La muerte une y separa. Une esperanzas y buenos deseos. Separa motivaciones y estilos de vida.
La muerte del ministro Carlos Holmes Trujillo García nos une en una reflexión necesaria. En vida todo esfuerzo debe entregarse por la paz, por su consolidación y por su concreción que permita la unidad nacional.
En muchas de sus intervenciones CHTG se mostró renuente a aceptar hechos de paz, a defender lo indefendible, a facilitar procesos de concordia y reconciliación. Se fue lanza en ristre contra las cortes por su apoyo a los acuerdos del proceso de paz. Las mancilló por su pronunciamiento favorable al hecho de blindar durante doce años estos pactos de concordia nacional.
Se negó a dar una disculpa pública a las víctimas del odio nacional. Se unió con personajes que en todo momento expresaron sin recato alguno que es necesario hacer trizas los acuerdos de paz.
Nos dejó este y muchos más odios de los cuales necesitaremos los colombianos muchos días para sanarnos.
La reflexión no puede ser más necesaria y oportuna. En vez de atacar la paz e ignorar las víctimas, los grandes hombres de la nación deben propender por edificar estructuras sólidas de fe y paz. Ellos también mueren y son víctimas de sus propias infamias.
La soberbia también fenece y termina en dos metros de tierra. Lo único eterno es el recuerdo que dejamos como legado a las próximas generaciones.
Esta muerte debe unirnos, convocarnos a la construcción de un nuevo país, más humano, sensible y solidario. Bajar de los pedestales a quienes nos han forjado caminos de odio y venganza y erigir como sumos sacerdotes a aquellos que con su esfuerzo y virtud han comprometido su existencia a forjar la paz.
Los soberbios también mueren. Los maniqueistas también sufren y son víctimas de sus propios horrores. ¿Qué patria les deja CHTG a sus hijos y nietos? ¿Fueron sus días un acto de concordia? ¿Fueron sus empeños acordes a los clamores de las víctimas?
Todos estamos expuestos a las caricias presurosas de la muerte. Pocos estamos distantes del recuerdo duro del odio.
Cada día debe constituirse en un acto de paz.
Nuestros recursos económicos se destinan a la guerra, en detrimento de un sistema hospitalario que en plena pandemia continúa en estado crítico por falta de todo y ausencia de dolientes. Desde el gobierno se fomenta la corrupción entregando entes y entidades al manejo clientelista y burocrático.
Nuestros jóvenes no encuentran un puente seguro entre su preparación y su futuro. Terminan de carne de cañón en alguna región colombiana que los presenta como simples estadísticas. Horrores de Soacha y los falsos positivos que usted, señor ministro, nunca tocó o denunció y, por el contrario, siempre evadió y enjuició.
Nos duele su muerte. Usted no es un buen muerto o un mal cadáver como lo expresa su jefe con frecuencia ante las noticias de jóvenes asesinados y masacrados. Usted fue un privilegiado que gozó de los beneficios que a la gran mayoría de colombianos se les niega.
La muerte une. Hoy nos une en un dolor de patria. En la necesidad de forjar una nueva Colombia, al alcance de todos, al servicio de todos.
Descanse en paz y que en los cielos no encuentre usted tribunales que se opongan al abrazo incondicional de justicia y paz para todos.
Como conclusión podría afirmar que necesitamos mayor inversión en salud y educación y un menor gasto en guerra y odios.