Reflexiones de un cineasta sobre las elecciones

Reflexiones de un cineasta sobre las elecciones

Por: Sami Donaldo
mayo 27, 2014
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Reflexiones de un cineasta sobre las elecciones
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Siempre me he ufanado de no votar. Alguna vez por extrema complicidad de la esperanza lo hice. Otra vez porque le di mi palabra a mi hermano, que no estaba en Colombia, y viajé de lejos, a cumplir a Bogotá, para dejar el voto que él quería sumar, testaferrado en el mío. Pero hoy con un guion que no me quiere salir de las manos, no puedo seguir ni pensando por el cargo de conciencia: como si me creyera la mentira de que el voto sirve. La democracia no es sino un mecanismo que tiene el sistema para lavarse las manos con “el pueblo”: para que arriba mientras nos atracan puedan decir “ustedes eligieron”. Es verdad porque en un país sin educación la democracia, las elecciones, solo son un trámite para seguirle dando paso al mayordomo.

Pero es que lo de hoy es asqueroso. Cualquier silencio es cómplice y si es que no haber votado es otra forma de silencio, de ahí seguramente viene mi vergüenza. ¿O vendrá de ser de estas tierras, indiferentes y asesinas? ¿Deberíamos haber salido al menos unos dos milloncitos de indiferentes a hacer la diferencia? Tal vez hubiéramos servido; nunca se sabe. En el fondo es por falta de fe que uno no vota. Probablemente ya esté todo cuadrado, incluido esto de darle la primera vuelta a Uribe y su mequetrefe, para que no tengan cómo deslegitimar la segunda. Sentados frente a dos platos de peste, ¿qué comemos?: nos vamos con el que regala páramos, y reservas, y abre minas hasta en la casa de la mamá; ese que un día dice una cosa y al otro otra, y juega tanto con las regalías como con lo que le debe entregar al arte: o por el cómplice de la podredumbre y del asesinato, de la calumnia y la mentira, de la muerte impuesta por mano privada.  Pensando en Santos recuerdo que  “el miedo es el peor consejero”, según Cicerón, y este tontazo todo lo hace por miedo y por eso de tanto decir “sí”, en todas las direcciones, por dar gusto a todos, termina diciendo “no”. Y estos medios, que en realidad son extremos, en brutalidad e indiferencia, no lo dicen como es: no tienen idea de lo que es el honor, la palabra: “… helpless, like a rich man’s child”, dice Bob Dylan: insufrible, irremediable, irreparable, como el hijo de un rico, trata de decir.

Nuestros grandes medios son manejados por conglomerados económicos, y por tarados niños ricos. El grueso de periodistas que dirigen y ejercen la dictadura de la opinión en el país, son eso: delfines, como lo son las generaciones nuevas de políticos, representando a sus padres encarcelados: proyectados desde las rejas a la libertad en sus figuras.

Igual los periodistas: no se ha medido la verdadera dimensión de su injerencia en la vida pública porque ya estarían encarcelados: no se ha medido su responsabilidad en el gran fiasco nacional, su complicidad y su responsabilidad  directa en la amargura y la tragedia de Colombia porque ellos mismos lo silencian o silenciarían. Vicky Dávila, la recuerdo hedionda, zalamera, metida, protagónica, desde mi niñez, encaramada sobre una montaña de escombros en un terremoto en Colombia. Julio Sánchez Krusty, hijo de Julio Sánchez, igual, en La doblewebones: ufanándose de ser la emisora más oída de Colombia al tiempo que da los resultados del estudio que dice que somos el país peor educado. ¿Si no fuera así cómo estaría de primero en sintonía un hombre de su mediocridad, de la talla de su frivolidad, de su talante?; si nuestra educación no fuera patética qué haría gente como Julito, o como el lagarto mentiroso de Alberto, o Camila y la tan mentada “mesa de trabajo” (todos esos periodistas que Uribe llama “doctores”, para devolverles el favor y pasar de decente, de bien educado, de yerno soñado por las suegras de Colombia).

Ese delfincito, Julito, a escogido presidente a dedo cuatrenio tras cuatrenio, mientras se ríe en torpes carcajadas y cuenta que vía “tuirer” le acaba de escribir Luis Carlos Vélez  con algún dato “impresionante”: Luis Carlos Vélez, otro niño bien de bien, sin ninguna curiosidad, criado en lugares donde es imposible ver la realidad, la vida, o al menos curiosearlas (como debe ser ley para cualquier periodista) y para colmo, este tontazo, amamantado por el inmamable papá que tiene: Carlos Antonio Vélez.

Luis Carlos Vélez y su papá, especuladores con lenguaje, impostores, siempre posando de entregados, explicando con métodos y tecnologías insoportables: especulando, tautologiando, repartiendo odio, quebrando, partiendo. Esa actitud de niño insoportable en el debate, donde se atoraba con sus propios dientes para decir “iuniverciry”, ¡cuando iba a hablar de la Universidad de los Andes!. Ese arribismo de siempre de Colombia representado perfectamente en las cumbres de su ego; esos gestos de tener que importar hasta las preguntas para darle supuestamente (o “su puestamente”, como él escribe) peso y “profundidad” al debate, pero en el fondo no es más que para poder decir “Harvard” con ese inglés de presentador colombiano que parece que fuera a herniarse la lengua en el intento: Jervr: fonemas imposibles de transcribir para explicarlo.

