A esta hora resultan más creíbles y menos peligrosas las cuentas de Reinaldo Rueda con su raquítico optimismo para que la deteriorada selección de fútbol clasifique al mundial, que los números de la Registraduría Nacional. Es día de fútbol y tiempo elecciones; entonces el circo será suficiente para tapar por hoy el naufragio de la reciente jornada de votación, pero no alcanzará para el desfallecimiento que viene.
Así es, la elección al Congreso para los próximos cuatro años ha quedado para siempre en entredicho; sin embargo, esto resultará apenas una llovizna en comparación con el desastre que se avecina si antes de la elección presidencial de mayo el registrador nacional no renuncia al cargo o es removido con urgencia, con la urgencia que se necesita ante la costosa acción de un inepto.
No puede decirse que hace rato la democracia colombiana no esté andando por el filo, extenuada entre la corrupción de los poderes públicos y las fuerzas militares, por el exterminio de los contradictores, por la concentración inicua y la volatilidad de la riqueza, por el derrumbamiento de la calidad de vida ciudadana o la violencia a lo ancho del mapa, pero que ahora las cuentas electorales no sean creíbles y dejen semblante de ilegalidad es el extremo, el grano que faltaba para ingresarla a una UCI.
Elecciones atrás y ya habiendo dejado casi en el olvido el fraude del año 1970, se decía habitualmente que la ganadora era la Registraduría, esto por la fiabilidad de sus conteos. Pero arrojando a la caneca años de preparación y una contratación logística archimillonaria, lo de la pasada elección al Congreso resultó deplorable, con cientos de miles de votos extraviados, enredados o aparecidos, según se le mire. Culpa de los jurados, de los formularios, de las cuentas, culpa de las consultas, de la cantidad de partidos, culpa de la lluvia, de la mala capacitación, culpa de la lectura, en realidad responsabilidad ineludible de la Registraduría y de quien ejerce como Registrador Nacional, el señor Alexander Vega. El tubo tuvo la culpa, como en el viejo comercial.
La reacción de Vega ante la consternación por las fallas evidentes viene a ser peor que el daño: este vacila, anuncia que pedirá recuento, afirma que todo está en orden, sostiene que aquello obedece a “errores humanos”; se lava las manos, reafirma el lugar común del apego a las normas, y minutos más tarde recula, matiza la gansada, afirma con voz cortante que no existe fraude, que no pedirá recalcular votos.
Naturalmente, los ganadores no aceptan nuevas cuentas y los perdedores deslegitiman el resultado. Y todos, independientemente de la orilla ideológica (Álvaro Uribe perdedor con el Centro Democrático y Petro ganador) terminan teniendo razón: lo acontecido con la jornada electoral es un fiasco y pondrá en sospecha cualquier resultado en las próximas elecciones presidenciales.
Como están las cosas tensas al extremo de Federico Gutiérrez a Gustavo Petro, quienes por seguro estarán en la segunda vuelta, ninguno admitirá justamente su derrota y el país vivirá tiempos de enfrentamiento civil e interinidad peores, mucho más radicales en realidad que el antecedente del gobierno Samper cuestionado por actos sucios de recibo de dinero del narcotráfico.
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Ya nada solucionará el descrédito de las elecciones pasadas. Pero una renuncia del registrador o una remoción terminante de su cargo, podría aportar un poco de sosiego
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Ya nada solucionará el descrédito de las elecciones pasadas. Pero una renuncia del registrador o una remoción terminante de su cargo, podría aportar un poco de sosiego, sobre todo si los candidatos en contienda convinieran desde ya en forma pública y expresa que una limpieza tal en la Registraduría fuera punto de garantía aceptable en lo que sigue para sus participaciones.
Lo más seguro es que por las buenas Vega no se vaya. No ha mostrado la cualidad necesaria para eso. Por el contrario, este señor llegó a ser registrador con cuestionamientos de inicio, se posesionó con controversias, primero el interés personal, el país que aguante; a las malas y anticipándose a este desastre ya había afirmado que “el que no sienta garantías o crea que le harán fraude, pues no debería presentarse"; Vega ya había decidido que la población colombiana era mayor que la oficializada por el Dane y había tenido su fiesta estruendosa con Silvestre Dangond.
Claramente a una máquina que se le echan desperdicios no produce como resultado un maravilloso manjar. Vega empezó pésimo, venía mal, y de no irse hará terminar muy mal a todo un país. Sucedió del mismo modo con Reinaldo Reinaldo Rueda y la Selección que mandó al abismo, pero a Rueda aún le queda la curiosa posibilidad del milagro.