El río Mira y sus alrededores permanecen casi intactos. A su lado solo hay una selva con árboles de 70 años y sembrados de coca. El agua pura se mezcla con la gasolina y fungicidas, los desechos de los laboratorios para cristalizar la droga en las narices de la Policía y el Ejército. Nadie hace nada.
Allí fue la masacre del 5 de octubre de los campesinos cocaleros. Allí los disidentes de las Farc Guacho y Fabián se pelean las rutas para mandar la coca hacia México dispuestos a asesinar a quien se atraviese, como ocurrió con José Jair Cortes, un campesino que quería remplazar su parcela de coca con cacao.