Es lo que tienen los tópicos. Uno acude por vez primera a un lugar embargado por todo lo que ha oído. Siempre he sostenido que el viajero no debe fiarse de ningún chisme y constatar por sí mismo en su particular bitácora las vivencias de sus caminos. Está bien asesorarse, preguntar, investigar antes de emprender la ruta del destino, pero no dar por dogma de fe el chascarrillo popular, siempre con tendencia a la mala intención o al interés particular, pequeñas grandes cuitas de la raza humana. Pero como no estamos en una revista de filosofía, mejor lo dejamos ahí.
En esta ocasión desde luego sí se cumplieron los tópicos y las expectativas en torno a la belleza, en su más amplio sentido de la palabra, que merecidamente atesora la ciudad de Cali. Imagino que en ello tuvieron mucho que ver mis anfitriones. Me escapé un par de días a la que dicen es la Sucursal del Cielo, y desde luego de cielo no se pueden quejar, imponente, como hecho a la medida del lienzo de un artista. Hasta la nubes parecían posar. Me quedan, una vez que regresé, dos dudas razonables. No sé si Cali es la Sucursal del Cielo o directamente del Edén bíblico después de hospedarme en una indescriptible hermosura de casa en Ciudad Jardín; tampoco sé si en Cali es más lindo el cielo o lo son sus mujeres. Si hay algún rastro del paraíso por estos lares no me cabe duda de que Eva fue la primera Miss Universo.
Aterricé ya anochecido en el tercer aeropuerto del país en volumen de pasajeros detrás de Bogotá y Medellín, el aeropuerto Alfonso Bonilla del municipio de Palmira. La oscuridad fue como el envoltorio de un regalo y el efecto el mismo, una sana ansiedad por contemplar los generosos paisajes a ambos lados del cauce del río Cauca en la ruta obligada que separa el aeropuerto de la ciudad. Venir a Cali y no tener una primera connotación azucarera es imposible. La noche sin embargo me aplazó la verde vista de los cañaverales vallunos que pude contemplar al regreso, pero a falta de luz, el taxi, con el volumen del altavoz generoso, me puso en ambiente de que había llegado a la ciudad de la salsa. De salsa y de fútbol el conductor podía haberse quedado hablando toda la noche. Una lamentación detrás de otra porque el hombre es del América, club glorioso de tiempos pasados, sin pena ni gloria en los actuales. Para mi interlocutor no había un culpable determinado de tal catástrofe, pero confiesa que reza porque regresen los viejos tiempos.
Al día siguiente, bien temprano, la cita era en uno de los lugares de referencia en el mundo de la belleza de la ciudad de Cali. Es el centro que ha servido de cantera inagotable de reinas vallunas y que cada año se ocupa de preparar a la Señorita Valle para la gran cita de Cartagena. La clínica Sergio Rada del sur de la ciudad, a la que llego entre el templado clima de las primeras horas de la mañana, posee un amplio catálogo de bellas caleñas que desde allí dieron el salto a La Heroica para ser proclamadas Señorita Colombia. Entre las últimas de allí salidas que alcanzaron la corona están la presentadora de RCN Catalina Robayo y la más reciente Lucía Aldana, quien amablemente se ofreció a hacer de guía para los caminantes de nuestros caminos.
Una caleña por Cali
Lucía presume de ser cien por ciento caleña así de vez en cuando le salga algún modismo costeño por influencia de la mamá. En tal condición arma el plan, tan ambicioso que hay que recordarle que no disponemos de tanto tiempo como para cumplir el itinerario completo. Empezamos por el centro de la ciudad y una de las imágenes que se asocian rápidamente en el subconsciente con la tierra donde estamos, la histórica y centenaria ciudad de Santiago de Cali. El centro está limpio, la luz es espectacular, el cielo presenta unos matices que parecieran hechos aposta, arriba los cirros acumulados, o cirrocúmulos, se funden con un azul intenso en perfecta armonía con la célebre Ermita. Lucía añade al cuadro el matiz de esa belleza natural de las gentes vallunas. Hacemos una fotografía interrumpida por los transeúntes que la reconocen y reclaman también su propio recuerdo fotográfico vía celular de la bella morena que los enorgulleció en 2012 cuando se hizo con el cetro de la belleza nacional.
