Al común de los colombianos los nombres de Ever Veloza (alias HH), Carlos Robayo (alias Guacamayo), Miguel Múnera (alias Mellizo), Eduardo Victoria (alias El Socio), Víctor Patiño (alias El Químico), el Negro Asprilla, El Alemán, Diego Vecino, Julián Bolívar, Pájaro Loco o Botalón nos erizan, la piel y congelan la sangre. Los primeros por ser traquetos puros y los segundos por ser paracos-traquetos.
En común tienen ellos, otros mafiosos y por lo menos 100 jefes de bloques paramilitares, el hecho de que ya están —o están ad portas— en las calles de Colombia caminando como Pedro por su casa, lo cual nos tiene que preocupar a todos. Y no es para menos, si el mismo vicepresidente Óscar Naranjo en días anteriores eufemísticamente calificó la violencia desatada en capitales de departamento como una situación relacionada con “malos comportamientos” de algunos de esos señores que retornan y ya dejan una estela de sangre.
Ese “no portarse bien” al que se refiere el Naranjo no parece ser otra cosa que la ola de violencia y asesinatos que viene creciendo en ciudades como Medellín o Cali, de la cual nos dan cuenta los medios de comunicación como este todos los días, así como de las muertes de líderes sociales y amenazas a periodistas y medios de comunicación que podrían ser parte de ese saludo de retorno.
El reacomodamiento de estructuras porque llegaron los “patrones” es evidente. Ellos mismos andarían en purga por recobrar el control de territorios, de negocios, haciendo que los testaferros les entreguen de vuelta los bienes, propiedades y rutas, etc. Es decir, llegó el que manda y ahora las cosas son así. Sin embargo, lo que sucede es que sus antes lavaperros y segundones hoy están convertidos en amos y señores de ciertas comunas, territorios, y no parecieran estar dispuestos a ceder tan fácil lo que creen que por herencia mafiosa les pertenece.
Esas palabras del general Naranjo, quien fue uno de los que luchó contra esas estructuras criminales de los años 90 a 2000, logrando la extradición de muchos de ellos, deben tomarse muy en cuenta por todos nosotros, pero de manera especial por el nuevo ministro de la Defensa del gobierno Duque y de quienes vayan a conformar su cuerpo de generales u oficiales a cargo de las distintas fuerzas y organismos de inteligencia del Estado.
Si no se actúa de entrada contra ellos, no se tiene diseñado un gran plan de seguimiento, de inteligencia y contrainteligencia, de mapeo y rastreo de esos personajes del narcotráfico, las armas y el terror, la inseguridad podría empeorar.
No se trata de estigmatizarlos ni de no creer que se arrepintieron, pagaron su pena, están libres de toda culpa porque ya pagaron ante la justicia sus crímenes. No. Pero tampoco de ser ingenuos y sí saber y no olvidar que varios llegaron a continuar con el negocio y el hecho de que Naranjo lo haya dicho públicamente con semejante disimulo es porque desde los organismos de control ya se sabe que eso es así y el problema sería enorme.
Una posible desestabilización de orden público, violencia y vejámenes se puede extender en varios puntos del país sino se presta la atención debida a ellos y a los muchos que están cerca a salir de cárceles nacionales y gringas, y cuenten nuevamente con el tiempo, las ganas de poder o de reiniciar sus negocios. Con los que hay afuera ya se sabe lo que está sucediendo en la comuna 13 de Medellín o el distrito de Aguablanca en Cali. Por eso el presidente Duque y ministro Botero en vez de estar pensando en regular la protesta ciudadana, deberían ponerle el ojo a estos personajillos que si juntan sus cabezas pueden generar un Leviatán de proporciones mayores que se resulte tragando a miles de compatriotas en una espiral de violencia y terror, producto de una nueva ola de traquetos recargados 2.0.