Son estos que transcurren, tiempos en los cuales todo o gran parte de cuanto implica movimiento, acción, presencia, lo hemos convertido en símbolo, en abstracción, en metáfora.
En distante, indefinible, inalcanzable las más de las veces, aquello que demanda inmediatez, ocurrencia, hacer consciente y útil; en el confluir en un fin en el cual lo humano, la Vida es, debe ser, prevaleciente y determinante de la acción.
Que no es, para estigma de la sociedad y el individuo que lo consienten, cuanto acontece con la Vida en nuestro país que, en símbolos, metáforas y abstracciones encubre lo inmoral, la violencia, el genocidio, la eliminación del otro, como expresión y racionalidad política para preservar poder y gobierno según sea el protervo fin que se invoque para su consumación incesante.
A estas andaduras de nuestras nunca deseadas ni consentidas desgracias, más sí concebidas e impuestas unas, las políticas y la violencia en sus múltiples formas, imprevistas las menos, las naturales y casuales. Y todas el más largo, real y doliente estadio de nuestra bicentenaria historia, si convenimos que han sido menos los periodos de convivencia pacífica por los cuales ha transitado la nación que aquellos morbosos y de consecutiva ocurrencia soportados en ese recorrido.
Pero, en tanto reducimos a símbolos y abstracción aquello concreto e identificable que nos mueve a una acción moral, esta se desvanece; lo real deja de ser tal y deviene en imaginario, acaso en la ficción que se busca crear y acabará por desvirtuar hechos y verdades; en hacer caso omiso y desconocer la verdad verdadera de cuanto deshonra, denigra y deslegitima, bien al individuo como ser social, ya a las instituciones, Estado, gobierno, justicia, como garantes de los derechos de sus asociados en sus distintas instancias.
Que es, para desgracia nacional, cuanto de manera sistemática está ocurriendo con el asesinato de líderes sociales en los cuatro puntos cardinales del territorio colombiano y, de manera selectiva en los espacios territoriales convenidos y establecidos en el Acuerdo de Paz, con el de guerrilleros desmovilizados de las Farc y sus familiares, una cifra más en las estadísticas del Ministerio de Defensa, la Fiscalía, “la mano negra”, y las no menos siniestras “fuerzas oscuras”, y cuánto fetiche encuentra la impunidad campante para que todo quede en la más abrigada penumbra.
En símbolos y metáforas, abstracción e imaginarios carentes de sustrato; en el desvanecimiento y falseada narrativa del hecho histórico hasta volverlo trivial, anodino e intrascendente; en “algo” que dice, simboliza, pero no significa ya como verdad; que anula la acción moral y la reduce a consigna, a una frase, un estribillo, carentes de fuerza, de convicción y efectividad.
A los líderes sociales los siguen sistemáticamente asesinando, de a tres por semana; a los guerrilleros desmovilizados de las Farc, igual que a sus familiares les ocurre lo mismo en sus zonas “protegidas”; las movilizaciones de solidaridad con unos y otros se volvieron permanentes, del mismo modo que las “investigaciones exhaustivas” y toda la parafernalia mediática que conlleva el asesinato de unos y otros.
Pero, de ahí a la acción moral colectiva y reparadora de la solidaridad; a las medidas de protección eficaces y permanentes; a los resultados positivos traducidos en el develamiento de los autores intelectuales y materiales de tantos y tan selectivos crímenes todo se trivializa, confunde y desfigura hasta volverlo irreal.
En símbolo y falseada narrativa de una resistencia sin fuerza ni convicción moral, en propaganda y recurso político e ideológico de Estado, Gobierno, partidos y movimientos religiosos, en mercancía para el voraz mercado mediático.
En suma, en la nueva verdad que deberá imponerse, consumirse y propagarse en cada entierro de un líder social, policía o guerrillero desmovilizado asesinados.
Poeta
@CristoGarciaTap