No es lo mismo dormir que soñar. Si los sueños han sido un oscuro misterio para el hombre desde la antigüedad, hoy es más importante entender cómo se duerme por las implicaciones para nuestra salud. Quizás hasta el 20% de la población agrava por mal dormir condiciones como diabetes, obesidad, depresión, Alzheimer y otras (The Washington Post, marzo 10, 2014) Muchos creen que duermen bien cuando lo hacen más de ocho horas al día (quizás en estos días de Semana Santa) y no es necesariamente así. El sueño saludable es más cuestión de calidad que de cantidad por lo que es fundamental saber cómo, no solo cuánto, se duerme. Al explorar esa caverna diaria del dormir, donde nos metemos desde que éramos precisamente hombre de las cavernas, descubrimos que soñamos. Si recordamos vívidamente nuestros sueños es posible que no estemos durmiendo bien. He aquí mi resumen personal del problema: lo que nos mata es recordar nuestros sueños. Veamos.
El dormir es un complejo proceso neurofisiológico necesario a nuestro cerebro y supervivencia en ambientes hostiles. Desde tiempos inmemoriales cazamos de día y descansamos de noche (no somos felinos) lo que hace necesario que nos acostemos a dormir. Pero la presencia de depredadores nocturnos haría peligrosa esta conducta. ¿Por qué lo hacemos, qué ventajas evolutivas hay en ello? Se han argumentado diversas explicaciones. Las primeras observaciones tuvieron que ver con mantener la temperatura corporal. En condiciones experimentales ratas insomnes pierden la capacidad de hacerlo y mueren. El hipotálamo, una región basal del cerebro, interviene en conservar el calor corporal y regula el ciclo del sueño entre otras funciones viscerales que controla. Sería entonces como hibernar bien calientico todas las noches.
Las teorías más recientes subrayan la importancia de dormir para organizar y guardar recuerdos. Un cerebro desconectado, con impulsos musculares bien relajados, funcionando calladamente limpia y organiza la casa como silencioso servicio doméstico nocturno. Pero en ese caso quedaríamos en estado de indefensión ante posibles enemigos carnívoros o conyugales con impulsos homicidas. Por ejemplo si uno ronca ruidosamente en esos momentos de relajación total o pronuncia un nombre prohibido en sueños, esos sueños peligrosos. Entonces la evolución sabe que tenemos que dormir a pata suelta pero puede ser un momento peligroso por muchas razones para la sobrevivencia del individuo. No olvide además que existe la enfermedad o síndrome de piernas inquietas que el acompañante nocturno puede interpretar como patadas.
Por eso para optimizar el metabolismo cerebral y no perder ventajas en la sobrevivencia el sueño ha evolucionado hasta ser una compleja estructura neurofisiológica: tres o cuatro etapas sucesivas en tres o cuatro ciclos por noche. El último período del dormir es el más característico de la biología de los animales superiores: sueño REM, por rapid eye movement, o movimientos oculares rápidos. Durante este feliz o tenebroso momento (recuerde sus pesadillas) soñamos, presentamos relajación muscular extrema con ocasionales movimientos espasmódicos como perro que mueve las patitas, roncamos o tenemos el oxígeno bajito por relajación cervical y torácica. Además es frecuente la erección en varones que ya algún artista francés del siglo XIX (quizás Hugo) llamó el “monstruo matutino”.
Si usted despierta o lo despiertan durante este período REM usualmente recuerda lo que estaba soñando. Si no se despierta reinicia otro ciclo de dormir por etapas hasta la mañana y el recuerdo de lo soñado se hunde en las oscuras aguas de la noche. Pero si repetidamente usted se despierta ansioso o como asfixiado y recuerda sus sueños es que el oxígeno se le bajó mucho durante el período REM, por obstrucción aérea o relajación respiratoria, despertándolo súbitamente. Y hay quienes dejamos de respirar por completo en algún momento de la noche, reiniciando después tras un momento de horrible angustia consciente o medio consciente.
Yo he vivido toda esa experiencia desde niño, antes de aumentar de peso, pues venía de una familia alérgica y roncadora, con frecuentes tonsilitis y amigdalitis. En los años ochenta cuando se pusieron de moda los trastornos del sueño me hicieron un estudio completo por una noche y una deliciosa siesta diurna otoñal en EE. UU. con electrocardiograma, electroencefalograma, oxímetro, cámara de video sobre la cama y anillo peniano (no digo el tamaño por pudor varonil) para medir erección entre otras delicadezas fisiológicas. Al otro día me dijo el investigador que habían documentado más de veinte episodios de hipoxia severa. Respondí con humor negro: “Entonces, doctor, ¿yo por la mañana no despierto sino resucito?”
Pero tener esa experiencia noche tras noche no es cosa de risa y está asociado a graves enfermedades: diabetes, obesidad, hipertensión, muerte súbita, etc. Si recuerda siempre sus sueños quizás está despertando por mala oxigenación, habitualmente en etapa REM, lo que disminuye su expectativa de vida. En ese caso consulte un especialista en enfermedades del sueño, no un psicoanalista.