Reflexiones sobre el desempleo

Reflexiones sobre el desempleo

El empleado actual y su estatus.

Por: María Alejandra Castillo
marzo 09, 2015
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Reflexiones sobre el desempleo

Estos días, y sin quererlo, he reflexionado bastante sobre el significado de estar desempleado. Es un vergonzoso estatus que no es ni social, ni político, ni económico, sino un recordatorio permanente de que hemos fracasado en una sociedad en donde es imperativo ocupar un puesto en la cadena productiva.

¿Qué pasa cuando nos hacen saber que fracasamos? o peor aún, ¿qué pasa cuando nos convencemos de que somos un fracaso? , ¿cuando no podemos acallar esa voz en la cabeza que nos dice que no podemos o que lo estamos haciendo todo mal?

Sin importar las razones que nos han llevado al desempleo –en mi caso fue un editor que se encargó de hacerme saber lo inadecuada que era para la loable profesión del periodismo-, ese deplorable "estatus" visibiliza preguntas que nadie quiere realmente responder. Y una reflexión alrededor de las mismas, que no es otra cosa que un examen de conciencia de lo que somos, es una de las peores cosas que hacemos cuando estamos desempleados.

Uno se enfrenta irremediablemente a un vacío hecho de una espesa soledad que no permite ver nada alrededor y aparece la duda de todo lo que uno es, o al menos de todo para lo que uno creía que estaba destinado.

Ojalá esta fuera otra época y estas fueran palabras que están siendo escritas en una vieja maquina de escribir. Si fuera así, haríamos parte de viejas generaciones de escritores, artistas y poetas que, por lo que deja ver la historia, no buscaban figurar por figurar en la comodidad de un trabajo estable; por el contrario, desdeñaban los burocráticos puestos de oficina.

Hacían lo que hacían porque era lo que debían hacer, porque nada más importaba, porque como insiste Rainer Maria Rilke en Cartas a un joven poeta, hay que responder a los llamados de la vida misma. Y cuando no lo hicieron, cuando se les impidió dedicar horas de su vida a ello, fueron profundamente miserables como lo fue Franz Kafka, a quien conocimos gracias a la desobediencia de su amigo Max Brod.

Pero esta es la época en la que nos tocó vivir. Esta es la época en donde personas que no hacen absolutamente nada con su vida, como Kim Kardashian, son famosas. La fama, el hermanastro menor del éxito, es lo que marca las metas de millones de personas.

Heredamos un tiempo en donde el sueño americano se ha deformado lo suficiente y ha gestado una necesidad casi obscena de encajar, de ser exitoso y de tener un nombre que todos conozcan. Un tiempo en donde pertenecer a un puesto debe generar orgullo antes que recursos; un empleo que, para bien o para mal, en esta sociedad lo determina todo.

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