En el rincón del reloj, la vida se desliza como un río impetuoso, arrastrándonos sin pausa hacia un destino inevitable. Desde el primer suspiro, comenzamos este viaje vertiginoso, sin detenernos a contemplar la danza fugaz de los días. A menudo, vivimos con prisa, olvidando el regalo precioso que es cada amanecer, ignorando que cada crepúsculo nos acerca un poco más al ocaso.
La gente, querido lector, muere. Cada segundo que transcurre nos recuerda esta verdad inmutable. En las empresas, en las calles, en los hogares, somos reemplazados como piezas en un rompecabezas interminable. Las cosas que atesoramos, muchas de ellas permanecen intactas, sin uso, mientras otras encuentran su triste final en la basura.
Y, sin embargo, ¿quién espera la muerte? Si pudiéramos aguardar su llegada, quizás viviríamos de manera más intensa. Cada día se convertiría en una oportunidad para desplegar nuestra mejor versión, para disfrutar los pequeños placeres que el tiempo nos ofrece. ¿Por qué no vestir nuestra mejor ropa hoy, perfumarnos con esmero, viajar sin postergar? ¿Por qué no saborear el postre antes del almuerzo, desafiando las convenciones?
Si fuéramos conscientes de la efímera naturaleza de la vida, nuestras expectativas hacia los demás se volverían más comprensivas. Sonreiríamos con más frecuencia, perdonaríamos con facilidad y abrazaríamos la naturaleza con gratitud. El tiempo se erigiría como un tesoro, y el dinero perdería su poder de dominio.
La muerte, esa visita inesperada, debería recordarnos que la tristeza ante las banalidades es un desperdicio. Deberíamos llenar el aire con música y danzar, aunque nuestro ritmo sea torpe. Deberíamos ser proactivos en la búsqueda de la felicidad, en la creación de momentos inolvidables.
Reflexionemos, entonces, sobre el uso que le damos al escaso tiempo que nos queda. Cada latido del reloj es una invitación a vivir plenamente, a abrazar la belleza de la vida y a sembrar la felicidad en quienes nos rodean.
El tiempo, comprenderás, es relativo, y la percepción de su velocidad varía con la edad. Pero lo verdaderamente crucial es vivir el presente, sin la sombra del pasado ni la preocupación del futuro. El tiempo es nuestra elección, una paleta de colores que podemos utilizar para pintar el lienzo de nuestras vidas. Apreciamos este regalo efímero y creamos una existencia que merezca la pena ser vivida.
La gente muere, pero en el eco de sus vidas, nosotros continuamos. Las cosas que acumulamos, muchas veces superfluas, pueden encontrar un propósito en manos de otros. Así que, mientras la existencia se desliza, sigamos adelante, abrazando el tiempo con gratitud y amor, convirtiendo cada instante en una obra maestra efímera, única y preciosa.