Hace poco la Red Cómo Vamos presentó el índice de Ciudades Universitarias, un importante instrumento para el análisis de las condiciones que ofrecen Bogotá, Bucaramanga, Cali, Cartagena, Cúcuta, Ibagué, Manizales, Medellín y Pereira a los estudiantes universitarios, el índice tiene cinco componentes: el ambiente universitario, la calidad de la educación superior, el costo de vida, la empleabilidad de los egresados y la calidad de vida en las ciudades, la ciudad de Cúcuta ocupa el octavo puesto, obteniendo un puntaje de 42,46 para el 2015, donde la calidad de la educación superior y la empleabilidad de los egresados fueron los componentes de peores resultados, frente al primero, hasta hace poco se cuenta con una universidad acreditada de calidad, como es el caso de la Universidad Libre, pero aun así, sigue siendo irrisorio, cuando dos de las Universidades públicas más grandes de la región están pendiente en esta tarea, y según datos del ministerio de educación en Cúcuta el 77% total de la matricula se encuentra en instituciones oficiales. Por otro parte los egresados de la región no cuentan con muchas oportunidades, ya que la migración es el común denominador, por ejemplo el porcentaje de recién graduados que laboran en Norte de Santander es de 39.7%, ocupa el penúltimo puesto, solo superando a Guainía, esta carencia de opciones se relaciona en la ciudad de Cúcuta con una tasa de desempleo juvenil para el 2015 del 21,5% .
Sin educación superior de calidad es difícil hablar de desarrollo y crecimiento económico, no como condición suficiente, pero si necesaria, en ese sentido el escenario no es el más halagador, por ejemplo en términos de competitividad el departamento Norte de Santander retrocedió en el 2016, y cayó al puesto 18 según el Consejo Privado de Competitividad, en el factor 3 sofisticación e innovación, y pilar 10 (innovación y dinámica empresarial) en la variable investigación de calidad, el Departamento ocupa el puesto 24 de 26, y en el caso de patentes y diseños industriales ostenta el puesto 26. En ese este contexto es imperativo pensar el papel de la educación superior, su incidencia en la transformación real del Departamento y la ciudad capital, ya que el “coberturismo” es una apuesta loable, pero sino va acompañado de calidad es una camino enmohecido por el mercantilismo barato y el utilitarismo zafio.
A pesar de que hay un consenso admitido, pero poco discutido y profundizado por los distintos actores e instituciones de la región, sobre la importancia de la educación superior, su pertinencia y valía para generar procesos de transformación económica y social, no deja de ser superficialmente un “acuerdo” de lo políticamente correcto para decir. Es así, que se puede encontrar a manera de simplificación abusiva dos “discursos” en Norte de Santander: por un lado los que consideran que debe responder y engranarse a las necesidades del tejido empresarial para mejorar la innovación y competitividad económica, un discurso alineado con ciertos derroteros institucionales; y por otra parte quienes consideran que la educación superior debe transformar la realidad social; lo preocupante del asunto es que ninguno de los dos ha permeado e incidido. La tarea es grande y los desafíos colosales, pero la construcción de un proyecto colectivo alimentado por el capital social de todos los actores podrá generar algún cambio en el largo plazo, sino estaremos condenados a un eterno retorno