Multiplicando en el entretanto la dosis diaria de paciencia, con las noticias caracterizadas por información inexacta, por la acostumbrada habladuría hueca de ciertos personajes públicos y con el irresponsable proceder de desconocidos conciudadanos. Hasta que llegue el tiempo en el cual se recupere el derecho a la proximidad, donde solo está autorizado a esperar el límite previsto por las fases de la contingencia. Ya que es seguro que cuando la sensación de normalidad regrese al mundo, tras un muy breve periodo de duelo, la alegría será tanta que conducirá velozmente a los viejos hábitos.
En los que las cosas volverán a ser tal como antes fueron, intensificándose las tendencias ya existentes y olvidando que un microorganismo ha evidenciado las conexiones entre el entorno natural, la sanidad y la capacidad productiva de las naciones. Normalidad tan deseada, a la que es regresar a una preexistente e inmensa crisis. Ya que lo que se necesita en nuestro planeta, es acelerar una transformación masiva hacia una economía basada en la protección de la vida. Cerrando ciclos productivos en una economía circular ecológica, basada en el cuidado y la reparación. En un planeta que estamos consumiendo recursos terrestres por encima de su capacidad para renovarse, equivalentes a 1,7 tierras al año. Lo que apunta que para 2030 serán dos tierras, y para 2050 tres, las que de seguir en ese ritmo necesitaremos.
Necesidad de respetar las ecodependencias e interdependencias necesarias para sostener la vida, que tan claramente se pusieron de manifiesto en esta crisis, derivadas de las lecciones que nos esta dando una naturaleza que se regula por sí misma. En donde las decisiones no pueden ser de nuevo parciales, en un estado de constante alarma en el cual el enemigo es tan global como local y lo que esta en juego es la supervivencia.
Dejando de lado diferencias conceptuales, a fin de tener un mundo mejor, más compasivo, menos aislado, más solidario. Habituales abusos y desmedidos excesos, donde al regreso de la normalidad se evidenciara que no han tenido cambio alguno: el deseo de acumulación no se verá alterado (el 10% más rico de la población mundial tendrá acceso al 82% de toda la riqueza creada); la precariedad y la privación de lo necesario para vivir del 23.1 % de la población mundial, seguirá protagonizando el debate público; la globalización continuará a la defensiva; China y Estados Unidos se mantendrán en el curso de colisión; la batalla entre populistas autoritarios (aún más arbitrarios) e internacionalistas liberales se intensificará; la izquierda diseñará un programa "salvador" que apele al mayor número de votantes; los funcionarios estatales saldrán reforzados porque han hecho honor a su nombre de servidores y públicos.
No así los políticos, cuyas incapacidades han dejado de ser sospechas, para convertirse en evidencias. Volverá la contaminación, aunque tengamos más conciencia de ella; volveremos a viajar con frecuencia para sentirnos otra vez exploradores, aunque sea difícil rebasar algunas fronteras; volveremos a abrazar a los amigos, aunque lo hagamos con un cierto temor al contagio; volveremos a comer en restaurantes, a disfrutar de la conducción de vehículos y a cometer toda clase de despilfarros, porque el retorno a la normalidad nos permitirá sentir que superamos todos los riesgos.
Referencias. Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de Harvard, artículo publicado en Project Sindicate. Joseph Stiglitz, premio Nobel - Informe de la comisión de expertos financieros de la ONU. Global Footprint Network.