Reflexiones sobre el “Oficio médico: ¿secreto o misterio?”

Reflexiones sobre el “Oficio médico: ¿secreto o misterio?”

Por: Iván Salas Vergara
julio 21, 2013
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Respetado colega, después de felicitarlo por poner el acento sobre este crucial tema acerca del cual poco o nada se discute en los claustros y paraninfos, paso a compartir algunas breves reflexiones apropósito de su excelente ensayo.

A mi juicio lo esencial en la controversia ética - quizá debería decir crisis ética - en la medicina contemporánea, pasa por el lugar que se le otorgue o se le niegue a la palabra en la relación médico-paciente; la forma como ella circule en el dispositivo terapéutico, determinará que esa relación se dé o no en el ámbito de una medicina sin sujeto, es decir, exclusivamente científica, más abajo diré por qué, o en el marco biopatográfico que supone la introducción en el seno mismo del pensamiento médico de dos graves ideas, dos decisivos puntos de vista a la vez heurísticos y hermenéuticos: Vida y Persona (sujeto). Esta problemática es, sin lugar a dudas, no sólo de la mayor dignidad ontológica sino, también, de la más alta relevancia terapéutica.

Veamos, no es solo por el abuso de un lenguaje técnico excesivamente críptico, tal como bien señala su artículo; no sin antes conceder que toda disciplina adscrita a la racionalidad del método científico requiere de un lenguaje técnico que facilite la comunicación entre los adeptos; sino, fundamentalmente, porque como consecuencia directa de la inscripción del modelo bio-médico en el ámbito exclusivo- en el sentido de excluyente- de la ciencia, se termina expropiándole al paciente su derecho a la palabra acerca de su padecer ya que, en ese modelo de abordaje, el sujeto-paciente no solo pasa a ocupar el lugar de la “supuesta ignorancia” sino que ni siquiera es reconocido como sujeto ya que, por definición, la ciencia carece de sujeto ya que allí lo subjetivo resulta vitando y generador de “ruido” que impediría la pretendida, porque no es real, objetividad absoluta frente al caso clínico.

Si la palabra no circula armónicamente en el dispositivo terapéutico con miras a la construcción de una relación dialógica y por tanto entre iguales - construcción que si bien se concreta en la cita, tanto la precede como la sucede - sino que por el contrario atropella desde el “lugar del supuesto saber” y con el agravante de ser portada por un léxico ininteligible para el sujeto paciente, este no solo no es realmente escuchado- que es oír con atención- sino que además resulta enmudecido, es decir, infantilizado; recordemos que infante es el que no habla y si a eso le sumamos la imposibilidad de entender los síntomas – subjetivos por definición- como lenguaje no verbal , portador en primerísimo lugar de preciosa información para el propio sujeto que padece y se los reduce a señales carentes de significación existencial, a meros subproductos de alteraciones bioquímicas susceptibles de ser erradicados del cuerpo que padece, entonces la medicina toda es a su vez reducida a una especie de veterinaria de supuestos mamíferos superiores y por esa vía se desliza, al caer fatalmente en manos de intermediarios “sinónimo” de lucro, hacia una zootecnia al servicio de la industria de la explotación del “recurso” humano.
La aplicación del racionalismo empresarial a la producción de actos médicos por unidad de tiempo con miras a la reducción de costos y maximización del lucro supuso, además, la expropiación al médico de los medios de producción de dicho acto en beneficio exclusivo de un tercero; cosa por demás prohibida por la Ley de ética médica que reza en alguna parte que no es lícito la presencia de un tercero entre el médico y su paciente con fines de lucro. Este formato de atención que limita la palabra del paciente a responder casi en términos de si o no a una batería de preguntas preestablecidas y estandarizadas y que el médico simplemente va chuleando en las casillas de la historia clínica – aunque en rigor, allí ya no hay historia y si, apenas, un recuento frió, estadístico con fines a la aplicación del tratamiento estándar para la “entidad” nosológica diagnosticada-. Allí ya no hay un ser humano que padece, un sujeto que habla y expone su intimidad sensible a la experticia del otro, a la espera de devoluciones que posibiliten la emergencia del sentido y del por qué, para qué y para quién enfermamos, sino, apenas, una entidad intrusa que expulsar del organismo, ni siquiera del cuerpo, que es otra cosa bien distinta, que implica intención y finalidad, aunque no conscientes; no es, por tanto, un hecho biográfico que traduce algún aspecto existencial a develar, comprender y trascender por parte del paciente, sino un suceso, un accidente biológico que reparar ya que, casi siempre, la medicina dominante es, efectivamente, capaz de explicar el cómo acerca del hecho de enfermar pero enmudece ante los tres interrogantes arriba citados.
No quiero terminar estas breves reflexiones que son una cordial invitación a pensar sobre ese misterio, razón de ser del oficio y arte médicos: el hombre que padece, sin citar a José Saramago quien por boca de uno de sus personajes de “El año de la muerte de Ricardo Reis” resume con sabiduría infinita lo arriba escrito.

“(….) Todos sufrimos una enfermedad, una enfermedad básica, la que es inseparable de lo que somos y que, en cierta manera, nos hace serlo…. Aunque tal vez sería más exacto decir que cada uno de nosotros es su propia enfermedad”.

 

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