Parto de un título en el que hago dos propuestas, volver a las aulas y hacerlo distinto; sin embargo, en esas dos afirmaciones se encierra una serie de posibilidades que son las que en esta corta intervención quiero llevar a ustedes.
Surge en la reflexión una primera pregunta: ¿cómo volver a las aulas? Más allá de los protocolos de salubridad y protección impartidos a nivel mundial y por cada uno de los ministerios de nuestros países, la pregunta sobre volver a las aulas debe impactar a lo pedagógico, a la relación entre seres humanos; así que la respuesta a la pregunta depende de algunos otros cuestionamientos:
- Primero, si estamos satisfechos de lo que el aula era antes de la pandemia, pues intentaremos volver a lo de antes lo más pronto y con menos cambios posibles. Nada que hacer, las cosas funcionaban bien.
- Por otra parte, si los días de estar lejos de nuestros estudiantes nos ha hecho pensar sobre los aspectos que no funcionan bien, si eso nos lleva a pensar que no estamos satisfechos con lo que el aula es, hay toda una tarea por delante y no podríamos volver a lo mismo de antes.
La respuesta a estos cuestionamientos radica en otra pregunta, una pregunta básica: ¿de qué educación estamos hablando?
Si la respuesta es la de aquella que propende por formar profesionales para insertarlos en el mercado laboral, tal vez podamos seguir en lo mismo.
Si la respuesta es la de formar personas para la construcción de ciudadanía, definitivamente tenemos que hacer las cosas de una manera diferente.
Tal vez antes no podíamos reflexionar estas cosas porque estábamos inmersos en el aula, pero ahora que hemos estado alejados —al menos del aula tradicional—, hemos podido revisar y darnos cuenta de muchas cosas, pero el reto está no solo en darnos cuenta, sino en proponer y aplicar correctivos.
Primero que todo hay replantear, resignificar el aula, el aula sobrepasa un lugar de cuatro paredes, sillas, escritorios, tableros, televisores, etc. Sobrepasa aquella definición de “sala de un centro de enseñanza donde se imparten clases”. Esta experiencia del no lugar que nos impuso la pandemia en la que las tecnologías de la información y comunicación nos dieron la mano, nos amplió la mirada sobre el lugar, pero también nos redujo la mirada de compartir con el otro, por eso hay que sumar experiencias, reconfigurando el aula.
¿Qué debe ser el aula, la nueva aula?
Ante todo debemos permitirnos imaginar romper las aulas, ampliar el aula, quitar las fronteras del aula; el aula no es realmente el espacio físico, sino el lugar para conectar al otro, el lugar de encuentro con el otro, pero el encuentro donde el otro cobra sentido porque es allí donde se cuentan las experiencias vividas; de tal manera que al mirar el aula ampliamente promoveremos encuentros en los pasillos, en la entradas, en los patios, en los parques, en las plazas, en las fábricas, en las granjas, en las panaderías, en las bibliotecas, y todo esto porque hemos vivido alrededor de 6 meses en nuestra casa como aula, como laboratorio, así que podremos vivir la ciudad, además porque nos lo merecemos después de que todo esto pase.
Y vivir el aula de esta manera es vivir experiencias para saber y poder contarlas. Contar es uno de los retos más complejos, es una competencia, saber contar es toda una experiencia. Y contarse experiencias es necesario para producir nuevas experiencias.
Tenemos que renunciar al aula de cuatro paredes, esa aula es insostenible, pero no para volver indefinidamente al computador como aula, no, dejar las paredes para vivir la ciudad, para vivir la ciudadanía.
Pero hay un reto aun mayor, no es solamente pensar el aula, sino pensarla con estrategias de trabajo para que con ellas y en ella se genere algo; esas estrategias deben, como primera medida, propiciar saber quién está del otro lado, esa persona con la que se interactúa y se interactúa no sobre contenidos. No podemos volver a las aulas a difundir contenidos y peor aún a evaluarlos.
No podemos darnos el lujo de utilizar el aula para trabajar contenidos cuando tenemos al frente estudiantes que son interlocutores, constructores, actores y autores.
Ya nos dimos cuenta en estos seis meses que los contenidos están en la web, de los buenos y de los malos; nos dimos cuenta que nuestros estudiantes saben buscar, y al saber buscar, saben encontrar; en un tema de contenidos el alumno sabe más que nosotros; un estudiante sabe en cinco segundos cuántas estrellas tiene una bandera, y a la distancia de un clic puede saber que el sistema solar contiene entre 200.000 millones y 400.000 millones de estrellas, el estudiante sabe dónde puede encontrar la información, el contenido.
Seguir usando el aula para trasladar contenidos de un lugar a otro es no aprovechar las nuevas circunstancias que se presentan ante una nueva manera de ver la educación; el aula debe volverse un espacio en el que se genere crisis, no viendo la crisis como problema, sino como dinamizadora de la búsqueda del saber, la educación en sí misma debe ser crisis, el aula debe ser un espacio de conflicto, de crisis, para poder pensar el aula y pensar en el aula, para realmente provocar el pensamiento crítico, la creatividad, la sociabilidad, la apertura, la felicidad, la realización, que en últimas tiene que ver mucho con la felicidad.
El aula es crisis porque podemos provocar a los estudiantes no desde la verdad sino desde el cuestionamiento y en el cuestionamiento está la raíz del conflicto; es decir, el aula como un espacio de deconstrucción, y no para construir un nuevo orden sino para transformarlo y transformar lo establecido, cuestionándolo, pero sin tratar de proponer otro nuevo establecimiento.