El país asiste con pasmo al inquietante panorama que presenta este gobierno, el cual, ya se ha visto, carece de las herramientas necesarias para sostenerse a flote, debido, por una parte, a la falta de autonomía y liderazgo del presidente para convocar a los diversos sectores sociales, políticos y económicos para quienes gobierna y por otra, por un enfoque errado que no aporta a lo que el país requiere en su coyuntura actual, esto es implementar los acuerdos para encausar el desarrollo del país.
Ya desde el año pasado, algunos analistas comenzaron a plantear, desde diversos editoriales y medios alternativos, o no oficiales, el panorama, que el paso de los meses se ha encargado de probar. El gobierno actual se está quedando sin oxígeno, la gobernabilidad, que tiene que ver con la capacidad de tender vías de diálogo con quienes no coinciden con nosotros, de crear acuerdos en pos de lograr avances en temas necesarios con sectores disimiles, así como de respetar los compromisos adquiridos con aliados estratégicos, no es un asunto que el presidente y su equipo parezcan interesados en comprender, menos aún en implementar.
El quiebre comenzó a gestarse en el momento mismo en que la Casa de Nariño, de forma poco estratégica y arrogante, optó por no convocar a los diversos sectores políticos que conforman y representan el entramado del país. Es decir, usó a los conservadores de Pastrana, a los liberales oficialistas de Gaviria, al Cambio Radical de Vargas Lleras y a la dividida U durante la campaña, pero luego de ser elegido, estos sectores políticos no quedaron satisfechos con la repartición y comenzaron los problemas por mantener un bloque más o menos solido encausado hacia una agenda, que, con matices, debería ser común.
El golpe más contundente que este gobierno tuvo que asumir
fue el naufragio de las objeciones a la JEP,
que eran una prueba para que demostrara el poder de sus coaliciones
Tal vez el golpe más contundente que este gobierno tuvo que asumir fue el naufragio de las objeciones a la JEP, que si bien, eran un despropósito encaminado a sabotear el acuerdo de paz, también eran una prueba para que el gobierno demostrara el poder de las coaliciones que había formado y que habían instalado al candidato Duque en la oficina presidencial. Pero en lugar de ello, los colombianos que lo eligieron vieron una derrota inquietante y el anuncio de otras por venir, porque no es un secreto que otras iniciativas del gobierno están estancadas, avanzando con lentitud pasmosa o han sido aprobadas con más pena que gloria.
Por otra parte, la seguridad, con este gobierno está en su peor momento. Los hechos de violencia, encabezados por la inclemente persecución y asesinato de lideresas y líderes sociales y de derechos humanos, que se han hecho más frecuentes y desafiantes desde que comenzó este gobierno, dan cuenta de su falta de compromiso con este aspecto. A estos hechos, se suma lo publicado por el New York Times, el fin de semana pasado, en el que se manifiesta como la dudosa cúpula militar de este gobierno está incentivando de manera soterrada el regreso de la política de los falsos positivos. Digo dudosa, porque como ya lo advertí en otra columna, muchos de los altos mandos actuales del ejército nacional tienen investigaciones en curso por los hechos que ahora se empeñan en repetir. Estrategia que hace parte del viejo discurso de crear enemigos comunes para distraer la atención de los verdaderos problemas del país. Problemas que la incapacidad y ausencia histórica del Estado ha creado. Así entonces, estamos siendo testigos mudos, de lo que se prevé será un Déjà vu trágico, jóvenes “guerrilleros”, ya sean estos adjudicados al ELN o, a las disidencias de las antiguas Farc, presentados como bajas en combate para crear una sensación contradictoria de miedo y seguridad que le permite al gobierno engatusar a un porcentaje de la ciudadanía, para así poder hacer sus pillerías sin que el grueso de la gente se dé por enterada.
Así entonces, en lugar de estar el país encausado en la implementación del acuerdo, que fue un compromiso, no solo con la guerrilla de las Farc, sino con la comunidad internacional y nacional, la ONU y otros organismos, se encuentra enfrascado en una serie de conflictos bélicos que ponen en riesgo a la ciudadanía, a lo acordado, así como la credibilidad del Estado y su respetabilidad en el plano internacional. Seamos claros, a nivel internacional, Colombia es vista con preocupación y su gobierno con desconfianza.
Es evidente que el doctor Duque carece de las herramientas necesarias para ejercer su mandato de forma efectiva y acertada. A diferencia de su antecesor, el actual gobierno no tiene un objetivo claro, otro que no sea destruir los acuerdos de paz y eso no es suficiente para sostenerse políticamente, menos cuando la comunidad internacional no ha cesado en apoyar el fin de la guerra, en detrimento de lo que busca el gobierno.
Ahora bien, es evidente que este no es el mismo país que su mentor gobernó. Esta Colombia, por más polarizada que este, ha aprendido difíciles lecciones que han hecho que un porcentaje importante de la sociedad se involucre críticamente en el ejercicio democrático, entendido este como velar porque el Estado cumpla con sus responsabilidades de manera equitativa. Este ejercicio de criticidad democrática ha sido liderado por académicos, intelectuales, artistas, cineastas, músicos, periodistas, quienes a través de sus redes sociales y otros medios han ido tejiendo una red de resistencia y contradicción frente al discurso oficial y sus medios áulicos y cómplices. Infortunadamente el precio es alto, como se demostró con el cobarde crimen del cineasta Mauricio Lezama y el antropólogo Luis Manuel Salamanca, pero ese es el camino, esa es nuestra esperanza y no debemos perderla, porque hacerlo, implica perdernos a nosotros mismos.