Reforma universitaria, una necesidad que no se puede evadir más

Reforma universitaria, una necesidad que no se puede evadir más

Esta no es solo una fórmula de ajuste curricular formal, es la oportunidad de las instituciones públicas para recuperar el sentido

Por: Manuel Humberto Restrepo Dominguez
junio 04, 2019
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Reforma universitaria, una necesidad que no se puede evadir más
Foto: Nélson Cárdenas

Las reformas académicas en las universidades públicas del país son una necesidad primordial para asumir con responsabilidad los mandatos de la paz en curso, que comprometen constitucionalmente tres periodos de gobierno. Investigar (investigación), formar (docencia) y extender (Extensión) requieren con urgencia ajustes institucionales y de reorganización de contenidos y modos de acción que aporten para construir el proyecto colectivo de nación en paz, implementando prácticas útiles para la no repetición del horror y para impedir el regreso a la barbarie. Las reformas hacen parte del desafío de las universidades y para salir del horror padecido por algunas que fueron víctimas directas de desaparición, asesinato, estigmatización y amenazas a estudiantes, profesores y trabajadores y que permanecieron acorraladas por la fuerza marginal de agendas de la violencia y de la guerra.

Las reformas no son solo una fórmula de ajuste curricular formal, son ante todo la oportunidad para recuperar el sentido, capacidad y renovación de sus actos de creación de ciencia con conciencia social y de hacer frente a los obstáculos que las debilitan y mantienen a merced del mercado. Las reformas, que algunas han emprendido, tendrán que hacerse con el espíritu de libertad de este tiempo y atender las demandas culturales y científicas de la población no escuchada a causa del horror. Las reformas tendrán que actualizar su misión guardando equilibrios entre la sociedad global del conocimiento y la realidad local de profundos conflictos por desigualdad, exclusión y discriminación.

Las universidades con raíces en el siglo XIX (como la U.N., UdeA., UPTC) nacieron con la misión de aportar a la configuración de una nación independiente y de formar intelectuales que fueran la conciencia crítica para la transformación social. A comienzos del siglo XX, hace 100 años, la universidad en general sufrió un cimbronazo que la cambió, cuando en junio de 1918, el Movimiento de Córdoba, Argentina, promovió una reforma profunda que las señaló de permanecer incrustadas en estructuras coloniales de modelos ajenos y les definió un trazado en la historia y aunque muchas no lograron ser lo que debían ser, por lo menos dejaron de ser lo que eran, atrasadas, autoritarias, dogmáticas. Córdoba recuperó el sentido de la universidad crítica, comprometida con su tiempo y las demandas de sus pueblos y dejó como gran legado la autonomía, sostenida por los pilares de docencia, investigación y extensión, independientes y articuladas, para crear la ciencia, formar y escuchar y atender a la gente. La autonomía la liberó de ser el apéndice del poder político y de servir a los intereses de los poderosos y le abrió la posibilidad para pensar con pensamiento propio, derribar muros y promover su función social y de transformación con creatividad e imaginación.

Un siglo después, el legado de Córdoba está presente y debe ser un inevitable punto de referencia, aunque el mundo es otro. Los avances de la ciencia han cambiado la vida, resuelto enigmas y conflictos que parecían imposibles de resolver. Pero también el mundo se ha vuelto más ilegible y peligroso, hay lugar para los derechos, pero las nuevas formas de represión producen daños más dolorosos e irreversibles. Hay nuevas dimensiones y múltiples maneras de interpretar y conectar la realidad y la imaginación. Pequeños artefactos controlan la vida, el tiempo, la historia, modifican percepciones y hacen confundir la realidad material con las cifras. Lo virtual, las simulaciones, los performances rompen fronteras que parecían infranqueables y dejan al descubierto que las universidades ya hacen parte de las dinámicas del mercado de conocimiento y ahí están encerradas.

El siglo XXI trae nuevos elementos inevitables para toda reforma, asociados a la formación, la comprensión y el uso del conocimiento. Los actores son los mismos, el conocimiento circula cientos de veces más rápido por redes en las que se impone lo efímero, lo narcisista, lo escandaloso, que hace más hurañas y ajenas a las personas y más ausentes y lejanas de resolver la pregunta del siglo XIX, por el quién soy yo y por mi papel en el planeta. El siglo XXI trae mundos entrecruzados, rizomas que se meten por todas las fisuras, capitales especulativos que lo cambian y compran todo. El ímpetu de la era tecnológica modifica rápidamente las formas de relación humana y logra que ya ninguna totalidad sea explicable desde una sola ciencia, ni un mismo patrón de comportamiento. El tiempo de este siglo es atomizado y discontinuo, en cualquier lugar y hora, se puede lograr una fórmula de paz o producir la más ruda violencia, basta una palabra, un click, todo se vuelve perecedero. El estudiante ya no busca a un profesor que lo eduque para el futuro (que perdió importancia), él quiere acumular datos, resolverlo todo de inmediato, saber para el instante, (el “internet y el correo electrónico hacen que la geografía y la propia tierra desaparezcan” B. Chul Han, el aroma del tiempo). Lo urgente para la universidad tendrá que ser entonces reorganizarse para circular saberes y prácticas que entreguen fundamentos, estructuras, bases sólidas para que seres humanos concretos y contextualizados aprendan a pensar y a actuar responsablemente conforme a los estatutos de cada saber, en equilibrio con un humanismo, ciudadanía, ética y verdad, útil para convivir pacíficamente, tanto en el campus de la ciencia y la cultura, como en su condición de actores en medio de la adversidad de la realidad material, de un país en el que tres de cada cuatro viven con derechos a medias y pobreza completa.

Cualquier reforma universitaria contemporánea tiene que aportar para dar el salto del odio al relato colectivo de nación en paz y antes que respuestas hay que definir los problemas que pretende resolver, reconocer que a nuevos problemas nuevas formas de solución pero en contexto y en concreto, con y para seres humanos determinados. La meta de una reforma no es diseñar otro currículo que apenas espolvoree los viejos cubículos de las ciencias para agregar conceptos modernos sin asimilarlos, ni aprehenderlos (paz, ambiente, derechos, género) y dejar todo igual o contablemente producir cierres con sumas iguales (asignaturas, créditos, horas) sin historia, ni significado en contexto. El momento promete ser de quiebre para recuperar la capacidad de interpelar las políticas trazadas desde afuera, dejar de responder a operaciones matemáticas que integran dedicación y demanda de profesores con estándares y recursos disponibles para ofrecer aprendizajes ajenos y repetitivos a sus estudiantes. Es un momento de reto profundo para las universidades para atreverse a pensar por cuenta propia en tiempos de mezclas, matices, diversidades y pequeños relatos capaces de trastornar lo más estable.

Es tiempo en el que hay democracias sin pueblo y pueblos sin rumbo, que esperan de sus universidades, sus profesores y estudiantes, respuestas y caminos para seguirlos. Es tiempo de asuntos modificables, sin inderogables, sin cosas insalvables, ni compromisos para realizarlos de por vida. Deja de existir el programa eterno, la fórmula incorregible, la verdad única, el maestro incuestionable, el estudiante perfecto, la institución incuestionable. Es el tiempo de otras maneras de conectar e interconectar, sin ciencias puras, ni duras, ni blandas, de performances que se sobreponen a la exposición, de sonidos impuros, derechos complejos, multiplicidades, diversidades, intersecciones, nuevas mezclas, aparatos, metodologías, economías que controlan a la política. Es tiempo de asumir el reto de pensar con pensamiento propio para dejar de ser universidades subalternas.

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