Cada que empieza un gobierno le da la ventolera de reformar la forma de hacer política. La forma, digo, porque el fondo prácticamente queda igual. Se intentaron miles de reformas desde Betancur, Barco, Gaviria que sí logró la Constituyente del 91 porque estábamos hastiados de la política de ese momento, excluyente y narcotizada; luego con Samper no hubo como reformar nada porque habría que haberlo sacado a él, en primer lugar.
A continuación Pastrana, Uribe y Santos intentaron iniciar sus períodos con reformas y terminaron con chorros de babas. Que si cifra repartidora, que si lista única o voto preferente, que si unificar o separar períodos… En fin, una serie de modificaciones que terminan todas pareciéndose y no mejorando los sustancial, el fondo de la política: corrupción, mermelada, clientelismo o cualquier otro mal. Solo nombremos los males, y de esos tenemos en Colombia.
De manera que reformar la “forma” no significa cambiar, sino todo lo contrario, hacer de cuenta que se cambia todo para no cambiar nada. El problema es que olvidamos lo que se ha hecho y, como ya se sabe, un pueblo que no conoce su historia, está condenado a repetirla.
Olvidamos, por ejemplo, que antes se hacían todas las elecciones juntas. Teníamos una sábana en lugar de un tarjetón porque había que meter en una misma elección Senado, Cámara, Asambleas departamentales, Concejos Municipales, Gobernadores y Alcaldes. Esto llevó a que se unas pocas fuerzas políticas que encabezadas por un jefe dominaban desde el Capitolio hasta el concejo municipal más humilde.
Cansados de esto se decidió separar los cuerpos colegiados nacionales de los territoriales. Quedó sin embargo un paquete que es Concejos, Alcalde, Asambleas y Gobernadores… Mala cosa, pero por favor ¡dejémosla así!
Desde el 91 se abrió tanto la posibilidad de crearlos que llegamos a contar con casi cien partidos políticos. Cada parlamentario tenía su propio partido. Esto que era mucha democracia terminó por convertirlos en partidos de garaje con la ideología de su dueño y señor. Después se cerró demasiado y hoy solo hay unos 10, pero se abrió la puerta para entrar con firmas, así que llegamos a lo mismo. Cada cuál se hace elegir como quiere sin ningún compromiso partidario. Así se vio en la elección presidencial donde muchos candidatos con partido se pusieron a recoger firmas dizque para ser “independientes”.
Ya mandaron el primer envión
y ofrecieron la cereza del pastel a alcaldes y gobernadores.
Tranquilos que a ustedes también se les amplia
El otro embeleco de cambio con el que sueña cada presidente recién elegido es la ampliación del período o la reelección que es casi lo mismo pero más dañina. Así que pasamos de prohibir la reelección a una después de un período, como lo intentó Carlos Lleras Restrepo, por ejemplo. Después se estableció la reelección por una sola vez y nos llegó la de Uribe, que feliz con el primer articulito intentó un segundo para elegirse por tercera vez, con ayudas como las de Yidis y Teodolindo. Santos, se reeligió y después hizo que se prohibiera para su sucesor. Y ahora los amigos de Duque buscan otra vía, la de la ampliación a cinco o, ¿por qué no? a seis años el período… Y para lograrlo ya mandaron el primer envión y ofrecieron la cereza del pastel a alcaldes y gobernadores. Tranquilos que a ustedes también se les amplia. Ah, y si se amplía al presidente seguramente también a los congresistas.
En fin, es una larga historia de “boludeses” como diría un argentino. No importa la forma que se le de a un pastel, si la crema está rancia seguirá sabiendo inmundo. Esa es la realidad de cualquier reforma que se tramite, para listas cerradas o abiertas, para régimen presidencial o parlamentario, para 10 o 100 partidos políticos. No queremos más reformas de forma, la única y verdadera reforma es que se cumplan tres mandamientos: 1o la vida es sagrada, 2º los dineros públicos son sagrados y 3º el interés general está siempre por encima del particular. Lo demás son puras cortinas de humo o vestidos hechos a la medida del que los manda a hacer.
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