Queda claro para los guajiros y otros departamentos que el alboroto armado a finales del 2009 y comienzos del 2010 por parte de la dirigencia atlanticense sobre las bondades de constituir el Caribe como una región autónoma eran solo cantos de sirena. En ese momento se esbozaban discursos politiqueros que hábilmente denigraban del centralismo bogotano como un modelo que solo conducía al atraso, a la proliferación de la miseria, la violencia, la corrupción, la exclusión y al debilitamiento del tejido social. Contrario a eso los impulsores de esta iniciativa se presentaban como la redención regional, cuyas prioridades eran: erradicación de la pobreza extrema, consecución de una mayor autonomía, construcción de escenarios para la competitividad, probidad en el manejo de los recursos, desarrollo económico, social y cultural, a tono con sus propios intereses.
Siete años después de la puesta en escena de esta comedia se consolida la tesis de los escépticos de ese entonces, quienes se atrevían a señalar que la trama no era cierta y que de eso bueno no dan tanto.
Lo cierto era que detrás de bambalinas se cocinaba un pacto por el Caribe, con un rosario de acciones para la región muchas loables y otras que desde lejos observaban con cierta incomodidad a La Guajira y el Cesar como grandes receptores de recursos por la explotación minera, lo que sucedió después ya es historia conocida por todos, las mal llamadas regalías se convirtieron en mermelada.
¿Dónde estaban los adalides de la integración, el desarrollo político, económico y social en los ocho departamentos que conforman el Caribe colombiano?
Esto permitió que se pusieran las cartas sobre la mesa y emanaran los verdaderos intereses económicos que se movían detrás de tan ambiciosa propuesta regional, cuyos objetivos fundamentales consistían en dividirse entre todos los importantes ingresos de los departamentos productores, dejando de lado y a su suerte otro componente como era el gran pasivo social que por muchas circunstancias estos entes territoriales carboníferos arrastraban a través de la historia.
Aunque el panorama es diferente para la región, la situación muestra cambios radicalmente positivos para unos territorios y fuertes rezagos en otros, ya que la apuesta regional se circunscribe solo a realizar grandes inversiones en infraestructura que busca lograr altos índices de competitividad en los departamentos del Atlántico, Magdalena y Bolívar, pero que no permiten integrarse a esta cadena de valor a departamentos como La Guajira.
Bajo este panorama de insolidaridad nacional y regional, y las consecuencias de una mala gerencia en el uso de los recursos públicos para el caso de La Guajira, es preocupante que no se avizoren soluciones urgentes ante el cumulo de problemas sociales en el que nos encontramos, Riohacha se constituye como la cuarta ciudad con el indicador de desempleo más alto del país (13,7%), de 26 departamentos La Guajira ocupa el puesto 24 en competitividad, el 25 en infraestructura y el 25 en salud, el 60,8% de su población vive por debajo de la línea de pobreza, etc, etc, etc.
Frente a estas realidades sociales y económicas es urgente diseñar un proyecto colectivo a largo plazo que esté por encima de nuestras individualidades culturales o la mezquindad de posiciones políticas. Por eso hace falta una agenda de desarrollo inclusiva, con una visión integradora y participativa, donde todos los sectores sociales se vean representados, con el propósito de crear las condiciones que posibiliten que a través de nuestras múltiples potencialidades desde lo local, organizar el desarrollo territorial.
