La consulta llevada a cabo el pasado domingo en Cataluña fue sin duda un suceso que no pasó desapercibido a los ojos del mundo. Los diarios internacionales, como espectadores a nivel global, esperábamos ansiosos un posible desenlace a la tensa situación política española-catalana que venía permeando la agenda de coyuntura política a nivel mundial. Tanto los tensos discursos del Gobierno español, como de las autoridades del presidente Carles Puigdemont, llevaron al clímax una alarmante polarización, no solo a nivel local, sino internacional. Se sirvió esta situación en "bandeja de plata" para que el respaldo o el rechazo a este mecanismo se hiciera sentir en varios puntos del planeta.
Si bien el desenlace produce en muchos regocijo o rechazo, es un hecho que la violencia desmedida, la agitación ciudadana y hasta el discurso populista se abren paso, junto con la incertidumbre, para expresar una eterna preocupación frente al balance que deja esta jornada, catalogada por algunos como ilegal, pero para otros como democrática y necesaria.
Para aquellos que consideran el referéndum ilegal existe una justificación plausible, que está constatada en el derecho español: gracias a la derogación de varios artículos que otorgaban autonomía a la región catalana, el mecanismo plebiscitario es "una violación a la Constitución", de la cual esta comunidad no es totalmente independiente. Y que el solo hecho, de promover dicho voto, era una nueva versión del "fantasma nacionalista" que rodea Europa en la última década.
Por el contrario, están quienes defienden a capa y espada el protagonismo del derecho popular de la elección y la potestad del primer constituyente —que es el pueblo— de decidir si Cataluña podía al fin revindicar una defensa a sus valores locales y tener derecho a una identidad propia y autónoma.
Más allá de esta disyuntiva este acontecimiento abre el debate —otra vez— sobre el impacto del discurso, como actor político. Como bien es sabido, Cataluña es considerada una región región estratégica en términos sociopolíticos y económicos. España no vacilará en sus esfuerzos en conservarla.
El campo de escenario primario en este hecho fue mediante el arma de la palabra. Primero, el rifirrafe entre el gobierno —en cabeza de Rajoy—con Puigdemont, luego la alocución excepcional del Rey Felipe IV y la alcaldesa de Barcelona, que con un lenguaje subido de tono, marcaban el campo de batalla en los "argumentos" de pro y en contra del plebiscito. Y también, no se hizo esperar la posición de Pablo Iglesias, que con su discurso inmaduro y proselitista jugaba su papel de "rebelde encariñado" con las propuestas del gobierno de la región autónoma.
Y así, como ha sido hasta hora, el discurso seguirá siendo la arma primaria de propaganda política más eficaz que la represión y la violencia misma.
Como una sugerencia y a modo de conclusión exhorto a las partes a que el diálogo y la palabra —y no el de la represión y de la discordia— primen en las eventuales salidas planteadas a esta crisis, donde tanto el pueblo español como el catalán jueguen un papel protagónico y preponderante en este tenso escenario.
