Reflexiones de un año con coronavirus

Reflexiones de un año con coronavirus

"No será posible erradicar el mal del virus si antes no se erradica el mal que lo antecede en la sociedad: el modelo de crecimiento económico neoliberal"

Por: Angelo Alberto Loaiza
diciembre 23, 2020
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Reflexiones de un año con coronavirus
Foto: Leonel Cordero

El 31 de diciembre próximo va a cumplirse el primer aniversario desde que la Comisión Municipal de Salud de la ciudad de Wuhan alertara sobre el aumento inusitado de casos de neumonía a razón de un nuevo coronavirus. Tras un año, el virus arroja en el mundo la cifra de 77 millones de contagios, 43,9 millones de recuperados y la fatídica cifra de 1,71 millones de muertes. En ese primer aniversario, 150 millones de personas en todo el mundo recibirán el 2021 en condición de extrema pobreza, una cifra que se suma a los 689 millones de pobres preexistentes causados por la desigualdad y el orden de acumulación vigente.

En lo que respecta a las cifras mencionadas hay que considerar por lo menos dos dimensiones: en primer lugar, las cifras son parte de las trayectorias de las víctimas y los dramas personales de los parientes representados en los dígitos; la prensa y los gobiernos se han esmerado por llevar a sus consumidores y ciudadanos un paquete de datos olvidando la dimensión humana del dígito. Lo anterior reproduce la lógica del crecimiento económico envuelta en salud pública, un ejemplo de los problemas que se ven como soluciones.

En segundo lugar, las cifras hay que considerarlas conscientes de la fuerza cuantitativa del “mal” y su contraste con otros “males” sufridos en el pasado. Esta perspectiva nos muestra que vivimos una tragedia, pero por mucho hemos superado otras tragedias más dramáticas en el pasado y, de la misma forma, afrontamos en el presente otras más graves que el coronavirus —que ignoramos por conveniencia— como la desigualdad, la pobreza extrema, las hambrunas y el desplazamiento forzado.

Cada una de estas lecturas, a sus justas proporciones, nos da valiosas enseñanzas.

El coronavirus no es una de las afectaciones más grandes que ha sufrido la humanidad desde la segunda guerra mundial como lo afirman los políticos sensacionalistas. No debemos olvidar que en medio de los 75 años que abarca tal afirmación, han muerto y siguen muriendo al año más de 6,5 millones de niños por desnutrición crónica, existen más de 70,8 millones de refugiados —30 de los cuales son menores de 18 años— y sin mencionar otros “males”, en nuestro país, Colombia, han muerto más de 267.000 personas por un conflicto armado interno en 70 años. El coronavirus tampoco será la afectación más grande que sufrirá la humanidad en un tiempo cercano si las grandes empresas y gobiernos contaminantes siguen la línea del crecimiento económico.

El SARS-Cov-2, agente infeccioso que produce el coronavirus con un tamaño aproximado de 50 a 200 nanómetros de diámetro, del cual, se cuestiona su estatus de ser vivo, fue un golpe paradójico al ego, el progreso y la razón de un sentido civilizatorio con 250 años de existencia. Un proyecto que ha sido capaz de aniquilar entre 60 y 100 millones de personas en una guerra industrial, llevar el hombre a la luna y monitorear el exterior de la vía láctea llegando a las constelaciones a años luz de distancia. En medio de los años luz logrados por el progreso y los nanómetros de diámetro del virus hay un abismo cualitativo y cuantitativo que se despertó como nunca en el 2020. Un abismo que inquieta a las mentes despiertas y del cual habrá siempre más preguntas que respuestas.

Dentro de las preguntas que convocan a los hombres de nuestro tiempo se encuentran: ¿cómo lograr la dignidad humana?, ¿cómo lograr un equilibrio entre la naturaleza y los humanos?, ¿cómo crear sosteniblemente un orden social dado?

Dentro de este “golpe paradójico” y en medio del abismo, el SARS-Cov-2 mostró la agresividad del neoliberalismo, su virulencia y su decadencia. Ahora más que nunca es visible que el 99% de la población mundial posee menos riqueza que el 1% más pudiente o, de forma análoga, 3600 millones de personas poseen la riqueza de las 62 personas más ricas. Esta agresividad es visible por la manera en la que ataca el virus a las poblaciones y la manera como los gobiernos mitigan las consecuencias. No se puede olvidar que en medio de la pandemia habitantes de países enteros se convulsionaron a raíz de la brutalidad policial y racial y la cantidad de damnificados conscientes de su autorrealización no dudaran en llenar las plazoletas y las calles durante el 2021.

Concuerdo con el concepto de sindemia trabajado por Merrill Singer y los efectos que tienen las palabras en visibilizar las violencias como lo advierte Adela Cortina con el término de “aporofobia”. No será posible erradicar “el mal” del virus si antes no se erradica el mal que lo antecede en la sociedad: el modelo de crecimiento económico neoliberal.

Así pues, no es posible hablar de salud pública sin sistemas de salud adecuados, robustamente financiados, poblacionalmente solidarios y universales. No es posible hablar de cuarentena “voluntaria” y “obligatoria” sin un ingreso básico universal, sin trabajo pleno, sin un sistema pensional equitativo y sin procesos de formación que garanticen la autorrealización y la conciencia del bien y el mal colectivo (cómo es posible cuidarse colectivamente si no se es consciente ni siquiera del cuidado personal).

El año 2020 fue un año de cifras, de paradojas y de incertidumbres colectivas y personales. Dejo de presente mis reflexiones para afrontar el 2021, un año en el cual la humanidad busca superar el coronavirus y muchos, cada vez más, el modelo económico sustentado en el neoliberalismo.

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