Esa frivolidad, esa indiferencia. Siempre concentrado en él, y únicamente en él, tal vez por hacer el papel del imparcial pero dejando claro que es un incapaz; en la primera ronda de preguntas olvidó que Clara López no había respondido y ya iba a empezar la otra ronda confirmando otra vez que le importaba cinco lo que ella podría decir, o si hablaba o no: estaba ocupado oyéndose a sí mismo, orgulloso capataz de su carácter “inquebrantable ante los políticos”, pensará. La voz de su ego no lo dejaba concentrarse, no lo dejaba saber ni dónde estaba parado, ni siquiera entender sus propias peleas, ni las verdaderas razones de un debate: le grita en su cabeza con un volumen inversamente proporcional a su tamaño, y a su talento. Concentrado en el reloj, y en imponer una metodología y no en la esencia, como diciendo “es mi balón, es mi balón, es mi balón”. Ese rostro de muñeco maligno que hace años venimos viendo impuesto quién sabe por quién ya daba pistas de su egolatría y de su falta de humildad. Parece un niño al que el papá le dejó ser gerente en una de las empresas familiares de estamegaendogamia que son los medios de Colombia: un par de apellidos se reparten el honor de “la verdad” en este circo.

Y esa endogamia y delfinazgo no solo se dan en términos genealógicos y de consanguinidad de los políticos (y de los periodistas mismos), sino entre ellos: Peñalosa (con su barba sospechosamente ultraarreglada, como untadita de leche abajo y pobladito el bigote), Peñalosa, ya fue de Uribe, Marta Lucía, Juan Manuel, hasta Clara en la ingenuidad de su adolescencia. Todos le pertenecen de alguna manera porque como dijo Lao Tse: el favor rebaja. Todos le deben. De todos ha sido patrón en algún momento y aunque todos exigieron la renuncia de Zuluaga por el asunto del hacker, no esperemos que tengan el honor, la decencia y el arrojo de mantenerse fieles a su palabra, y se unan a este maleante en los próximos días, a cambio de alguna embajada (de cuántos no se deshizo Uribe de esta forma: de paramilitares extraditados a justicias lejanas, y de políticos, algunos hasta lo habían llamado “asesino”, que instaló en la vida diplomática de otras latitudes), o de cualquier acuerdo que jamás conoceremos, pero que será una inmensa sábana del tamaño de su ruindad. Nunca esperar decencia de ningún político, y nunca esperar de ellos saber la verdadera razón de nada.

Las altas castas del país: los poderosos (políticos, particulares y medios) se alimentan de la misma materia prima, el mismo cebo, el mismo concentrado: la ignorancia de la masa a quienes se dirigen. La ignorancia es un negocio redondo para políticos  y  periodistas mediocres: la ignorancia es el motor de dos cosas que tienen nombres distintos pero son lo mismo: los votos y el rating. Sin ignorancia ni esta clase de medios, ni esta clase de políticos podrían prosperar de ninguna manera. Sin ignorancia Colombia no mostraría el desprecio ignominioso que siente por la vida. En todos sus estratos, en todas sus raleas.

¿A dónde nos vamos?, ¡qué pavor!, ¿para dónde cogemos?. Cuántos muchachitos volverán a casa vestidos de guerrilleros muertos; cuántos campesinos y artistas van a tener que sufrir a un ignorante de esa calaña nuevamente en la presidencia. De verdad que este país da pena. Hoy yo me doy pena. Igual que ellos; logró el sistema hacerme sentir que ingenuamente que dejar de votar es como aprobar sus ejecuciones extrajudiciales, como aprobar los falsos positivos y el dolor de cada casa donde entró la muerte en nombre de ellos y de la Patria, de los recortes y el despojo total de la cultura, de la entrega de los páramos, de nuestros cielos abiertos y nuestros subsuelos, de nuestros ecosistemas, de nuestros mares, de la genética de nuestras semillas. Se viene lo peor con esos bandoleros, con esos pandilleros, dirigidos por el cínico mas grande y más infame que haya conocido esta parte de la Tierra; y además viene con sus retoños. Ese hombre de mirada oscura, perdida en la espesra del odio, nepotista y horrible que contemplaba hoy impávido, desde otra ciudad a la que escapó, esperando que su títere, sin él al lado, lo nombrara. Esperando el aplauso. Con un diablo en un hombro y otro diablo en el otro diciéndole lo que seguro piensa a gritos “A ver si este cabrón también se me tuerce… pero la hiciste Alvarito, la hiciste… estos votos son tuyos. Esta elección es tuya”, y sí: lamentablemente todas las riendas llegan a él. A ese que, como decía en estos días un columnista, como no sabe leer no lee, como no le gusta el cine no va al cine, como no le gusta el arte por el arte no hace nada, como su intelecto es tan limitado aborrece la poesía, no puede sino sembrar el odio porque es su manera de vengarse de la vida.

Rubén Mendoza

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