El nombre original fue Ermita de Nuestra Señora de la Soledad del Río. En 1602 se erigía allí una pequeña capilla hecha en bahareque y techo de paja, destruida en el año de 1787 por un fuerte terremoto. En 1942 se restauró en un estilo gótico similar al de la Catedral de la Colonia, en Alemania. En su interior tiene un altar con la efigie del Señor de la Caña, única pieza sobreviviente al terremoto de 1787. No deja de acoger fieles y peregrinos convencidos de su poder milagroso.
Del centro nos trasladamos a San Antonio. Barrio carismático, tiene matices bohemios, románticos, no en vano acogió e inspiró la obra del autor y poeta Jorge Isaac, referencia en cualquier caso para los caleños que buscan al abrigo de sus casas coloniales el atardecer desde su mirador mientras se comen una mazorca, un cholado, un chontaduro o simplemente se dejan embargar de la tenue atmósfera bajo un cielo que muda progresivamente del azul a los tonos anaranjados del crepúsculo. Su capilla y su colina fueron declaradas en 1993 Monumento Nacional. Allá que fuimos, a constatar la magia del ambiente y a construir un cuadro fotográfico donde la belleza de Lucía se fundiera con la de la ciudad a sus pies. Creo que lo logramos.
San Antonio menea el alma del visitante pero también está dispuesto a dejar su estómago más que satisfecho de la famosa y deliciosa cocina valluna. Me llevan al Zaguán para deleitarme con los aborrajados. Allí me cuentan que su eslogan favorito es “vea el atardecer con los aborrajados y las empanaditas”. Desde luego más cabal no les podrían haber salido, aunque le podrían perfectamente haber añadido las marranitas, que se le miden sobradamente a las otras delicias.
El clima de Cali me gusta. No solo de calor y sol viven los caleños, Lucía está dispuesta a mostrarnos el lado más fresco de su tierra. El Kilómetro 18, a las afueras de la ciudad en la vía a Buenaventura, es el lugar elegido para quienes desean tomar una aguapanela bien caliente con queso. No es la única alternativa de las afueras, tenemos el río Pance, que es de por sí toda una tradición de las familias caleñas, que acuden en masa. El río es uno de los principales destinos turísticos de los habitantes de Cali. Desde el Pueblo Pance hasta la zona conocida como la Vorágine hay un buen número de restaurantes y parques recreativos. Destino popular donde los haya, es ideal para saborear un típico sancocho de gallina valluno en un domingo de relax sin afán alguno. El sancocho de gallina del Valle merecería de por sí un capítulo aparte. Aquí toca dar con unas manos expertas, que sepan manejar por igual la leña y los ingredientes.
La gente pasa el día entero rodeado de naturaleza, bañándose y por supuesto escuchando salsa a todo meter. Lucía aprovecha para hacer un llamado a sus paisanos para que sean más cuidadosos con el medio ambiente. El deterioro por las excursiones en masa al parecer es notable y urge tomar medidas para evitar que una de las estampas más típicas de la vida caleña quede postergada al baúl de los recuerdos.
Ahora vamos de cabeza a uno de los tópicos. Cali tiene fama de ser la ciudad más rumbera del mundo, y ni siquiera es una frase construida por uno, es la propia exSeñorita Colombia quien la dice y las personas que nos rodean asienten en conformidad. Los nombres propios son los corregimientos Juanchito y Menga. De jueves a lunes, de sol a sol, el caleño que no lo conozca no es digno del gentilicio. Al ritmo del Titicó, voz engendrada en el propio sonido del timbal, Cali es una rumba universal que hace de la fiesta un atractivo turístico en sí. De hecho son célebres sus festivales de salsa y la cantera de bailarines vencedores de cuantos concursos de baile internacionales les ponen por medio.
El ritmo del titicó suena en el taxi de regreso al aeropuerto. Ahora sí, en pleno día, los cañaverales en sí son un espectáculo natural, como esos enormes remolcadores de la caña de azúcar, a los que adelantamos con precaución por su enorme dimensión, y a los que alcanzo a inmortalizar en una fotografía. Apenas he conocido un Cali de los muchos de los que Lucía hablaba, pero hay muchos más, el de la estatua de Belalcázar, el de las Tres Cruces, el de la plenitud del Valle del Cauca. He prometido volver, con más tiempo, a reencontrarme con ese pedazo de vergel que me recordó, como en otros tantos lugares de Colombia, las lecturas de los célebres y bíblicos jardines de Babilonia. La duda de la que hablaba al principio vuelve una vez el avión se ha metido de lleno en el cielo valluno. ¿Sucursal del Cielo o del mismo paraíso? Obvio Adán aquí estaría bien contento.