales es, dado el caso, defendernos a como dé lugar, contra quien sea y con lo que se pueda, según una ancestral consigna arraigada en los abismos abisales más profundos de los cerebros reptilianos de los colombianos.
Cuando aparece una moto o un carro patrulla con agentes del orden ―que son las autoridades estatales que dan cara en los vecindarios―, es porque la cosa pinta grave, complicada y fea. De seguro hubo un atraco, un conflicto familiar o vecinal, o un atentado por ajuste de cuentas entre pandillas ―los criminales se matan entre sí, dice Kalimán―, u otro posible hecho punible de los que hay por montones en la ley 599 del 2000, o sea el Código Penal.
Digámoslo claro y pelao: ahora mismo el Estado es incapaz de proteger la vida, honra y bienes de las personas en muchas áreas rurales y urbanas, y por tanto no mueve ni un dedo para realizar actividades preventivas en estas espacios básicos, a fin de reducir las altas tasas de delitos de todo tipo, infracciones consuetudinarias, encontrones personales, etc., etc., etc.
Es así que el cuadro patológico de los vecindarios está en alerta roja incluso en barrios de caché, los cuales de ninguna manera están exentos de la inseguridad generalizada que azota todos los rincones de nuestro país.
En los estratos 5 y 6 la gente enfrenta a acosadores y abusadores ―intrafamiliares e intervecinales―, lo mismo que a atracadores, estafadores y vendedores de estupefacientes que llevan a la drogadicción a jóvenes promisorios.
La inseguridad cobra ribetes dramáticos en zonas de las clases menos favorecidas. Allí hay delincuentes que cometen sus fechorías a plena luz del día, en especial por callejuelas de sectores deprimidos. Ya en la noche estas vías parecen bocas de lobo debido a la falta de alumbrado público.
Jaranas de borrachones en ciertas barriadas pueden ir acompañadas de altas estridencias ultradecibélicas que no dejan dormir a la gente vecina. En ellas a veces hay traquetos con clandestinas armas de fuego, con las que echan tiros al aire, siendo que una bala que cae puede ser mortal.
Tiendas, bares, estaderos y discotecas populares son puntos de reunión de jóvenes y mayores en los que se presentan discusiones y riñas por celos, insultos, deudas, etc., que son desatendidas por las autoridades.
En familias con múltiples problemas se da maltrato a menores. Cerca a colegios hay casos de acoso escolar. Hay niños y adolescentes que quedan sin estudiar. Otros inician clases y luego desertan, y estos muchachos terminan rebuscándose o perrateando, sin la menor orientación formal.
Si hay problemas en la empresa local de servicio de aseo, los camiones no pasan y se forman montañas de basura en bulevares, solares, caños pluviales y aceras.
Hay lavaderos informales de autos que botan su agua servida a la vía pública. O fugas de agua potable o de alcantarilla que demoran días en arreglar.
Gente anticívica bota animales muertos en bolsa, en frentes de bodegas o solares. Si no llegan a recoger el bulto, hay gente que lo enchumba de keroseno y lo enciende. ¡Qué humo tan pestilente el que emana de su combustión! La quema de hojarascas también se da y es bastante molestosa.
Por temporadas, se presentan plagas de mosquitos, moscas, ratas, ratones, arañas, etc., las cuales invaden barriadas periféricas sin que haya acciones rápidas para remediar esto.
Los totes y otros artículos hecho con pólvora siguen quemando a niños y adultos incorregibles, a pesar de prohibiciones al respecto.
Seguro habrás visto construcciones sin cercas adecuadas que se toman el andén. Algo parecido pasa con el parqueo de vehículos para la reparación, que invaden vías públicas.
Vas por una acera y de pronto la encuentras obstruida por un vehículo, y te tienes que bajar a la calle para pasar, cosa que puede poner en peligro a niños, minusválidos y a todos en general.
Faltan señales de tránsito. En cruces que debería haber semáforos, no los hay. En otros casos los hay pero se dañan y así se quedan largo rato. Los cortes indiscriminados de árboles no se justifican en muchas ocasiones, pero igual los cortan de tajo y no hay autoridad en este sentido.
Uno no cree en brujas, pero hay curanderos, adivinadores y otros timadores, incluso matasanos y sacamuelas con títulos “yeniferinos”, que continúan esquilmando a los ingenuos. Hay huecos en las vías internas de los barrios y mil vías sin pavimentar.
Pero el más gravísimo problema de los vecindarios es, a mi criterio, el “desordemonio”, o sea el desorden del demonio por no contar con autoridades autónomas que cuenten con un mínimo de poder disuasivo.
Y viene aquí una propuesta: se deben crear las unidades vecinales, conjuntos de viviendas aledañas con 50 ciudadanos o más, y que contarían con un delemán, que representaría el poder ejecutivo; tres facilitadores, en representación del poder legislativo; y un orientador, como garante del poder judicial.
Puedes informarte más en el libro Referendo Vecinal ya!
Cabe esperar qué dice de todo esto el nuevo Gobierno.
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