A la palabra “vejez” hay que quitarle el sentido peyorativo que injustamente quienes dirigen la sociedad de consumo le han dado a través de sus generaciones: la de relacionar equivocadamente lo viejo con lo inservible y poco productivo.
Con el paso del tiempo, las nuevas generaciones de esta sociedad, la de producción en serie, la cambiaron por la palabra “anciano”; no obstante, también iba adquiriendo un color peyorativo, porque únicamente había cambiado la palabra, más no el concepto que dicha sociedad tenía. Como en esencia el anciano seguía siendo lo mismo, la siguiente generación de ellos se inventó el término “persona de la tercera edad” para ver si de esa manera era posible hablar de la última etapa de la vida de forma digna y respetuosa, pero sin dejar de homologar con ello el carácter peyorativo del término “anciano” y más aún el de “viejito”.
No pasó mucho tiempo para que lo de la “tercera edad” empezara también a mancharse de indignidad desteñida, siempre por la misma razón, y la siguiente generación de ellos la cambió por el remoquete de “adulto mayor”, buscando la solapada redención de la vejez de alguna misteriosa y penosa culpa que nunca tuvo, pero que la sociedad de sus antecesores ya había condenado. Y tampoco pasarán muchos años antes de que el término “adulto mayor” deje de ser bien visto y sea sustituido por otro, tratando nuevamente de disimular con un nombre “digno” la marginación histórica que esta sociedad del “tener” ha proyectado sobre esta otra parte de la humanidad.
En consecuencia, erradamente hoy muchísimas personas afrontan esta etapa de su vida de una forma negativa y mentalmente poco saludable. En muchos casos persuadidos de que son el producto de una cero planificación y preparación adecuada; inconscientes de poder rechazar enérgicamente que solo fueron utilizados como máquinas de producir montañas de dinero a la economía del sistema, pero que hoy solo son una montaña de cachivaches inservibles. Y es difícil que surja el estímulo para esa planificación y preparación cuando se entra en esa etapa, porque se siente el rechazo de la sociedad de consumo; rechazo que, regado por la propia cultura, ha germinado y crecido a lo largo de todas las etapas previas de la vida; rechazo y marginación que cada día más la sociedad proyecta amparada por los valores de la cultura actual del dinero, el poder, la productividad, la capacidad de trabajo, la eficacia... precisamente aquellos que quizás son inasequibles para la tercera edad.
Curiosamente no deja de sorprender ese rechazo a una situación a la que inexorablemente llegaremos casi todos (las excepciones serán aún menos afortunadas) y que la sociedad de consumo se empeña en que sea desagradable.
Por el contrario, la vejez debería ser la etapa de sentir la satisfacción del deber cumplido, de disfrutar del merecido descanso y de la tranquilidad de dejar de sentir el peso de las responsabilidades, viendo cómo la vida que heredamos tiene su continuidad en las siguientes generaciones, a lo cual en alguna forma hemos hecho nuestro aporte a la sociedad. Ellos, los adultos mayores, son como un río que contiene un gran caudal de conocimiento y experiencia que podemos canalizar en orientación a las nuevas generaciones y mantener un balance en la formación de niños, jóvenes y aun adultos que carecen de principios y valores.
Me considero un adulto mayor con mente joven, metido en un cuerpo que ya no responde del todo; siento los años de experiencia y conocimientos que me ha dado la vida como elementos muy importantes para compartir. Tengo una fuerte lucha emocional por querer hacer más de lo que la sociedad de consumo ya no me deja hacer por la sociedad del conocimiento. Trabajo pero no para la sociedad de consumo; apoyo a mi familia, a mis hijos, a mis nietos, a mis amigos, a mis vecinos, sin que por ello deje de realizar las actividades que me divierten como ir al gimnasio, escribir, dar consejería y otras actividades. Mi lucha es pensar en todo lo que la sociedad de consumo juzga como esencial que ya no quiero dar u obtener. Sin embargo, he decidido tener una actitud positiva, tomar nuevos riesgos, vivir intensamente como si fuera mi último día, amar a mi compañera de la vida, a mis hijos y nietos con pasión, pero sin que eso me robe la pasión por vivir mi propia vida y el respeto y amor por mí mismo.
Hoy sabemos por la ciencia que el estilo de vida es de suma importancia para llegar a la vejez en buenas condiciones de salud. Por ello, pregono que el otoño de la vida hay que ir preparándolo desde la primavera. Y aunque parezca extraño, hay personas como yo, que somos más felices de mayores que de jóvenes. El paso del tiempo nos va cambiando, a unos a mejor y a otros a peor. Como los vinos, los malos se avinagran con la edad, pero los buenos ganan al envejecer.
Así que envejecer es la más grandiosa vivencia humana y la época cumbre de la existencia. Es maravilloso envejecer, aún con achaques propios de la edad. Los valores se incrementan, la experiencia y sabiduría es mayor y como resultado se vive la realidad y además, de manera sublime y con mayor tolerancia.
¡Pobre del que no la viva así!