Diciembre es el mes más esperado del año para muchos, pero algunos pocos desean que no llegara.
Alegría, tristeza, nostalgia, esperanza y mucha fe, son los sentimientos que se fusionan en nuestro corazón al sentir las fuertes brisas que por estos días soplan, las cuales son nada más y nada menos que vientos de Navidad. Esos vientos que vienen acompañados con aroma a buñuelos, natillas, vinos, uvas, sancochos, pólvoras, rumbas y parrandas.
Diciembre también es aquel mes que reúne a las familias que están separadas por motivos laborales y de estudios. Aquellos que se encuentran lejos de sus padres, abuelos y amigos, regresan a su pueblo o ciudad natal para vivir las vacaciones decembrinas con sus seres queridos.
Pero qué dolor saber que con llantos, tristeza en el alma y desesperación anhelan aquellas personas que se encuentran internadas en una Unidad de Cuidados intensivos (UCI) en un hospital o clínica debatiéndose entre la vida y la muerte, a la espera de un milagro, de esos que solo Jesucristo puede hacer, si con fe y convicción que nuestro Salvador lo hará.
No puedo olvidarme de los seres humanos, quienes se encuentran privados de la libertad en cárceles y encadenados en los cerros colombianos, que piden a gritos salir de ese infierno y poder abrazar y sentir el calor de la comodidad de sus hogares para vivir con sus familiares y amistades la nochebuena.
Estos tiempos de Navidad, brisas y fin de año, me recuerdan a mi niñez, esa que viví al lado de mis padres, hermanos y amigos en aquella tierra olvidada por sus gobernantes, pero amada y anhelada por sus hijos, quienes con añoranza esperamos volver a ella para caminar por sus calles polvorientas, saludar con un apretón de mano, un abrazo rompe costillas a nuestros paisanos y amigos que se quedaron ahí, unos a sembrar el campo, otros navegando por las aguas dulces y profundas de su complejo cenagoso, pescando los peces más grandes y otros dedicados a arriar y ordeñar el ganado. Les hablo de mi Zapatosa del alma, ese pueblo chiquito y bonito ubicado al Sur del Cesar al margen derecha del río Magdalena.
Las casetas comunales de inmediato abren sus puertas a propios y forasteros. A estos últimos se les da un trato especial haciéndolos sentir como un amigo o un familiar, brindándoles el mejor plato típico de la región como lo es el pescado acompañado con yuca, arroz, sancocho de gallina criolla, agua de panela o limonada para refrescarse de las altas temperaturas. Esto se debe a la hospitalidad, calor y calidad humana que nos caracteriza a los zapatoseros.
En la época de mi infancia y adolescencia, recuerdo cuando iba a bailar a la única caseta conocida popularmente como “la caseta de Gloria Vega”, en ese establecimiento podía bailar como ya lo mencioné, tomar, comer empanadas, arepas y otros. Eran tiempos tan sanos que se podía amanecer con la familia, la novia y amigos, disfrutando las fiestas decembrinas.
Al llegar las 12:00 de la media noche del 31 de diciembre, todos corríamos a nuestras casas a abrazar, darle un beso y desearle un feliz año nuevo a nuestros papás y abuelitos. Camino a casa abrazábamos a todo aquel que nos encontráramos y le deseamos ¡feliz año nuevo!,y quemábamos el tradicional muñeco de año viejo.
Cabe mencionar que, en la noche del 24 todos corríamos a la iglesia católica acompañados por nuestros padres a rezar la novena de nochebuena. Una vez culminada la eucaristía y novena, nos sentábamos en la mesa a compartir la cena navideña en familia y amigos.
Con dolor y tristeza recuerdo esos momentos felices que el transcurrir del tiempo se llevó para nunca más regresarlos. Siento también tristeza al ver que nuestros sobrinos, hijos, nietos y las futuras generaciones no sabrán lo que es vivir una infancia y adolescencia sana, feliz y con buenas costumbres que hemos heredado de nuestros ancestros, esos que se han marchado a otro plano, dejándonos un vacío y dolor fuerte en el pecho.
Es aquí en donde la tristeza, la soledad y nostalgia nos embargan al recordar a nuestros viejitos y demás seres queridos, cuyos recuerdos evocamos al escuchar canciones navideñas, al armar el arbolito y saber que ha llegado un diciembre, una Navidad y un nuevo año más sin ellos.
Como dice la canción vallenata que se ha convertido en icono de Navidad y diciembre, vientos de Navidad de Los Diablitos:
“Recuerdo los concejos de mis viejos que a la tumba ya se fueron, quisiera devolver el tiempo para verlos otra vez. Navidad que triste se va el año viejo, donde están quisiera abrazarlos de nuevo”.